Después de las elecciones del 10-N. estamos más perdidos que antes en este desnortado país, en el que campan, buscando su triunfo, el empecinamiento, la improvisación, el disparate, uniendo sus manos al egoísmo y la bravuconería.
Algo nos está volviendo a pasar en España, que nos impide entender las razones del otro para tratarlo de inmediato como enemigo cuando discrepan con las nuestras. Y esa ceguera para ver los colores del argumento del otro, se traduce también en la incapacidad para reconocer que no basta sentirse feliz en el olimpo de las ideas, sino que es preciso realizarlas en el terreno siempre enfangado de las realizaciones.
Por eso, cuando los líderes de los principales partidos valoraron los resultado del último escrutinio, y todos se esforzaban en decir que habían ganado, no ya a sus adeptos y correligionarios, sino a una ciudadanía cansada y desorientada, me pregunté, una vez más, qué está sucediendo en el seno de los partidos políticos. De verdad, ¿solo están interesados en que les garanticemos un puesto de trabajo por cuatro años para solucionar, no los problemas de la inmensa mayoría, sino sus miserias particulares?
Voy a dejar aparte de este Comentario al suicida ideológico Alberto Rivera, hoy ya dimisionario de la gestión de su invento llamado Ciudadanos y en el que se habían depositado, como hijo muy amado de la centralidad, tantas esperanzas. La máquina que le vendieron en una feria de vanidades con la promesa de quitarle votos al PP carecía de motor y el carenado y la pintura se desvanecieron a los primeros viajes.
Ciudadanos perdió, pero ¿ganó Pedro Sánchez? Si comparamos lo que pretendía (mejorar su mayoría insuficiente para gobernar en solitario) con lo que consiguió (perder votos y escaños), perdió. Los descomunales aplausos de Begoña, su inseparable pareja, sonaban a destiempo, como un despropósito, desde la ventana de Ferraz en donde el frustrado presidente de Gobierno explicaba el supuesto éxito obtenido con los resultados.
¿Ganó Pablo Casado? Tampoco. El argumento de campaña, en el que se presentó como líder de un bloque resquebrajado de una derecha de circunstancias, era que estas elecciones servirían para recuperar el timón de mando del Gobierno del país. Sí mejoró resultados desde el cercano abril, pero la alternativa se quedó a varios votos y diputados de las puertas del objetivo.
¿Ganó Pablo Iglesias? Bastaba echar una mirada sobre los rostros de circunstancias y circunspección de los candidatos a mejorar sus opciones de entrar en un gobierno con el PSOE, como garantía de esa izquierda que quiere echar del país a Amancio Ortega y a Florentino Fernández (por ejemplo) y conseguir aumentar aún más los gastos bancarios de la clase media, obligando a las entidades financieras a devolver los dineros de un rescate que salvó al país de la quiebra, para entender que no era así. La deserción de Errejón y la escapada de los verdes que se apretaban en torno a López de Uralde, fue el preludio de una descomposición del proyecto que tanto dio que hablar hace apenas un par de años.
¿Ganó Abascal? Entiendo que en Vox sí tienen motivos para estar contentos, aunque no estoy tan seguro de que esa satisfacción sea contagiosa para quienes no los votamos. No entiendo el programa de esa facción de la derecha dura, que saca a relucir los méritos del pelo en pecho y de mantilla española calada hasta las cejas. Más que días de tranquilidad, mientras el viento dure, percibo incremento de opciones de borrasca.
Cuando ayer escuchaba, en seguimiento por la televisión pública, los comentarios sobre los resultados de las elecciones del 10-N, de entre el barullo de gritos y opiniones más voluntaristas que serias sobre combinaciones, escuché a Pedro Jota Ramírez hablar juiciosamente de la opción de la Gran Coalición (PSOE-PP) como salida a la situación de bloqueo y fórmula de acallar, desde una tarea conjunta que agrupe a las mayorías del país, las voces de inoperancia y tensión sin fundamento, me preguntaba: ¿Por qué no se trabaja en lo mejor para recuperar la calma, en lugar de empeñarse en lo que nos complica la existencia?
No estoy expresando con ello que sea lo que me hubiera gustado, estoy poniendo de manifiesto lo que es necesario.
No me cansaré de recomendar que compréis el libro Sonetos desde el Hospital. Cuesta solo diez euros (cinco son subvención para la Asociación Española Contra el Cáncer). Y lo podéis recibir en vuestra casa (añadidos los gastos de envío)
Deja un comentario