Si hay una posición que ha caído en descrédito en nuestra sociedad, es la intermedia. No es una buena noticia. Los extremos (los extremismos) no se tocan más que para darse mamporros, y la ausencia de posiciones contemporizadoras, que deberían estar cubiertas por gentes capaces de ver matices positivos en parte y parte, favorece la crispación general.
Me cuento entre quienes perciben que, al igual que sucede en el ámbito económico (mayor concentración de la riqueza en menos manos, a pesar de que haya constatación de un incremento de la misma), la mayoría de los sectores de actividad humana han derivado en la concentración de los elementos más positivos -y, por compensación, de los negativos- en un porcentaje reducido.
Como en la economía, la mejora de los datos medios que señalan los indicadores habituales, no conduce a la sensación colectiva de mejor bienestar, sino a alimentar la sospecha de que algo importante está siendo omitido del análisis.
Varios tipos de la calle reflejan bien esta deriva social hacia la segregación de destilados en los extremos:
A falta de recomendación en las alturas, siempre ha sido importante tener mano con el bedel, conserje, celador de la cosa. Antes de que una propuesta de multa o sanción entre en el aparato triturador de cualquier Administración, aquel que pueda, le servirá mejor controlar su trámite con un pequeño toque -afectivo o económico- ante el funcionario de medio pelo que está encargado de darle trámite o al que le tocó custodiar, de momento, para que extravíe definitivamente el Expediente con la papela, que molestar a alguien más alto.
Por eso, con esto de la democratización que iguala por abajo, ha cobrado aún más importancia, la figura del tipo del gorro de plato, ya sea guardián de discoteca, encargado provisional del triaje en urgencias, mantenedor del orden en la cola de un supermercado. Estamos en una sociedad oficialmente más democrática, en la que todos tenemos nominalmente el mismo derecho al acceso a los servicios públicos. Pero no nos engañemos: lo que han cambiado son las élites que controlan el reparto de ese derecho a un trato igualitario, del que, naturalmente, los que pueden pagarse la opción de un servicio privado (pienso en la sanidad, pero no solo), ocupan un estadio especial, al que dedicaré también un comentario más adelante.
Si no tienes padrino (que puede ser el conserje del establecimiento, si es que no eres familia del presidente de la compañía), verás cómo te sobrepasan los nuevos recomendados. Si los parámetros de asignación fueran transparentes y objetivos, no habría nada que comentar; pero los mecanismos que establecen las prioridades son tanto o más arbitrarios que los de hace décadas.
Me parece que un “nuevo orden social” es principal causante de que los lugares de responsabilidad en buena parte de las entidades públicas estén ocupados por gente bastante incompetente, y que, al descender en la pirámide de autoridad, se encuentren con mayor frecuencia gentes desmotivadas, centradas en cubrir su expediente sin problemas, para llegar, en el camino hacia abajo, a la constatación de una nueva pirámide de autoridades extraoficiales, que son las que, por dejación o ignorancia de los que tienen cargos y obligaciones más altas, controlan parte del cotarro en beneficio de sus allegados y amigos, que cobran prioridad para el paso por el servicio público.
Otros tipos de la calle son la consecuencia de la pérdida de interés general por lo público, consciencia social para defender al más débil, y, por supuesto, de la falta de educación y ausencia de respeto a los mayores. Pruebe el lector a llamar la atención al jovenzuelo que, bote de spray en mano, encuentra placer en decorar con la muestra de su estulticia la pared de una casa, el pilar de un puente, una señal urbana o el portal de un escaparate. ¿Conseguirá la mínima muestra de arrepentimiento, despertará la vergüenza del delincuente menor? Quiá. La mayor posibilidad a la que se enfrenta es a ser insultado y, por supuesto, contará con la omisión, la pretensión de invisibilidad culposa de los testigos de la escena.
Un representante más de esta categoría genérica de tipos a los que importa un pito lo ajeno (material o inmaterial) son los conductores, al parecer terriblemente apresurados, que trasladan la posibilidad de no verse arrollado a la agilidad del peatón que cruza en paso cebra o se atreve a cruzar con luz verde para su trayectoria, pero intermitente para el vehículo. No tengo opción de realizar un análisis sicológico de estos homicidas potenciales y puede que hasta tengan apariencia y comportamiento normales cuando descienden del auto que les enajena, por lo que no descarto que estos tipos necesiten, para actuar con tal desprecio al otro, el complemento material de verse con un volante en las manos.
No crea nadie que esta falta de atención al otro, salvo para avasallarlo, es patrimonio de los más jóvenes. En absoluto. Las peleas (no siempre solo verbales) en las colas del supermercado o de la taquilla donde se venden entradas para cualquier espectáculo, no son infrecuentes. He sido testigo de rifirrafes incluso en la atención primaria, por un quince minutos más o menos, entre señoras y señores para los que, dada su edad, el tiempo no debiera parecer ya tan importante.
Tipos son estos, habitantes de las calles tortuosas de los barrios del Nomeimportas, a los que podría calificarse de subproducto sociológico del modelo que lleva a no conceder aprecio más que al propio yo y a tener por dogma sus mezquinas circunstancias.
(continuará)
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