Desconozco las concretas razones por las que Ignacio Sánchez-Cuenca se animó a escribir un libro con el interesante título de “La desfachatez intelectual” (Catarata, 2016), si bien reconozco que, a medida que avanza el año, yo mismo podría proponer múltiples sugerencias que justificarían profundizar en el atractivo tema. El autor, utilizando una manopla de hierro combinada con el cuchillo de desollar, atesta golpes y cortes a diestra y siniestra -aunque me parece que prodigándose más hacia la derecha-, a una selección heterogénea de “intelectuales españoles de mayor prestigio y visibilidad”.
La tesis de Sánchez-Cuenca, apoyada con contundentes ejemplos es que muchos de los que componen “nuestra clase intelectual” combinan “superficialidad y frivolidad, con prepotencia y tono tajante”.
Con solo la lectura del índice del libro ya se deduce que a Sánchez-Cuenca algunos de esos insignes encumbrados le merecen más atención crítica que otros. Félix de Azúa, Jon Juaristi, Javier Cercas, Antonio Muñoz Molina, Fernando Sabater o Luis Garicano merecen análisis más amplios, para resaltar sus incongruencias o sus presuntas simplezas, que otros como José Carlos Díez, Arcadi Espada o Agustín García-Calvo, para los que también hay estopa, pero con menos dureza.
La relación de expuestos desnudos a la crítica del catedrático andaluz es extensa, y algunos de los embolados y encapirotados, se citan de pasada. Hay frecuentes referencias a deslices de José María Aznar y Rodríguez Zapatero, y parecería que ambos tienen una propensión a meter la pata muy superior a las capacidades para enfangarse de Felipe González y Mariano Rajoy. Pero no deduzco que se les cite por su presunto prestigio intelectual, sino por ser referencia frecuente en comentarios de otros.
No soy proclive a conceder “prestigio intelectual” a quienes ocupan espacio en tertulias mediáticas, llenan columnas impresas o sientan sus posaderas encumbrados en cátedras. Todos cometemos en errores, y cuanto más decimos -sobre todo, si improvisamos-, peor lo tenemos. Solo que el que yerra no suele rectificar, (que era cosa de sabios), sino poner más tierra de incongruencias encima. Esto es, para mi, la desfachatez.
Resulta, además, prudente tener a la vista que si se critica, de forma, además, aviesa, como hace Sánchez-Cuencia, a la mayoría de los que tienen espacio público y público entregado, se expone uno a que lo pongan de chupa dómine al doblar la esquina. Por esa razón, no el sabio oficial no va desnudo, sino vestido de oropel y fantasía.
El catedrático Sánchez-Cuenca tuvo que pensar en todo esto antes de publicar su análisis. Por eso, ha elegido para sustentar su tesis ejemplos tan contundentes, que no me consta que haya recibido, hasta ahora, de los muchos nominados como frívolos e incoherentes, réplica alguna. Puede que alguno haya creído que el mejor desprecio sea no hacer aprecio, menospreciando que las citas tienen vida propia, y dicen mucho.
En conclusión, el autor ha abierto una vía de investigación que, con más trabajo de campo, puede conformar una enciclopedia de casos irrefutables sobre el hábito implantado en los foros oficiales de este país que ha hecho, que pertrechados en la desfachatez intelectual que se alimenta con avidez de la ignorancia ajena, ha llevado a decenas de falsos expertos a opinar sin tener idea sobre gran variedad de temas. Siendo la ignorancia supina, la intoxicación avanza hasta devenir incurable, contaminando hasta la certeza.
PS. Incorporo aquí la fotografía de una gaviota, posándose (aunque no se ve ni se intuye) sobre las olas. El ave oportunista, no lo hacía, en este caso concreto, para alimentarse de peces o desechos de comida ajena, sino para intentar tragarse un trozo de una boya rota. Anduvo ocupada en el inútil y peligroso empeño un buen rato, que amenazaba con ahogarla, hasta que desistió, tal vez decepcionada.