No quiero traer al recuerdo gratuitamente el bando de los alcaldes de Móstoles cuando, en mayo de 1808, promovieron al levantamiento contra la invasión francesa. Pero los hechos me convencen de que, en efecto, al trece de noviembre de 2020, la Patria está en peligro.
No voy a teorizar sobre las posibles acepciones del término, aunque dado el bajo nivel cultural al que ha descendido nuestra sociedad, permítame el lector culto que recoja, al menos, la primera definición que del concepto hace la Real Academia Española (por cierto: no la castellana, la española, la que trata de cuidar y dar esplendor a nuestra lengua vernácula)
“Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”
Se deduce de la definición que la Patria, para los redactores del Diccionario, está relacionado con la subjetividad, con el sentimiento del propio individuo. La decisión de pertenecer a una Patria determinada aparece motivada por la decisión personal de adscribir su devoción a un territorio, pero no uno cualquiera, sino aquel que se encuentra regulado como Nación, junto a otros ciudadanos que se consideran afectivamente coincidentes en la valoración del conocimiento de los hechos históricos, en el respeto a un sistema legal común.
Tengo claro que mi concepto de Patria española no coincide con los separatistas catalanes y vascos -y, si hay alguno, de cualquiera que confiese membresía con cualquier separatismo desde el más remoto lugar del territorio que es, para mí, España, mi país, mi tierra natal-. Mi patria no es la misma que la que esgrimen como propia, hasta querer convertirla en su feudo, quienes no respetan la Constitución ni sus leyes, y con mayor dolor, si lo hacen desde las instituciones, y muy en especial, si manifiestan su discrepancia desde el Gobierno, afirmando que no respetan la forma de Estado legítima y que se asocian con separatistas para aprobar unos Presupuestos que, dicen, los llevarán más próximos a su deseo de destrucción de la unidad nacional y al cambio de los principios que rigen nuestra convivencia y sistema económico.
No puedo permanecer impasible ante la desfachatez con la que algunos personajes, cuya catadura moral no puedo calificar sino con los términos más peyorativos, esgrimen como logro de gestión la alianza con los destructores de mi Patria, a la que han mancillado con frases y hechos, y cuyas espaldas siguen mojadas con la sangre de funcionarios del Estado, asesinados alevosamente con el pretexto de su locura anarquista, reaccionaria, incivil, criminal.
Mi Patria es un lugar de orden, de respeto, de colaboración institucional, de claridad en la comunicación con el pueblo, sin ocultaciones ni mentiras. Mi Patria tiene sitio para todos los patriotas -sí, el término no me asusta, me encanta- de buena fe, independientemente de sus ideas políticas, siempre que sean bien explicadas, coherentes y con clara exposición de las medidas que conducirán a la mejora de la situación general.
En mi Patria no tienen cabida aquellos que se consideren facultados para aprovecharse de los demás por razón de su privilegio o afinidad de clase.
No me importa, al contrario, proclamar la exclusión de mi Patria, la que amo y respeto, de aquellos que, desde los altos niveles económicos, tienen como objetivo acumular el máximo de riqueza para llevar las plusvalías generadas a paraísos fiscales, obviando su obligación de contribuir al crecimiento general pagando sus impuestos y reinvirtiendo, en lo posible, sus beneficios en nuevos emprendimientos.
Pero también excluyo de mi Patria, aquellos llamados populistas y a sus palmeros que, ya pertenezcan a los privilegiados puestos de funcionario o provengan de los más bajos estratos sociales, quieran hacer de sus reivindicaciones -incluso aunque fueran justas- una revolución, despreciando los cauces legales y parlamentarios para conducir sus exigencias. Porque no creo que la solución para el cambio social consista en destruir riqueza ajena sin ofrecer a cambio trabajo, esfuerzo y honestidad.
En esa Patria que amo, solidaria, internacionalmente conectada, apoyada en su imagen seria, serena y consistente por sus representantes y garantes oficiales, desde el Jefe del Estado a cualquiera de sus ministros, desde un Parlamento plural pero constructivo, con una Judicatura libre de ataduras políticas y sometida ella misma a la disciplina de la ley, de Ejércitos y Fuerzas de Seguridad coordinados y bien preparados para sus funciones, de empresarios activos y creativos, de profesionales preparados y estudiantes concienciados, hombres y mujeres sin otra distinción que su valía compromiso, tendré siempre puesta mi bandera.
Ahora mismo, la encuentro en peligro. Y mi preocupación mayor es que no se, no sabemos cómo salvarla.