Con regularidad, la prensa asturiana publica ideas, reflexiones y críticas de sabios locales acerca de lo que convendría hacer para recuperar la perdida bonanza de los años en que las empresas públicas -Ensidesa y Hunosa y el entramado de proveedores de servicios que creció a su abrigo- garantizaban el bienestar de locales y advenedizos, atraídos éstos por el calor del empleo bien remunerado.
Aquellos años son pasado, arrasado el sector industrial “pesado” debido a la crisis del carbón y del acero, situación dura que desequilibró la economía regional, a la que se añadieron, casi coetáneamente, la destrucción de la cultura agropecuaria tradicional (la tenencia de un par de vacas, huerta propia para cultivar algunas hortalizas y mantener un cerdo y algunas gallinas), la caída del sector naval en buques de recreo, los recortes inversores en Defensa, el aumento del precio de la energía y, ya más recientemente, la presión de la descarbonización (que sirvió para cerrar centrales térmicas, pero también para apuntillar la industria que utiliza de forma intensiva la electricidad, como Asturiana de Zinc o Alu Ibérica). Todo esto se agudiza con el singular arrinconamiento geográfico de la región, emparedada entre un mar no muy amistoso y una montaña poco accesible, alejada de los mejores mercados ajenos por una autopista de peaje, carreteras de montaña y una vía férrea a la que le falta modernización para conseguir ratios de transporte competitivos.
Mejor está Asturias en la comunicación por mar, pero los grandes puertos -Gijón y Avilés- han visto sus movimientos drásticamente reducidos, al estar vinculados a las cargas pesadas que tenían su fundamento en las actividades de los sectores siderúrgico y energético. Del tráfico aéreo poco se puede decir, salvo que es propio de un país de tercera.
Que la caída de los sectores industriales haya movido a las fuerzas vivas -estudiosos y políticos- a potenciar la región como un Paraíso natural, animando al turismo, a que descubriera rincones, comida, m0numentos, paisaje y paisanaje, es casi apelar a una obviedad. Asturias, a pesar del maltrato sufrido en lugares puntuales por la explotación minera de una hulla con demasiado azufre y cenizas y la producción de chapas y carriles con hornos que se alimentaban con coke y mucha energía, tiene mucho encanto.
Pero vivir del turismo no es suficiente y, como todo el mundo sabe, el pasajero errante es imprevisible, díscolo, y cambia de gustos según las modas y los bolsillos. Por eso, las cabezas pensantes de la región elucubran, una y otra vez, sobre la forma más conveniente, según ellos, de recuperar el Paraíso industrial perdido. El cóctel combina siempre, la mejora de las comunicaciones regionales con la meseta (en las alas está la poderosa y subvencionada industria vasca y la capacidad inventiva de los gallegos para sacar fruto de la pobreza), la motivación del emprendedor con ayudas y centros de activación empresarial desde la cuna y, en fin, la defensa numantina -hasta que se sucumbe por la fuerza del mercado- en las pocas empresas de relativo tamaño que aún subsisten, por el milagro de la exportación y la mano de obra cualificada, instándolas a diversificar su producción, innovar e invertir.
No tengo nada que objetar a tantos sabios colegas como los que han metido sus meninges en el pozo de la reactivación de una región de tamaño casi minúsculo. Estoy de acuerdo en la necesidad de la reactivación industrial, pero no creo que el futuro deseado se concrete con pequeñas actuaciones dispersas (aunque se esté promoviendo el aumento de los clusters y la colaboración empresarial.
Mi solución para la recuperación del Paraíso industrial perdido mantiene esta línea argumental: la región necesita una o dos grandes empresas, en otros tantos sectores estratégicos, que generen de partida unos cuantos (cuatro o cinco mil, para empezar) puestos de trabajo.
¿Dónde están estos sectores? Por la tradición industrial y minera, aunque se esta perdiendo a espuertas especialización, debido a las jubilaciones anticipadas que llevaron a la inactividad a excelentes profesionales a todos los niveles, creo que esos sectores de excelencia deberían estar en alguno de estos campos: la metalurgia de aleaciones especiales y su transformación, en la fabricación de materiales cerámicos y sus aplicaciones, en las aplicaciones duales para Defensa y sectores civiles, en la investigación y fabricación de soluciones para las enfermedades relacionadas con el aparato respiratorio, en la industria del mueble de calidad, en la generación y aplicación de soluciones para el ahorro energético en edificios, en la recuperación o demolición de ruinas, y, en fin, en la potenciación de la producción agroalimentaria, potenciando el aprovechamiento de los recursos naturales.
Cualesquiera que fueren las empresas elegidas para impulsar sectores estratégicos -siempre en colaboración pactada con la Administración central y para completar un mapa coherente de las Autonomías, en el que no se produzcan duplicidades despilfarradoras-, los desarrollos y aplicaciones han de estar apoyados en las TICs, y utilizando los avances de la robótica, en coordinación con la Universidad y sus departamentos más activos.
Si no existiera iniciativa privada para organizar esas grandes empresas activadoras, habrá que acudir al capital público-privado. Está bien el impulsar pequeños proyectos industriales (transformación de las grandes empresas en sectores o aplicaciones destruidas por la crisis, minería de subsectores como rocas y áridos, energías renovables en un campo ya m-uy saturado,…) y de servicios (bares, peluquerías, ferreterías, artesanos del cuero o de la madera…), aunque mi olfato empresarial -ya acostumbrado a la chamusquina-, vaticina que las expectativas voluntariosas chocarán con la realidad, saturada en unos campos y con poco recorrido en otros.
(continuará)
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