Se que no son tiempos para celebraciones y, muy seguramente, habrá lectores que piensen que conmemorar los cincuenta años de haber finalizado los campamentos de la milicia universitaria (entonces la I.P.S, la Instrucción Premilitar Superior) es un anacronismo.
Pero aquí está el hecho. Hoy, dos de octubre, los componentes de la Segunda Compañía de Zapadores de MontelaReina, teníamos previsto acudir a esta población zamorana para reunirnos, cumpliendo la promesa que habíamos hecho en ese mismo lugar hace cuatro años. No pude ser por el coronavirus, pero mantenemos la celebración virtual. Y este es el escrito que yo preparé para el acto, y que ahora tengo el gusto, y el honor, de difundir en este blog:
Queridos compañeros de la segunda compañía de Zapadores de MontelaReina, que hoy celebramos el cincuenta aniversario de haber terminado nuestro segundo campamento de milicias, obteniendo los despachos para hacer las prácticas de alférez o sargento:
Hoy es dos de octubre de 2020, el día que habíamos elegido para reunirnos. Nada hacía prever que, cuando hace cinco años, nos convocábamos para conmemorar este cincuenta aniversario, con la idea de una celebración que pusiera la nota de emotividad deseada por quienes, después de tanto tiempo, mantenemos lazos de amistad y compañerismo, una circunstancia externa lanzara al traste esta convocatoria.
Me refiero, claro, al Covid 19, un virus de dudosa procedencia y rápida propagación, muy peligroso, que obliga a llevar mascarillas, mantener distancias con las demás personas no convivientes y, en algunas provincias, supone actualmente, por su reincidencia, nuevos confinamientos a los que ya tuvimos en esta primavera. Implacable e inanimado enemigo destructor de nuestro propósito de celebrar de forma especial, peculiar, y para muchos insólita, una efemérides singular.
No estaremos, pues, hoy, en MontelaReina, ni habrá una visita a las deterioradas instalaciones para comprobar si, tal vez forzando los candados, encontraremos totalmente abandonados los lugares en donde hicimos instrucción o gimnasia, ni si quedará en pie algo del hogar del soldado en donde, alguna vez, adquiríamos con vales un cubata o unas latas como complemento al rancho-dieta oficial, ni tendrá sentido investigar entre la maleza si existen vestigios de las tiendas a cuya vera nos alineábamos cada mañana, somnolientos, al toque de diana, para recibir luego, en el cacillo en donde pondríamos luego el agua para afeitarnos a brocha, la dosis de un líquido parecido lejanamente al café y que según decía el clamor popular contenía bromuro para tratar de contener nuestra lívido juvenil.
No buscaremos pisadas de jabalí entre las zarzas, ni comprobaremos si seguirá un árbol creciendo en mitad de la piscina, en donde el capitán José Escolar, q.e.p.d. amenazó varias veces con hacernosña atravesar con todo el armamento y hasta con petates. No habrá comida de Hermandad, ni nos daremos abrazos reales, palmadas en la espalda, gritos y gestos de sorpresa al comprobar que, a pesar de haber envejecido seguimos siendo reconocibles. No habrá intercambio verbal feliz de recuerdos, ni palabras al terminar la comida, antes o después de la foto de grupo, tanto del que fue nuestro teniente Magín, hoy jubilado como coronel o general del Ejército (que ya no lo sé muy bien, y pido se me excuse), o de los que fueron alféreces en alguno de los dos campamentos, ni el brigada Peña hoy convertido en teniente honorario por mor de nuestra voluntad revolucionaria de los grados oficiales, entregará en mano los diplomas que ha mandado imprimir con fotos que nos sirvan para identificar cómo éramos o cómo somos.
Habrá, eso sí, llevados de la mano voluntariosa y firme de Antonio Fernández Peña, momentos especiales para recordar cómo fuimos y conocer mejor cómo somos, y espero de corazón que todos o la mayoría contribuyamos aportando anécdotas, pequeñas o grandes. También sería deseable que, en unas pinceladas, contáramos cómo estamos hoy, que es lo que nos preocupa o nos llena de orgullo, qué aspiraciones tenemos por delante y cuáles creemos cumplidas.
Nos gustará recordar, como si fuera un sueño con ribetes agradables, las veladas haciendo imaginarias envueltos en una manta que abrigaba poco, las partidas de mus que nos convirtieron a todos en campeones mundiales de ese arte de la baraja. Podemos reírnos de los golpes que algunos se dieron contra el caballo, el potro u otros instrumentos de tortura, hacer recuento de los que nunca tiraron una granada, porque supieron escaquearse a tiempo y de los que manejaron el cetme con la habilidad de una escopeta de perdigones. Espero que algunos refuercen con comentarios, anécdotas y fotos, de esas que todavía seguro que algunos guardan en sus álbumes secretos, muchos momentos de esos campamentos y, desde luego, la jura de bandera, con los padres, las novias o los hermanos aguardando a plena sol en la tribuna.
Algo se podrá decir, por supuesto, de los paseos nocturnos por la explanada para llegar a letrinas o aliviarse a medio camino, de los saludos a alféreces que llevaban un gorro de faena con una estrella tan gorda que les hacía parecer comandantes de inspección por el campo. Habrá momentos para reírnos de los exámenes de teoría de aquellos libros de tácticas y estrategias que había que saberse más bien mal que bien para poder disfrutar de un sábado y domingo libres, de las carreras para coger el autobús cada fin de semana a Galicia, a León, a Asturias o de los castigos sin poder salir por cualquier cuestión ya olvidada. Cómo olvidarse de los chiribiqueros, de los bocatas de tortilla, del vino amargo en bota de cuero, de las prácticas de tiro, de los asaltos a una loma que llamaban Jeroma, de las guardias, las marchas, los desfiles interminables bajo un sol de justicia y de las duchas liberadoras del sudor y del polvo.
Tendremos, desde luego, tiempo y muchas ganas para el recuerdo cariñoso, lleno de profundo respeto, con que honrar la memoria de los compañeros fallecidos y de los fueron mandos en aquellos campamentos que ocuparon dos períodos de vacaciones de nuestra juventud y que hoy no pueden estar con nosotros.
Me gustaría pensar que, a pesar la distancia física y las dificultades de conexión, todos los que estamos vivos de la que fue la Segunda de Zapadores, pudiéramos enviarnos hoy correos de felicitación, curiosidades, notas de amistad y afecto comunicando algo de nosotros mismos.
Las terribles circunstancias de la pandemia, que nos obliga a mantener confinamientos y distancias para evitar contagios añadido a que, además, resulta que estamos en edades de riesgo, no deberían amilanarnos. No ahora, claro, que no podemos estar juntos. Nunca, como filosofía vital. Nada podrá vencer la voluntad y propósito de lo que nos gustaría hacer, si no nos faltan las fuerzas físicas. Y nada nos impedirá llegar con la imaginación donde nos apetezca, porque ese es el principal privilegio de nuestra edad, haber ganado independencia mental.
Se, por el contacto que he mantenido y mantengo con muchos de vosotros, que aquellos años en MontelaReina, cuando teníamos envidiables edades en torno a los veinte años, estarán para siempre presentes en nuestro recuerdo. Por distintas razones, con distintas intensidades. Pero están.
El campamento, con su singularidad, incorporó a nuestra vida momentos especiales, que rompían o cambiaban de manera brusca los postulados de exigencia y mérito que nos guiaban para terminar nuestras carreras en las facultades y escuelas superiores. Dedicados como estábamos a estudiar, con la visión próxima del final de nuestros estudios universitarios, bastantes ya con novias con las que pensábamos en casarnos pronto, el campamento aparecía como una distorsión, una barrera, un incordio.
La vida del campamento resultaba para la inmensa mayoría, extraña, falta de alicientes, y era vista como una imposición. Muchas actuaciones aparecían fuera de contexto, inútiles y hasta estrafalarias, Había que madrugar, después de una noche agrupados en el calor y el olor de las tiendas, para desfilar en formación, dedicar horas al estudio de libros de tácticas y cálculo de trayectorias que parecían extraídos del túnel del tiempo. Además, había un fondo de incertidumbre. Debo recordar que España estaba en tensión con Marruecos y radio macuto difundía continuamente las falsas noticias de que nos iban a enviar a África. Tampoco la edad del entonces jefe de estado Francisco Franco evitaba especulaciones continuas sobre su muerte, con consecuencias para nosotros que derivarían en un largo confinamiento.
Ninguna de las predicciones fatalistas sucedió mientras vestimos el uniforme, aunque a algunos si nos tocó, ya como alféreces o sargentos provisionales, en los cuatro meses de prácticas, vivir de cerca algunas dificultades políticas. Yo, por mi parte, guardo un inmejorable recuerdo de las prácticas de alférez, en Palma de Mallorca, ya casado, de las que escribí una novela, Cómo no ganar una guerra.
Algunos acontecimientos, ocupados como estábamos en hacer las milicias, nos los perdimos. Mientras hacíamos el segundo campamento, en junio de 1970, se celebraba el mundial de futbol en México, en el que Brasil resultó campeón. Otros sucesos ocuparon páginas luctuosas y nos pasaron desapercibidos: el 3 de julio de ese año se estrelló un avión en Gerona muriendo 107 personas, y en Granada fallecieron 3 personas en un enfrentamiento con la policía. Ah, y el 29 de agosto, en la isla de Wight, se celebró el tercer festival pop que reunió a mas de 200.000 personas. En ese año, también, se promulgó la ley general de educación general básica que hacia obligatoria la escolaridad desde los seis a los catorce años. A no olvidar que, entre 1970 y 1973, todo lo concerniente al Sáhara Occidental fue declarado “secreto oficial” y, por tanto, motivo de especulaciones para los especialistas en crear inquietudes desde radio macuto.
¿Qué huella nos dejó el campamento? Cada uno debe encontrar su respuesta. En mi opinión, después de tantos años transcurridos, me parece que podemos estar seguros de algunas cosas. Nos enseñó a conocernos mejor, generando vínculos, mucho más duraderos incluso, que los que ya teníamos de nuestras escuelas o facultades, por el hecho de convivir tan de cerca y superar dificultades que no estaban relacionadas con los estudios, sino con circunstancias vitales más simples, pero que podían en algún caso servir como enseñanzas valiosas.
Hoy, cincuenta años después, me siento orgulloso de poder decir que estuve en Montelareina y que hice la milicia universitaria. Me ayudó, en alguna medida, a formarme como persona, a conocerme mejor y conocer mejor a algunos de mis mejores amigos, a superar dificultades, a perfeccionar la manera de encarar con decisión o paciencia los riesgos, a educar el cuerpo, a manejar y entender el funcionamiento de algunas armas, a cuestionarme y defender algunas ideas que no me había imaginado que no me había planteado, a sufrir con mayor estoicismo inclemencias del tiempo y de la vida, a sentirme orgulloso de pequeñas cosas. Me sirvió para entender mejor el concepto de Patria, de solidaridad, y de respeto a la ley y el orden.
Por supuesto, no fue el campamento el único elemento que me dio esas resistencias y cualidades, y tampoco fue, en general, el mejor. Pero hoy, con la perspectiva de la edad y el convencimiento de haber tenido que pasar por otros momentos que podría considerar, con mayor razón, perdidos o inútiles, creo que resultó un elemento más para conformar mi personalidad. Contribuyó, en una medida que no me atrevo a cuantificar, a que hoy pueda sentirme orgulloso de haber transmitido a mis hijos y a mis nietas la educación en valores. A valorar por encima de todo, el respeto a los demás, la idea de solidaridad con los compañeros con los que compartimos lengua, historia, tradición defectos y virtudes.
Por eso, me duele la deriva que estamos viendo en algunas personas que se dicen políticos, es decir servidores del bien público, trabajadores por el entendimiento común, que dicen no ser o no sentirse españoles, que combaten o desprecian la Constitución que es la norma básica para la convivencia de todos, que insultan la monarquía, que es la forma de Estado que tenemos porque así lo hemos elegido por inmensa mayoría. Me duele, además, no porque sienta en mi contradicción con los que se creen, de corazón, agnósticos, republicanos o escépticos. Me duele porque estoy convencido, porque así lo he vivido y lo defiendo, que juntos podemos más y que necesitamos destacar lo que tenemos en común, para mostrarlo orgullosos.
Hemos pasado ya una parte de nuestra vida con el resultado de habernos hecho respetar y querer de familia, amigos, subordinados, compañeros y jefes. Hemos luchado para vencer dificultades. Esa es hoy nuestra victoria. Somos supervivientes, y vencedores. Y tenemos con nosotros, en este momento de invocación y celebración a los diecisiete compañeros de la segunda de Zapadores, jefes o aspirantes que hoy no pueden estar aquí porque han fallecido.
Yo los convoco, y os digo, a todos vosotros, compañeros: todos estamos hoy presentes, unidos en esta alineación de recuerdo, cariño y respeto. Desfilando en apretado compás por el camino de la vida, que deseo que aún nos sea largo, fructífero, lleno de felicidad.
¡Viva España, viva el Rey, viva la Constitución! ¡Por compromiso y lealtad a la palabra dada, por la paz, el orden y la unidad de España!
Angel Manuel Arias
2 de octubre de 2020
Simplemente, y sin.más comentarios que no llegarían , ni de lejos a expresar lo que siento….!!!!!!!!!EXTRAORDINARIO !!!!!!!
Bueno…la amistad seguramente que obnubila tu juicio en este caso, pero…¡es tan bonito leerlo!
Excelentes reflexiones
Gracias, Carlos, por expresar tu opinión sobre mi escrito.
Como siempre muy bonito y emocionante. Buenas reflexiones . Un abrazo
Muchas gracias, Carlos. Un abrazo