Con un régimen de aguas y legumbre
sobrevivo entre compasión y llanto
fingiendo con rubor que todo aguanto
y que el sufrir lo tengo por costumbre.
Ignoro el plazo y hasta el cuánto
y al andar en completa incertidumbre
me someto al guardián por mansedumbre,
rindiendo fes y miedos al espanto.
Con esta oscuridad, que me deslumbre
cualquier luz y que tome hasta por santo
a quien me sonría desde la techumbre
sirve al tiempo de alivio y de quebranto,
que al buscar mi lugar en podredumbre
con solo no mirar, no me atraganto.
24 de marzo de 2020
(@angelmanuelarias, Sonetos desde la crisis)
La vida al paso deja mil secuelas
pues no olvida marcar cada momento
y donde encuentra vacíos, pone esquelas
sin que le sirve la muerte de alimento.
Acompañamos difuntos con las velas
que, indolente, al pasar, apaga el viento.
Me despojo del sombrero y de las suelas
y me entrego desnudo a hacer recuento.
Que es tanto mi dolor que nada siento,
-y duelen del riñón hasta las muelas-.
Pongo en cada muerto un triste acento
y guardo al caminar todas cautelas,
sabio que el tiempo, de no estar atento,
borrará por descuido las estelas.
25 marzo 2020
Ciudad de Santander, de noche. Muelle del Calderón, cerca del Paseo de Pereda. La imagen de un raquero, a punto de lanzarse al agua, se perfila contra las luces de la ciudad. Tiempos del pasado, detenidos por la magia de las esculturas de José Cobo Calderón. Por cierto, que esta concretamente fue arrancada el año pasado, dejándole solo los pies sobre el pavimento, en un acto de vandalismo miserable.
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