Doy por seguro que el lector ha sufrido, de niño, la tomadura de pelo del cuento de la buena pipa.
Una de mis abuelas, pretendiendo obtener algo de calma en las tardes otoñales en las que quedaba al tanto de la grey infantil, y ya agotado -supongo- el arsenal de cuentos conocidos que constituía el caudal del que disponía, solía recurrir a este último recurso, empezando la retahíla con algún atractivo prolegómeno.
-Vamos a ver, sentáos alrededor. Os voy a contar algo que me pasó. Anteayer, al volver a casa, me crucé con una señora que llevaba un cesto con una manteca y varias manzanas.
En caso como éste, todos rodeábamos a mi abuela, que tenía, desde luego, buena mano para contar historias.
-Yo conocía bastante a esa señora, pero no me acordaba de su nombre. Así que se me ocurrió un truco para conseguir que me dijese cómo se llamaba, que fue el cuento de la buena pipa. ¿Queréis que os cuente el cuento de la buena pipa?
Efectivamente, al unísono, el coro de niños decíamos que “sí”. Y allí empezaba la penitencia.
-Yo no os pido que me digáis que “sí”, sino que os pregunto si queréis que os cuente el cuento de la buena pipa -corregía mi abuela.
Cualquier frase que dijéramos sería inmediatamente incorporada a una cadena sin más límite que nuestra paciencia o la suya.
-Venga, abuela, empieza ya, -podía ser una de las formas por las que pretendíamos destapar el frasco de las esencias cuentacuentos.
-Yo no os pido que me digáis “Venga, abuela, empieza ya”, sino que me contestéis de forma precisa y exacta, si queréis que os cuente el cuento de la buena pipa -continuaba la simpática, pero implacable, torturadora.
En mi condición de hermano mayor y, por ello, menos dado a soportar trucos para aquietar provisionalmente a revoltosos, era siempre el primero en rebelarme, marchándome a leer cuentos de más enjundia a la habitación contigua.
Una tarde, sin embargo, en que las apariencias indicaban que se iba a reproducir el mismo asunto, se me ocurrió contraatacar.
-Abuela, por fin me han contado el verdadero cuento de la buena pipa -dije.
Mi abuela me miró y, sin pestañear, continuó: “Yo no os estoy pidiendo que me digáis: “Abuela, por fin me han contado el verdadero cuento de la buena pipa”, sino que me aclaréis si deseáis que os cuente el cuento de la buena pipa.
Yo tenía mi estrategia bien urdida.
-Resulta que, en un pueblo de pescadores, había un marinero que tenía dos pipas, una buena y otra mala, que tenía guardadas en un estuche. La buena, estaba hecha de madera de brezo, y la mala …-empecé.
-“Yo no os digo que me contéis que “Resulta que, en un pueblo de pescadores” y todo lo demás, sino que me…
Pero mi intención debía quedar clara, así que seguí:
-La mala estaba fabricada en madera de castaño, pero era mucho más bonita. Así que, si quería presumir pero no fumar, sacaba del estuche la…
Mi abuela se detuvo.
Fue uno de los primeros cuentos que imaginé. Podía, ahora, terminarlo de una manera inventada (no me acuerdo, ni siquiera, si lo que estoy contando podría haber sucedido así; seguramente, todo es producto de la imaginación).
Además, si le diera un final, no sería un cuento de la buena pipa, ¿verdad? Porque, ¿no querréis que os cuente el cuento de la buena pipa?
FIN
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