No se si entre los lectores de este blog son mayoría los que, especialmente en las cuestiones que afectan a las enfermedades graves -el cáncer, por ejemplo- prefieren confiar en que los oncólogos y especialistas que les atienden en su patología, sin intentar conocer cuáles son -aunque fuera de manera sucinta- los fundamentos del tratamiento que están recibiendo.
Mi curiosidad me lleva, como un imán, a tratar de entender qué es lo que sucede en mi organismo, en especial, en relación con los tumores que padezco. Voy, por lo demás, bien servido. Esta actitud me lleva a buscar entre los avances científicos -acelerados, potentes, muy activos, numerosos- aquellos que sitúen mi patología en los niveles del conocimiento actual y sus tratamientos óptimos.
Como ya hice notar en otras ocasiones, dependemos en España, en gran medida, de las farmacéuticas: ellas son las que invierten en investigación oncológica, que orientan a la obtención de beneficios. Existen en nuestro país algunos centros de investigación genómica que permiten aventurar interesantes resultados futuros, además de generar la capacidad actual para interrelacionarse con investigadores de los centros punteros, servir de contacto cualificado con las farmacéuticas y tratar de formar equipos propios. La experiencia clínica de nuestros oncólogos es fundamental para entender mejor las consecuencias de los procesos terapéuticos en cada paciente y dudo que en el exterior nos ganen en empatía con el paciente y capacidad de aprendizaje.
Hace unos días recibí información sobre el análisis genómico de la biopsia de mi tumor vesical, uno de los dos que padezco. La muestra biológica puso en evidencia que tengo pérdida de la enzima PTEN (fosfatidilinositol.3,4,5-trisfosfato 3- fosfatasa) que actúa como catalizador en la reacción de hidrólisis del grupo fosfato del carbono 3 del trisfosfato, en la que se libera fosfato y se trasforma en bisfosfato. La pérdida o mutación de esta enzima es un indicador tumoral, que está presente en el 20% de las muestras tomadas en la prostatectomía radical y en el 50% de los tumores resistentes a la castración (el mío).
La pérdida de PTEN y, por tanto, de su funcionalidad, lleva a la activación del proceso PI3K-AKT, pues el gen es regulador principal del mismo, en cuestiones clave como el crecimiento celular, el metabolismo, la motilidad, la supervivencia y la apoptosis (la muerte celular programada. La activación aberrante del proceso PI3K/AKT promueve la supervivencia y proliferación de las células tumorales en muchos cánceres humanos.
El papel de este proceso es clave en los cánceres de próstata, en particular, en asociación con la detección del receptor de andrógenos. (AR). El receptor de andrógenos es un factor de transcripción nuclear, multipresente, que en ausencia de ligante permanece en el citosol ligado a las proteínas de choque térmico. Muchos ligantes actúan con el , aunque los ligantes nativos son los andrógenos y la testosterona. El AR es necesario para la proliferación, supervivencia e invasión en los procesos cáncer de próstata, aunque se desconoce aún el mecanismo en que se pierde el equilibrio entre la proliferación y la muerte celular en las células tumorales.
Las PI3K son una familia de kinasas que regulan las actividades anabólicas y catabólicas de la célula a través de la fosforilación de los grupos hidroxilo. La activación del proceso PI3K está presente en el 30% de los cánceres primarios de próstata y en el 60% de los cánceres de próstata resistentes a la castración. El reconocimiento de este papel ha conducido al desarrollo de inhibidores específicos, como la abiraterona/prednisona y el ipatasertib, en algún caso en combinación con docetaxel. Lamentablemente, en pocos meses, los pacientes desarrollan invariablemente resistencia al tratamiento.
La investigación, pues, prosigue para vencer estas dificultades, con nuevos fármacos y en la selección de tratamientos que sean específicos a las características genómicas concretas de cada paciente.
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