Desde que estamos investigando en qué consiste en realidad la democracia, no faltan indicios de que la cuestión puede ponerse cuesta arriba. Un síntoma preocupante es que los diferentes planes de estudio de la enseñanza primaria, se empeñan en incluir una asignatura o materia educativa a la que se concede carácter capital, que ha recibido diferentes nombres. Aunque la materia principal no cambia, los niños reciben máximas y consejos sobre conceptos tan flexibles como educación para la ciudadanía, formación para la convivencia social, respeto a los demás, cuidado del medio ambiente, etc.
No tengo a la vista libros de texto u orientación sobre los contenidos educativos con los que se cubre la enseñanza de un aspecto tan fundamental en la formación infantil y juvenil, pero no dudo que incluirá el respecto a las creencias y expresiones religiosas de los demás (cuando no interfieran con la libertad de otros y, desde luego, no pretendan alimentar el odio contra quienes no practiquen el mismo credo); debo imaginar que, como ejemplo concreto del respeto debido a la ley y a las disposiciones de las Administraciones, tendrá lugar especial el conocimiento de los límites del derecho de propiedad y la obligación de proteger a los propietarios o poseedores en su uso y disfrute razonable (y habrá que expresar algunas ideas sobre la interpretación de los términos abstractos o de aplicación polémica, como “razonable”, “importante”, “sustancial” o “perjudicial”, por ejemplo).
Dada la propensión de ciertos pequeños a abusar de los más débiles -ya se apuntan maneras de adultos en algunos-, los diligentes maestros, motivados o no, vigilarán que no se den en las aulas y durante los recreos muestras de avasallamiento, marginación, vejación o desprecio, así como que se abortarán los intentos de formar grupos en torno a cabecillas y rebeldes, con el objetivo único de doblegar por la fuerza de la masa desbocada, talentos, debilidades físicas o habilidades despuntadas.
Por intensas que sean las enseñanzas, y complejos los programas de esa disciplina académica transversal que atienden a la formación integral de nuestros educandos querubines, la realidad que puede observarse es que no ha calado demasiado en los espíritus de la mayoría, que, cuando ya empiezan a distinguirse las pasiones y las apetencias sexuales, se rige fundamentalmente por el menosprecio a la mujer (de la que ella misma se convierte en objeto ofrendado, con exhibicionismos de sus cuerpos juveniles que no encuentran explicación), no puede sustraerse al principio elemental de “el que venga detrás, que arree”, en botellones que arrasan el espacio y en aglomeraciones que no buscan el placer intelectual sino el pasar el tiempo grupalmente, etc.
Puede que los frutos de esa propuesta educativa no sean tan fáciles de obtener, porque la sociedad está contrarrestando continuamente los buenos principios con ejemplos del éxito de los que aplican los contrarios. No tiene que ver con la crisis económica ni con la pobreza, salvo con la intelectual.
En lo ambiental, cualquier zona, independiente de su valor ecológico oficial, es susceptible de funcionar como vertedero. Los mares, ríos, arroyos y lagos, son objeto de continuas amenazas de degradación, que periódicamente se consolidan con destrucción masiva de la fauna. Los lugares previstos para entregar residuos urbanos pueden servir para dejar abandonados los artilugios más diversos, no importa que sean de obligada recogida por entidades especializadas o claro muestrario de cómo una empresa o un ciudadano particular pueden, con su negligencia o desprecio, afectar al coste de la retirada de residuos, encareciéndolo. ¿Se ha mejorado? Sí, pero poco.
En el plano simplemente ético (pero, desde luego, no desgajable de lo estético), los medios de difusión se encargan de ensalzar situaciones, personajes y tipos extraídos de la profundidad de la miseria humana, poniéndolos a la exposición del espectador, que tendrá difícil escaparse de la babosidad que impregnan sus historias, que parecerían inventadas, sino fuera porque se entroncan perfectamente en la vida real de sus protagonistas.
La enseñanza y el ejercicio de la educación para la convivencia debería abarcar también, de forma ejemplar, las actuaciones de todos los representantes públicos. La agresividad verbal sin sentido, la exposición petulante de la ignorancia esgrimida como verdad irrefutable, la mentira consciente y nunca desmentida, la descalificación de contario, el aprovechamiento egoísta de la condición pública, el despilfarro de los bienes comunes, la apropiación privada de lo que es de todos, la toma de decisiones relevantes sin consultar a los que saben (guiados por la intuición, la cerrazón mental o la desinformación culpable) son simples ejemplos de lo que se deduce del comportamiento de los que debería dar ejemplo de convivencia.
Pertenezco a una generación en extinción -no solo por edad- que no tuvo ocasión de estudiar ni educación para la convivencia, ni defensa medioambiental, ni respeto a los mayores ni tuvo ocasión de ser animado a cumplir con el propio deber. Nunca se nos explicó más allá de que era necesario saber para defenderte en la vida, es decir, subsistir.
Tuvimos mucha suerte. Cedíamos el asiento a las personas mayores, escuchábamos en silencio lo que decían sin intervenir, íbamos a misa los domingos y fiestas de guardar, jugábamos al fútbol en la calle, teníamos una onza de chocolate por merienda, veníamos de una familia numerosa, no sabíamos lo que era el lujo ni falta que nos hacía, sabíamos de carrerilla las comarcas y los pueblos de toda España, nos sonrojamos la primera vez que vimos a una mujer desnuda al natural, creímos en el pecado y la vida eterna y en las bondades del franquismo y lo malo que eran los norteamericanos. Hasta que se nos cayeron muchas falsas verdades, pero supimos por qué. Nadie nos las dio ya machacaditas, sin ocasión de discutirlas o aprender de su trasfondo.
Educación para la ciudadanía, ¡la tribu ha dejado de enseñarte!