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Cuentos para Preadolescentes (9)

12 febrero, 2023 By amarias Deja un comentario

Dado el éxito que alcanzan estos Cuentos, pensados para abrir un debate entre niños que están a punto de entrar en la adolescencia, incorporo un par de ellos en este Comentario.

Los peligros de investigar sin método ni conocimiento, solo por curiosidad

Adolfito Casero era un niño inquieto, intuitivo, rebelde. Normalmente, se aburría durante las clases, que pasaba, entre bostezo y bostezo, pensando en las musarañas, aunque apostaría doble contra sencillo que no había visto una sola en su vida. Ah, pero cuando correspondía ir al Laboratorio, en una disciplina de título algo confuso que era Talleres y Electricidad, el ánimo de Adolfito cambiaba de inmediato.

Mezclar en una probeta dos líquidos incoloros para que se transmutaran en un bello azul turquesa, era cosa de magia. Tenían prohibido encender los mecheros bumsen, salvo bajo la tutela directa de la profesora, y habían hecho pruebas fundiendo vidrios, doblando pipetas a formas muy bonitas.

Estaban aquella mañana cambiando la resistencia del filamento de una bombilla, y se maravillaban de que la luminosidad fuera diferente.

-A más resistencia, menos intensidad, menos luz -ilustraba la profesora, doña Rogelia, que estaba deseando que la clase terminara. Era una mujer de temperamento rígido, poco dada a los derroches de imaginación y rebeldía de los preadolescentes de primer curso.

De pronto, recibió una llamada al móvil. Era la asistenta, que estaba, también al cuidado del pequeño Nicolás, de un año y medio.  ¿Qué habría pasado?

Salió de la clase, para obtener mejor cobertura, dejando a Carlota encargada de vigilar el buen comportamiento de sus compañeros.

Adolfito tuvo , justamente entonces, un ataque de curiosidad, y preguntó a Mario, que estaba a su lado y pasaba por ser el más listo de la clase.

-¿Qué pasa si metes los dedos en un enchufe?

Mario le miró con cara de susto y contestó lo que le parecía obvio.

-Que te mueres.

Pero Adolfito era de otro parecer.

-Qué va. El peligro es para los bebés. ¿No ves los protectores de enchufe que tienen en las casas cuando hay niños pequeños? A los adultos no nos pasa nada y voy a probarlo.

Dicho y hecho, metió dos dedos en el enchufe. De inmediato, las luces del laboratorio se apagaron. Se oyeron algunas voces y ruidos por el pasillo.

Pero lo más curioso y hasta divertido. era ver a Adolfito. Tenía la cara pálida. El pelo de la cabeza se le había erizado como un puercoespín. Y olía bastante a carne quemada.

-¡Qué guay! ¡Mola! -dijo, por decir algo.

Carlota se había caído de la silla. La primera en llegar fue la profesora de segundo C.

-¿Qué pasa aquí? ¿Qué habéis hecho?

Doña Rogelia apareció inmediatamente después, se hizo cargo como bien le pareció de la situación y, antes de caer en un ataque de nervios, cogió del brazo a Adolfito Casero.

-Te vienes a ver al director. ya. Y tú, Carlota, me explicas qué pasó.

Por el pasillo, se fueron los tres, a paso rápido. Doña Rogelia trataba de disminuir, apretándolo con las manos temblorosas, el volumen de pelo crespo de Adolfito, que se había inflado como un globo.

Todas las puertas de las aulas se habían abierto y asomaban profesores y alumnos, que no paraban de hacer especulaciones sobre lo sucedido.

-Ya veréis si se entera la inspección académica- comentó alguien, en voz suficientemente alta para que Rogelia Martínez lo oyera al pasar.

-Ay, ay, ay -solo acertaba a decir, y también:

-Se te va a caer el pelo, Adolfito. Estoy hasta el gorro de tus ocurrencias.

Pero a Adolfito no se le cayó el pelo y, cuando los  cabellos perdieron carga eléctrica, aún permanecieron oliendo a cuero quemado un par de días, pero el niño pudo volver a peinarse con el flequillo de siempre.

Recuperando un neumático

Casi todos los domingos, como todavía no había agua corriente en la casa del pueblo en donde pasábamos los tres  meses de vacaciones, mi padre llevaba a los tres mayores al río, para disfrutar de un par de horas de distensión, chapoteando y haciendo aguadillas.

Había generalmente unas jóvenes lavando la ropa y, después de enjabonarla y aclararla bien, tendían las sábanas y ropa blanca sobre los matorrales junto a las piedras de la orilla, para que se secaran al sol.

Aquel día, mi padre trajo un adminículo muy especial, con el que nos prometíamos la mejor diversión: una cámara interior de un neumático de camión, que inflamos con una bomba para bicicleta.

Era una gozada y, como era el mayor de mis hermanos, pronto me hice con la posesión del artilugio. Iba de acá para allá, teniéndolo por una barcaza a mi medida.

De pronto, me pareció que, desde la orilla, las mujeres que estaban lavando me gritaban algo. Al fin, entre aspavientos y gritos, entendí lo que querían decirme:

-¡Angelín, ten cuidado con los rabiones! ¡La corriente es muy peligrosa!.

En efecto, estirando el cuello por encima de mis piernas y levantando algo el culo embutido en el neumático para ver mejor, pude comprobar que, en mi estúpida distracción, llevado por el arrobamiento, me había metido de hoz y coz en un fiero rabión, que me estaba llevando rio abajo hacia las rocas contra las que acabaría estrellándome en cuestión de segundos.

Guiado por el miedo más que por la pericia, abandoné de inmediato el flotador y no se si a brincos, brazadas o saltos de gigante sobre las piedras, llegué a la orilla. No pensaba más que en no perder de vista la rueda, por lo que corría, a todo meter, aunque no tardé en percatarme que nunca la alcanzaría.

Así que, resoplando y muy compungido por haber perdido la goma, desanduve el camino río arriba, encontrándome casi de bruces con mi padre que, sin haber  visto el final de mi peripecia, temiendo que me hubiera ahogado,  no sabía si llorar o reir.

Solo había yo empezado a balbucear mi escusa:

-Perdona, papá. No pude atrapar el neumático…

Me encontré con la bofetada que, sin poder contenerse, mi padre me propinó, al tiempo que explotaba en un exabrupto. Creo que nunca había visto a mi padre tan enfadado y, fue la única vez que me pegó.

-¡Eres idiota! La rueda no vale nada. Lo que temí hasta hace un rato haberte perdido para siempre.

Nos abrazamos llorando, para reencontrarnos con el resto de la familia y las lavanderas, que se alegraron mucho de volver a verme.

 

 

Publicado en: Sin categoría Etiquetado como: bañarse, cuentos, cuentos para preadolestentes, electrocutado, enchufe, Neumático, río

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