La recepcionista observó de arriba abajo al hombre que tenía ante sí. Aparentaba tener unos cincuenta y tantos años, y, a pesar de la petición que le había formulado, parecía normal. Pacífico. No lo había visto antes, no tenía características físicas resaltables, estaba correctamente vestido -no había pirsíns en sus orejas, no llevaba pantalones a media pierna o chancletas-.
-Disculpe, no entendí bien su nombre. ¿Se llama usted…? -dijo la joven, para ganar tiempo. El visitante había solicitado ver al Presidente del Partido, pero ella tenía órdenes estrictas de no dejar pasar a nadie que no perteneciera a la Junta Directiva. La Ejecutiva estaba reunida desde primeras horas de la mañana discutiendo los puntos fuertes del programa electoral que se presentaría a los medios de comunicación, que habían sido convocados para la rueda de prensa a la una de la tarde.
-Me llamo Ciudanelo Concientrado -dijo, pausadamente, el desconocido.
-¿Y el motivo por el que desea ver al Presidente es…?
El Sr. Concientrado expresó su propósito con naturalidad.
-Como le dije antes, quiero presentarme como candidato a las próximas elecciones.
La señorita recepcionista repasó, como si pretendiera la confirmación, lo que ya había escuchado con anterioridad, resaltando lo que le resultaba de una incongruencia insalvable.
-Pero usted me ha dicho que no es miembro del Partido, ni conoce a nadie de la directiva..´.
-Puede añadir algo más -indicó Concientrado- no tengo ni idea del programa de este Partido, ni me interesa. Solo quiero presentarme ante quien tenga la autoridad en esta organización para ofrecer mi candidatura como cabeza de lista a las próximas elecciones. Eso sí, con una condición: será con mi propio programa.
La joven se fijó entonces en que el individuo tenía en la mano un folleto de colorines en el que, por lo que podía intuirse, figuraban varias frases escuetas, escritas con letras bastante grandes. Perfeccionó su impresión inicial de que, a pesar del aspecto normal, el tipo debía estar mal de la cabeza.
Concientrado parecía haber tomado carrerilla en la expresión del propósito que le había guiado hasta allí, porque continuó, -haciendo caso omiso de lo que, como cualquiera habría descubierto, era una oposición formal de la empleada-, dando sus explicaciones:
-Usted no me conoce, y no creo que me conozca tampoco ninguna de las personas de la Ejecutiva de la agrupación política que le emplea como recepcionista. No se ni quiénes son. Tengo sesenta y un años, he conseguido una posición desahogada como profesional. No tengo necesidades económicas ni ataduras empresariales, personales o políticas. No debo nada a nadie. Estoy al cabo de todas las calles y enfocando ya la etapa final de mi vida. Por eso, he creído que ha llegado el momento de devolver a la sociedad los réditos de lo que me ha dado, ofreciéndole mi visión de lo que habría que hacer para solucionar los problemas actuales.
La joven respiró, aliviada, al advertir que Jorgesindo de la Dehesa, el responsable de Relación con los Media, acababa de salir de la Sala de Reuniones para tomar aire.
-Sr. de la Dehesa, ¿tiene un momento para atender al Sr. Concientrado? -preguntó, al vuelo.
-Lupicinia, sabes que estoy muy ocupado, no tengo tiempo para..-se excusó el interpelado.
Concientrado le tendió la mano.
-Mi mensaje es directo, Sr. de la Dehesa. Quiero ser cabeza de lista de su partido en las próximas elecciones. Traigo mi programa, y solo necesito un partido para ganar. He elegido el suyo porque figuran ustedes como uno de los tres que están igualados en las encuestas, aunque con la particularidad de que aún no han dado a conocer su programa. Eso me interesa. Se trata, al fin y al cabo, de evitar el desgobierno que provocarían tres programas, tres alternativas igualadas en representación…
El Sr. de la Dehesa echó una mirada de escrutinio sobre el personaje.
-Lo siento, Sr. Concentriado -(Concientrado, le corrigió el interpelado)-. Estamos justamente ahora decidiendo los puntos claves de nuestra oferta electoral, y estamos muy apurados. Además, como comprenderá, las listas están cerradas.
-Ahí está el punto -incidió el extraño-. Mi propuesta no tiene ninguna contaminación política, por lo que no me importa quiénes vayan conmigo en la candidatura. Incluso, sería deseable que fueran ciudadanos anónimos, desconocidos. No caiga en el error, sin embargo, de pensar que mi programa carece de carga ideológica. La tiene, y mucha. Pero me resultaría inaceptable que no pudiera ser asumida por un partido que pretendiera gobernar para la mayoría. Ofrezco mi experiencia, mis conocimientos y mi capacidad.
-Todos los candidatos…- intervino De la Dehesa; quería decir algo respecto a que ese era el espíritu que guiaba a los seleccionados por la lista de su partido. Pero Concientrado estaba embalado.
-Todos los candidatos -dijo, utilizando su comienzo de frase- se centran en temas marginales, con ideas de poco contenido y sin exponer soluciones: ¿la corrupción de los demás partidos?: no me interesa; ¿lo bien o mal que lo hacen o va a hacer los demás?: es una petición de principio o una opinión sin refrendo formal. ¿Dónde están las fórmulas concretas para solucionar el problema del paro? ¿Aumentar impuestos? ¿Incrementar el consumo? ¿Animar a que todo el mundo invierta sus ahorros?: todo lo que se propone tiene partidarios y detractores. Por no hablar de lo que no admite discusión: ¿Proteger el ambiente? ¿Generar más recursos? ¿Mejorar el poder adquisitivo? ¡Claro! Pero no me digan lo que hay que hacer, sino cómo hacerlo.
-Puedo estar de acuerdo con Vd. en el análisis, pero no en el diagnóstico -admitió el Sr. de la Dehesa, por decir algo-. Nosotros estamos, justamente, analizando las propuestas para resolver las cuestiones que preocupan a la sociedad, y le aseguro, que nuestra voluntad es…
-Conozco esa forma de argumentar, pues es la que hemos oído muchas veces. Pero, le repito:¿saben cómo hacerlo? -la pregunta resultaba insolente, pero el Sr. Concientrado, continuó, sin esperar la respuesta del otro-. Estoy seguro de que no, pero no se preocupe. Nadie tiene la respuesta perfecta. No existe mente humana que pueda pretender tenerla. El futuro es esencialmente imprevisible, depende de demasiadas variables que no controlamos, y la historia demuestra que el ser humano no sabe hacer predicciones infalibles. En mi programa, del que le hago entrega en este momento oficialmente de una copia -le alargó un ejemplar-, indico la fórmula de encontrar las respuestas. No digo que las tenga, sino que sé la manera de detectarlas en el camino.
Al Sr. de la Dehesa aquellos papeles le tenían sin cuidado. Los recogió, aparentando comprensión y un interés formal, y, con tono afable, le indicó algo así como “Muchas gracias, lo estudiaremos con atención”. Se disponía a volver a la sala de Reuniones, en donde suponía que ya estarían inquietos por su ausencia.
Concientrado no era tan fácil de desviar.
-No tengo la menor idea de si ustedes pretenden enfocar su programa con base a proponer aumentar los impuestos a los más ricos, animar algo al consumo, invertir aún más en quién sabe qué infraestructuras, privatizar más, reducir hasta donde les parezca el gasto público, disminuir o congelar las pensiones, cambiar el plan educativo o la forma de impulsar la investigación, aumentar o eliminar las prestaciones sociales o, simplemente, piensan que les bastaría con salir del paso con cuatro obviedades, y tener suerte de despertar la simpatía por su candidato en algún debate televisivo, para conseguir la mayoría en las elecciones y dejar pasar otros cuatro años confiando en que la coyuntura mejore y alardear después de que ha sido gracias a su programa…
De la Dehesa farfulló algo. No se le entendió.
-Me he tomado la molestia, aunque lo he hecho con gusto -prosiguió Concientrado- de reunirme con más de doscientas personas de los más diversos sectores -empresarios, defensores ecológicos, parados, funcionarios públicos, jóvenes con ideas, profesores universitarios, jubilados, sí,…, también algunos políticos…- y he sacado mis conclusiones, que están aquí, en este programa. Todo el mundo tiene alguna idea, pero su coincidencia mayor es echar la culpa a alguien distinto de ellos mismos, acerca de lo que está pasando.
De la Dehesa, que no quería aparecer como insolente, se había detenido en su marcha por el pasillo. Concientrado se animó a contar algo más:
–La clave de este programa, como le decía, es que no hay programa, sino el compromiso de que todas mis actuaciones serán transparentes para la totalidad de los ciudadanos. Concibo la política como un servicio, no como una profesión, ni como una carrera de obstáculos. Los que colaborarán conmigo serán personas que no estarán preocupadas ni por su salario, que no tendrán, ni por aumentar sus méritos, porque ya no los necesitarán. Ofrecerán sus capacidades. Todas nuestras reuniones, las de todo el Gabinete, serán públicas. Cuando nos reunamos con cualquier agente social o económico, todo el mundo podrá valorar lo que proponemos que se haga, o se deje de hacer y conocerá directamente las resistencias, si las hay, o las propuestas, si se les ocurren, de los que opinen lo contrario. Como en el programa solo ofrezco capacidades, ya que los objetivos serán de toda las sociedad, pondremos en pie una actuación flexible, adaptativa, coherente con lo que se crea mejor en cada momento y, por todo ello, estrictamente revolucionario.
Al Sr. de la Dehesa, que llevaba ya veinte años como responsable de Prensa, se le ocurrió algo:
-Sr. Concientrado, eso que propone es una solemne tontería. ¿Transparencia, dice? ¿Para qué? ¡La política es una profesión! ¡Su programa carece de ideología! ¡Hace falta un programa, se cumpla o no se cumpla, porque la gente tiene que saber qué vota! Y permítame que le diga una clave, algo sustancial: ¡Hay que vender optimismo, soluciones, aunque sean quiméricas! Su idea de una candidatura sin programa es infantil, no tiene viabilidad. Es…ridícula.
El candidato incómodo sonrió tristemente.
-En realidad, no esperaba otra respuesta. No es el primer partido que visito hoy. Todas las personas con las que me he entrevistado, me han expresado más o menos lo mismo, y con ello, confirmo, lamentablemente, lo que sospechaba, y, con base en ello, tomo mi decisión.
-¿Qué sospechaba? ¿Qué decisión ha tomado? -no pudo evitar preguntar, curioso, el Sr. de la Dehesa. La señorita recepcionista, que había estado atendiendo al teléfono exterior, y solo había seguido parte de la conversación, sonrió mecánicamente.
-Votaré en blanco en estas elecciones. Seguiré haciendo mi trabajo lo mejor que pueda, pero que ningún partido cuente conmigo para respaldar su incapacidad de ser transparentes, humildes, adaptativos.
El candidato incómodo dio media vuelta, y sin decir más palabras, se fue tranquilamente por la puerta, dejando al responsable de Relación con los Media, aliviado.
-Hay por ahí cada personaje…-comentó a Lupicinia, ya mientras entraba de nuevo en la sala de Reuniones donde se siguió perfilando el programa electoral del partido.
Los tres partidos principales obtuvieron un número similar de votos, y, en la negociación posterior a las elecciones, se repartieron las carteras ministeriales.
FIN