“Marchaban los troyanos, semejantes/a ovejas de un rebaño numeroso/que en establo de rico ganadero/mientras de su blanca leche las ordeñan/balan y balan sin cesar si escuchan/la angustiada voz de sus corderos.”(1)
El asunto es tan viejo como el hombre en el mundo. Aquí tiene que haber, como en todo gremio, manada, rebaño o situación, alguien que dirija. Podrá ser el mejor, el más sabio, el más osado, o alguien que pasaba por ahí y fue confundido con enviado de los dioses. Lo importante es que sea aceptado por el grupo como el conductor de la grey.
Porque de esa forma, si el tropel de seguidores, dirigido de forma equivocada o por producto del azar, se despeña, cae en manos de las fieras, o se pierde en las selvas del acontecer, los que sobrevivan tendrán a quien echarle la culpa y, enterrando su memoria con anatemas y odios, no tardarán en olvidarse de lo que les pasó y cómo se les indujo a tal descalabro.
Por el contrario, si por haber acertado en la guía, o por producto del azar, las huestes encuentran la salida a sus males, venerarán al caudillo como un dios, le atribuirán aún más historias, batallas y victorias, y generarán con el paso del tiempo la leyenda que, trasmitida de padres a hijos por generaciones, acabará desdibujándose de tal modo, que no la reconocería ni el más avispado de los exégetas.
¿Tiene esto que ver con la democracia? Entiendo que sí, en especial para los que no creemos en ella. Ahora que está tan de moda confesarse como demócrata, por haber atribuido a la democracia la solución a todas las encrucijadas, reconocer que no se es de ese pelaje, merecerá la condena por perjuro, canalla, idólatra y egoísta pendenciero.
No me veo así, y por ello, me permito acusar, por mi parte, a los hipócritas que defienden la democracia en todos los momentos en que se deben tomar decisiones. Creo que el aforismo de “un hombre, un voto”, debe ser terriblemente matizado. No creo siquiera en esa apelación, de signo mágico, al supuesto de que “el pueblo nunca se equivoca”.
Podría citar miles de ejemplos en los que no sometería a referéndum una situación y otros cuantos en los que, si me aventurara a hacerlo, lo haría entre pertenecientes a grupos muy selectos. En técnica, en medicina, en economía, en sociología y… sí, incluso en política.
Pero este comentario es ya demasiado largo. Además, tenemos experiencia muy reciente del para qué nos ha servido. Y, o mucho me equivoco (y así lo desearía), o la aumentaremos a la vuelta de la esquina.
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(1) La Iliada, Homero, Libro IV, versión libre de este aprendiz, utilizando como base la estupenda traducción del griego de José Gómez Hermosilla, Librería de Perlado, Páez y C (1913)