Cuando el príncipe Felipe, actualmente Rey de las Españas amenazadas de descomposición, fue nombrado Jefe de Estado, fueron muchas las voces -no solamente de monárquicos- que expresaron que era “el más preparado de todos los Reyes que había tenido España”.
Esa era también la opinión de su padre, hoy Rey emérito, Juan Carlos, que había reiterado en varias ocasiones que era “el príncipe mejor preparado para su función de Rey de toda Europa”.
Bajando el listón al pueblo llano, existe amplio consenso, entre educadores y padres de educados, que la actual juventud española (ampliando benévolamente el abanico de edad hasta los cuarenta y tantos) está mejor preparada que sus antecesores en el calendario.
Mi insolente pregunta es ¿Preparados para qué?. El futuro nunca ha estado tan oscuro y, frente a la obsesión por mejorar a preparación académica, que llevó a tantos jóvenes hoy en paro, a acumular títulos para comprobar que el mundo real tenía otros sistemas de valoración, lo que hoy se va consolidando es que no es posible prever qué tipo de prestaciones demandará la sociedad incluso a corto plazo.
Por una parte, son muchas las profesiones tradicionales, con pretendido consolidado prestigio, que han pasado a ser casi testimoniales. El paso acelerado de la informática, la robótica y las comunicaciones ha dejado en la cuneta oficios que parecían imprescindibles. Y el descalabro de la pirámide académica del pasado irá a más: cálculos técnicos, diagnósticos clínicos, reservas para viajes, decisiones de gestión y compraventa, son realizados con mayor rapidez y fiabilidad, por autómatas.
Leo hoy (1 de septiembre de 2017) en The New York Times (que compro de vez en cuando para ilustrarme en directo de las reacciones a la escalada fáctico-verbal del sicópata Trump- )que “(the) Death of Diana transformed Monarchy, and Britain”, y en el texto del artículo se nos explica que, 20 años después de la muerte de la princesa, la monarquía, confrontada a modernizarse o morir ante lo que parecía una amenaza de revolución contra ella, eligió la opción de supervivencia, impulsada por una generación de elementos de la realeza mejor preparados.
No soy tan optimista respecto al sostenimiento en el tiempo de las monarquías que, como ya se encargan los líderes republicanos de recordarnos a cada momento, son un residuo anacrónico del pasado. En lo que respecta a España, no me ciega ninguna pasión monárquica si afirmo que el Rey Felipe VI les da un par de vueltas en preparación , saber estar, presencia física y síquica y otras virtudes, a todos los líderes políticos -a unos más que a otros- y, en especial, a los que podrían construir la alternativa republicana.
Pero, como a todos estos jóvenes que acumulan títulos académicos y buenas voluntades, no basta.
A las decenas de miles de universitarios, muchos con expedientes magníficos, que no han conseguido aún, años después de haber sido egresados, su primer empleo o transitan por el mundo laboral con subempleos de chicha y nabo, no les ha bastado estar oficialmente mejor preparados que las generaciones anteriores. En realidad, en relación con la demanda del mundo laboral y las oportunidades que se ofrecían, están y estaban peor preparados, pues la distancia entre lo que se les enseñó y enseña y lo que se precisa en el corto plazo es mayor que hace décadas.
Supongo que el Rey Felipe tiene consejeros que actúan de educadores a medida de las circunstancias, y que le preparan, por la cuenta que les tiene, para afrontar las dificultades del día a día, en especial, las que no están en los libros de Historia. Me gusta creer que es así, en especial en estas fechas en que la unidad del Estado está siendo bombardeada por francotiradores desde el flanco este.
Pero, obviamente, me preocupa más la falta de preparación adecuada que reciben los jóvenes españoles hoy en día, por lo que tengo suficientemente comprobado. Mucha doctrina trasnochada, falta de práctica real, docentes cansados y apolillados en sus cátedras y posiciones académicas, empresas con directivos sin visión ni misión (aunque alardeen de tenerla) y una sociedad, en su conjunto, que está demostrándose anquilosada para decidir, sin dudas ni ilusionismos, a dónde quiere ir.
Este camachuelo macho (phyrrula phyrrula), encaramado a las ramas secas de una morera, residuo de tiempos en los que se había aconsejado cultivar gusanos de seda -y plantar tabaco- como negocio seguro, entona su canto (débil, casi imperceptible, salpicado con tonos más ásperos), despidiéndose del verano. En la península ibérica, es ave propia del norte, que construye sus nidos en ramas altas, difíciles de percibir.
El tono rosa fuerte del pecho lo distingue de la hembra, que lo tiene gris; y su aspecto rechoncho y cuello grueso son características de la especie que, por lo demás, no es fácil encontrar en la naturaleza, a pesar de que se le denomina oficialmente como “camachuelo común”.