Quizá deba empezar el Comentario recordando que “cadáveres exquisitos” es un juego de palabras que ha sido empleado por varios autores literarios, atraídos por su antinomia. Entre otros, Thomas Noguchi (médico forense como profesión principal), y Patricia Highsmith (que llamó así a una recopilación de doce de sus relatos cortos. El primer uso conocido de la paradoja lo hicieron André Breton y otros surrealistas, para designar un juego que inventaron por el que los participantes deberían continuar, por turnos, el comienzo de un relato imaginado por uno de ellos. “Le cadavre exquis boira le vin nouveau” habría sido la expresión de la frase primigenia del pasatiempo.
Algo travestido por el paso del tiempo, algunos círculos instruidos entienden que un”cadáver exquisito” es toda creación de un grupo. La dirección de AHORA, en su último número, pretende que se recuerde como “cadáver exquisito” en los anales de la Historia de la información el experimento colectivo que iniciaron en febrero de 2015 y feneció, al agotárseles el combustible finanaciero, el 14 de octubre del año siguiente. Supongo que la intención subyacente del autor o autores de la idea, tenían presente el origen surrealista del juego de palabras.
Pero yo me permito titular así este Comentario, haciendo notar que nuestra actualidad sociopolítica (esto es, también económica), se nos ha llenado de cadáveres nada exquisitos, sino harto pestilentes. Zombies procedentes de un pasado inmediato en el que fueron cuerpos gozosos con presunción de impunidad, que andan ahora sueltos en el panorama diario, y se nos aparecen hasta en la sopa.
Pienso, claro está, en los autores del caso Gürtel (rectius, Correa, como él mismo se encargó de corregir entendiéndolo más acorde, en el proceso en el que se le juzga, cabecilla de una trama generadora de cadáveres con vocación de exquisitos transmutada en monstruos de nuestra idiosincrasia). Se me añaden, en tropel, los cadáveres con olor a podredumbre ya vieja de los beneficiarios de las tarjetas opacas, convertidos, por confesión de otros “arrepentidos” suicidas, en zombies deambulando por las salas del juzgado, contagiando de pasmo nuestra credulidad tan mancillada.
No quiero imaginar, aunque todo apunta sospechosamente hacia allí, que la generación de tanto cadáver pestilente tenga un origen en el propio Partido Popular, quien nos gobernó por tantos años y nos habrá de gobernar al comienzo de la próxima legislatura. Parecería que alguien avieso hubiera utilizado un lanzador de pelotas-bomba que les hubieran explotado en las manos a esos impávidos inocentes que nada veían, nada sabían nada oían.
Tengo que aceptar también, como fundada sospecha -que a tal abismo mental me ha conducido tanta podredumbre-, que en los demás partidos, en cuando tocaron poder, hubo similares generadores de cadáveres supuestamente exquisitos. No empaña mi desoladora impresión que la mayoría de los cuales no fueron descubiertos, o no lo hayan sido aún. Ni que hayan prescrito en su propia hediondez, o estén mejor cubiertos de tierra y hojarasca que los que han quedado a la intemperie: intuyo incluso que habrá celosos cuidadores en cada cementerio de las distintas afecciones espantando a investigadores, arrepentidos y curiosos.
P.S.
Incluyo la fotografía de un cadáver de un ave, seguramente atropellada por el paso de cientos vehículos en una carretera cualquiera.