No defiendo que a los niños se les haga creer en fantasías, aunque me gusta la ceremonia de ilusión colectiva en la que la tradición y la política han convertido en España, la llegada de esos personajes imaginarios que son los Reyes Magos de Oriente.
Tengo, tal vez, que explicarme: me parece, por un lado, lamentable, la movilización de una gran parte de los adultos (casi todos los que tienen hijos menores de siete años) para comprar juguetes, cachivaches, libritos con intenciones mercantiles y ¡hasta falsos animales que defecan o gorjean! sin otro criterio selectivo que tratar de satisfacer los deseos que la publicidad o el ansia de emulación del infante vecino ha implantado en sus hijos, sobrinos o nietos.
Encuentro, por otro lado, muy interesante, el ambiente de solidaridad, de confraternización ante lo mágico, de fiesta familiar sin distinción de clases, de emoción compartida entre adultos y niños, que suponen, en concreto, las cabalgatas de Reyes. Al estar desde hace décadas, televisada, esta ceremonia del disfraz, la magia y el engaño, contando con la presencia de alcaldes/alcaldesas y otros principales y secundones de las poblaciones agraciadas con la escenografía del cuento, adquiere categoría epistemológica.
Me encanta por cuanto supone ahondar en la inocencia culpable de nuestra sociedad, exhibir el inmenso desbarajuste sobre el que construimos lo cotidiano, que subrayan con el lápiz rojo de sus palabras apócrifas, las alocuciones de Sus Majestades y autoridades reales, prácticamente intercambiables. Se trataría, en fin, de una oportunidad de oro -fallida, por supuesto- para soñar en un mundo diferente. y lanzar un mensaje social, de igualdad y de alegría, de compromiso por hacerlo todo mejor y más justo, impulsado en los deseos de felicidad para los más pequeños de la tribu.
Que no haya ningún niño sin juguete, ningún adulto sin trabajo, ningún insolidario sin castigo.
Como lo comercial lo empaña todo, viciándolo, la festividad neutra de los Reyes Magos se ha convertido en una exhibición más de la discriminación entre niños ricos y pobres, entre padres inteligentes y despistados, entre humanos crédulos y suspicaces… Las empresas y gentes del comercio utilizan, por supuesto, la oportunidad, y algunos han amontonado pruebas fehacientes de su codicia. Por todas partes surgen Reyes magos falsos, Papás Noel de pacotilla, niños Jesús de plástico y sonrisa bobalicona: en cada esquina, en cada tenderete del templo del dinero, en todas las galerías comerciales engalanadas con luces y fanfarrias para festejar la llegada del dios del consumo.
La plaza del vivir se llenará durante unas semanas de barbas postizas y coronas de papel, Baltasares de piel blanca pintarrajeados de betún tan creíbles como quienes llevan dentro un negro verdadero, se instalarán tronos de cartón piedra, árboles postizos, candilejas, sillas, caramelos, compitiendo todos por aparentar ser más felices, más despreocupados, mejores, más familiares, menos necios.
Volviendo a la realidad, es preciso puntualizar que no solo los niños son los inocentes, sino que los adultos somos culpables. En estas ocasiones, los adultos controlamos el alcance de su inocencia, mintiéndoles adrede, usando nuestra capacidad de convicción sobre ellos y su confianza. Los niños de corta edad ya saben que los bebés no vienen de París ni nacen de una col, y han visto escenas (naturales, dice el manual) que a sus abuelos se les prohibió contemplar hasta entrados en la edad adulta y manejan móviles y ordenadores (en gran número) como si tal cosa. Pero los Reyes Magos, Papá Noel, el Belén, existen: traen regalos, ergo son veraces.
Buena ocasión para recordar que los adultos también estamos dominados por la inocencia, la credulidad, la falta de información. Caemos víctimas de los datos manipulados por quienes tienen el poder, dejando caer nuestra capacidad de análisis crítico ante el poder de convicción de lo económico. Renuncio a poner ejemplos concretos, pero no me resisto a dar algunos brochazos: en economía, en política, en religión, en derecho, en ciencia, …en todos aquellos aspectos de la vida en los que hay algún interés oscuro detrás, la probabilidad está del lado de suponer que se estará haciendo uso de nuestra posición de inocentes.
Varias cigüeñas acompañan a la cosechadora, acercándose a la máquina en movimiento con peligro de ser arrolladas, aprovechando que el paso del artefacto levanta o deja al descubierto, a miles, insectos, pequeños roedores, arácnidos, reptiles, batracios o polluelos, que se apresuran a engullir sobre el terrreno.
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