Cerca de cumplirse los 19 años de la emboscada contra ocho agentes de inteligencia pertenecientes a las fuerzas españolas desplazadas en Irak, la plataforma Movistar Plus ha lanzado la emisión de cuatro episodios que recuperan, de forma gráfica y con entrevistas y declaraciones de algunos de los que tuvieron papel en la historia real, aquel hecho que conmovió a la opinión pública, al mismo tiempo que sirvió para poner en cuestión el funcionamiento de los servicios más secretos del CNI.
La serie televisiva, firmada como directora por Fátima Lianes, es visible desde principios de este octubre de 2022 y está obteniendo la lógica atención, siendo objeto de múltiples comentarios, en buena parte elogiosos, aunque ha servido también para revisar críticamente las incongruencias o vacíos de la versión oficial.
Para los menos ilustrados, habrá que poner en contexto que el contingente de 1.300 militares españoles que se encontraban en Irak, respondía al acuerdo entre el presidente José María Aznar con el norteamericano Bush jr. y el británico Blair, de invadir Irak para derrocar a Sadam Hussein, presunto apoyo de Bin Laden, el cerebro terrorista del atentado de las Torres Gemelas (11 de septiembre de 2001), y del que se tenía la certeza de que estaba fabricando, secretamente, armas de destrucción masiva. La acción militar se llevó a cabo el 20 de marzo de 2003 y la operación de conquista y derrota al régimen propició una guerra fugaz que, al día de hoy, se reconoce sin vencedores ni vencidos.
Como se supo luego, ni el arsenal nuclear, ni las fábricas de sustancias químicas letales fueron halladas. Desmantelado el régimen de Sadam, disuelta su policía secreta y guardia pretoriana, Irak entró de inmediato en una peligrosa espiral de inseguridad y violencia, en la que los antiguos miembros de la Mukhabarat, aún armados y con buenos contactos, formaron un frente sinuoso de resistencia contra la ocupación, descoordinado, heterogéneo y centrado en acciones terroristas. La tensión entre los suníes (la facción islámica a la que pertenecía el dictador derrocado) y los chiítas (la mayoría oprimida hasta entonces) contribuía a completar un fondo de inmensa inestabilidad.
He visto con interés la serie, que despertó nuevamente mi curiosidad hacia el mejor entendimiento de lo que pudo haber sucedido. Existía a disposición del guion un amplio material, en parte elaborado con intención periodística, y no faltaban libros novelados sobre los hechos de los que se ocupa, compitiendo con la versión del Ministerio y del propio CNI.
Por encima de la narración factual, más allá del análisis político o de la revisión de los procedimientos de la inteligencia a que dio lugar el atentado, me encontraba ante el atractivo de conocer mejor los perfiles individuales de los ocho agentes españoles, servidores del Estado y comprobar si la serie había sido capaz de trasladar la emotividad y el dramatismo del momento vivido por aquellos militares, enviados a Irak en funciones de espionaje.
Ocho hombres a los que veía defendiéndose a la desesperada de un ataque por sorpresa que iba segando sus vidas sin capacidad suficiente de respuesta por su parte. No podía tampoco ignorar que tenían familia, esposa, padres, hijos. … que, dada la índole de su trabajo, podrían haber estado ignorando el riesgo que corrían, hasta que su asesinato saltó a las páginas de la actualidad más cruel e inocultable.
Los ocho agentes pertenecían a dos grupos operativos, que se repartían entre los dos destacamentos españoles (Diwaniya y Nayaf) en Irak. Cuatro terminaban su misión y otros tantos les sustituirían. Los comandantes Carlos Baró y Alberto Martínez abandonaban Irak y los también comandantes José Carlos Rodriguez y José Ramón Merino ocuparían su lugar, junto a los subalternos designados. Alfonso Vega, José Manuel Martínez, Luis Ignacio Zanón y José Lucas Egea completaban así la relación de agentes, todos ellos militares al servicio de la inteligencia.
Aquel día, volviendo de Bagdad después del almuerzo, los integrantes de la expedición se ubicaron en sendos coches en relación con el que era su lugar de destino.
Alberto Martínez, asturiano de Pravia, comandante de caballería, conducía uno de los vehículos. Había vuelto a Irak después de una estancia anterior, situación que le hacía ser conocido por la resistencia y, por ello, seguramente especialmente vulnerable. Pero tenía cualidades que lo hacían insustituible: tenía valiosos contactos, conocía el país y tenía la dosis de inteligencia e independencia que son seña apreciada de un agente que tiene bien asumido que afrontar el peligro con determinación y astucia forma parte de su trabajo.
Sabía Martínez especialmente el riesgo que corría: José Antonio Bernal, su compañero en la misión anterior había sido asesinado en octubre, al salir del piso franco en donde vivía camuflado.
Todos los que se encontraban entonces en Irak eran conscientes de que encontrarse en aquel país no era cómodo ni una misión sencilla. Especialmente para los que tenían que hacer de espías, con la misión especial de proteger a los militares desplazados allí, en un territorio que estaba lejos de ser pacífico. Otro hecho dramático se sumaba a la tensión: el 21 de agosto de ese mismo año de 2003, el capitán de navío Manuel Martín-Oar -hermano de mi amigo Asís, director gerente entonces del Instituto de Ingeniería-, había fallecido, víctima de un atentado contra la sede de las Naciones Unidas en Bagdad.
Yo había leído el libro de Fernando Rueda (Destrucción Masiva, nuestro hombre en Bagdad, 2020, Roca Editorial), un relato novelado que estira lo que intuyó a partir de los comunicados oficiales, fuentes paralelas e imaginación suficiente para darle contenido dramático.
Tengo ahora también a la vista el número 190 de la Revista Española de Defensa, de diciembre de 2003, con el llamado “Relato del ataque terrorista” (y, en otra sección, la exposición de la detención de los presuntos autores de la emboscada, …cuya responsabilidad nunca se conseguiría probar).
La serie reconstruye con credibilidad el suceso clave, con actores y efectos especiales, en los áridos terrenos de Almería. El 29 de noviembre de 2003, sábado, los dos comandos de espías españoles que coincidían entonces en Irak -los cuatro que sustituirían a los que estaban a punto de terminar su misión y éstos mismos- fueron atacados cuando volvían a sus bases, después de visitar en Bagdad a algunos de los contactos y autoridades que debían ser enterados del relevo para seguir manteniendo sus enlaces. Vestidos de paisano, viajando en coches sin ningún indicativo, sin blindaje; nada hacía prever que sería atacados. Por ello, no disponían de armamento adecuado para repeler una agresión sorpresa, instrumentada por un grupo numeroso y con armas de mayor calibre y potencia.
La versión oficial, acogida en la serie, se reafirma en que el ataque fue objetivo de oportunidad, y que los terroristas que acribillaron a balazos a los agentes no sabían quiénes eran, en verdad, los ocupantes de los dos automóviles.
Murieron siete agentes en el ataque. Dos de ellos, de inmediato: los conductores de ambos vehículos, Alberto Martínez y Alfonso Vega. Otros dos resultaron gravemente heridos, José Carlos Rodríguez y José Lucas, por lo que quedaron inutilizados para la defensa. Fueron veinte minutos, quizá un máximo de media hora, en el que los cuatro supervivientes (Merino y Zanón que viajaban en el Nissan y Baró y Sánchez Riera que se desplazaban en el Chevrolet) devolvieron el fuego mortal con sus armas de corto alcance mientras estaban vivos y les quedaron las mínimas fuerzas.
Me tengo que imaginar al comandante Baró, el más entrenado de todos los agentes por su experiencia militar anterior, tomando decisiones instantáneas. Ante todo, contactar con las Bases para pedir ayuda y, cuando advirtió que no contestaban, llamar a su supervisor en Madrid, para darle las coordenadas del GPS. Supongo que ordenó al telegrafista del equipo, José Manuel Sánchez Riera, que lo intentara sin descanso. Es escalofriante oir en la serie a Miguel Calleja (coordinador de la misión Irak en el CNI) repetir emocionado lo que oyó cuando recibió la llamada de Carlos Baró en la que le comunicaba que estaban siendo atacados y reconocer que la señal se cortó cuando iba a darle las coordenadas GPSS después del sonido “ta-ta-ta” de una ametralladora.
La desgracia de la muerte de siete de los agentes en una emboscada que nunca debió producirse ha abierto a la especulación varias hipótesis. La posibilidad de una delación, por la dependencia de los intérpretes y traductores locales para moverse por Irak de los espías españoles, dado su insuficiente conocimiento del idioma árabe, es una de las hipótesis que no pudo ser probada, aunque se arrestó a decenas de personas y se acusó directamente a uno de los intérpretes, que fue entregado al gobierno norteamericano y estuvo prisionero durante un año sin que se consiguiera otra cosa que revalidar su inocencia.
Queda sin despejar la incógnita acerca de las consecuencias del riesgo evidente de tener que comprar voluntades e información, penetrando con cautela pero con determinación en el complejo entramado de la sociedad iraquí, siempre opaca, recelosa entonces especialmente contra la ocupación extranjera. La valiosa red de contactos tejida por los espías españoles, prestigiada también por el mando conjunto norteamericano-españoll tenía, obviamente, nudos de debilidad y riesgo.
La serie dedica el primer capítulo a la memoria de Alberto, cuyo atractivo como elemento con proyección mediática es indudable. Por la recreación del atentado, en la que es clave, por supuesto, la declaración del único superviviente, se sabe que Alberto falleció el primero, abatido por los insurgentes que apuntaron, ante todo, a los conductores de los vehículos de los espías, disparándoles por el flanco izquierdo.
El protagonismo de la defensa al ataque y la coordinación de las acciones de los miembros aún vivos correspondió entonces al comandante Carlos Baró Ollero, y en la media hora siguiente actuó con la decisión y el heroísmo que pone a prueba a los mejores y que no se improvisa. Es la consecuencia de una vocación de servicio, de la preparación para responder ante una emergencia y de la generosidad que es patrimonio de los elegidos. Todos cuantos coincidieron con él en sus variadas misiones (en la Legión, como paracaidista, en Bosnia-Herzegovina,…) hablan de su capacidad para ser líder, para mandar desde el primer sitio del peligro, para actuar de ejemplo para todos.
Le gustaba a Carlos Baró escribir, leer y, también, la música. Los media se han detenido en la anécdota de que escuchaba a Joaquin Sabina, del que era admirador. Se ha publicado una carta, de las varias que supongo escribió desde su destino en Irak, donde queda reflejado su facilidad para contar, su ironía y la seriedad y compromiso con su trabajo.
Mi amigo Miguel Silva me muestra un artículo de ABC de 2018 en el que se afirma que Baró pudo ponerse a salvo, pero renunció a abandonar a sus compañeros heridos. Alrededor de su cadáver, recuperado finalmente por militares norteamericanos se encontraron decenas de casquillos. Cuando unos días después del atentado, traídos a España, los féretros con los cuerpos de los militares, al acabar la ceremonia religiosa y de reconocimiento a quienes habían dado sus vidas por cumplir la misión que se les había encomendado hasta sus últimas consecuencias, fueron desplazados al crematorio, el de Baró fue alzado por sus compañeros de la Legión, mientras se oía el himno “Soy valiente y leal legionario, soy soldado de brava Legión. Pesa en mi alma doliente Calvario que en el fuego halla redención. Mi divisa no conoce el miedo…”
El 13 de diciembre de 2003 se descubrió el escondite de Sadam Husein en los alrededores de Tikrit. No se dijo nunca, pero hay algunas razones para imaginar que los espías españoles, gracias a su habilidad en camuflarse entre la población, fueron claves para descubrir su escondrijo. Y puede que esto se encuentre entre los velos del misterio que costaría la vida de los comandantes Alberto y Carlos y de los otros cinco miembros que estaban a las órdenes de lo que el destino les dispuso.
El telegrafista José Manuel Sánchez Riera vivió para contarlo. Recibió la orden de Baró de salir del atolladero y buscar ayuda, ante la imposibilidad de contactar utilizando los Thuraya con la Base o la central del CNI. Le salvó, cuando una turba estaba punto de lincharlo, el beso de un principal chiita que salía de una mezquita, de realizar los rezos del Ramadán. No tenemos otra versión, aunque la imaginación de quienes se adentraron en el conocimiento de la historia no parece haber dejado de trabajar desde entonces.
Insha’Alla, si Dios lo quiere, si así está escrito por la fatalidad, la casualidad o el deseo de venganza…Quién soy yo para meter mis narices en la historia de estos héroes y cualificar sus últimos momentos o su trayectoria anterior, en lo que ya está convertido en una serie de acción, en la que no faltan, junto a su memoria, villanos, aparecen ausencias, se suscitan misterios y se evidencia el valor de algunos silencios.
Para todos ellos, mi admiración, mi respeto, mi afecto y condolencias para sus familias que, doy por seguro, vivirán para siempre con la imaginación volcada a desentrañar los últimos momentos de los que tanto quisieron.
¡Presentes!
P.S. Agradezco los numerosos e importantes Comentarios que se incorporan a esta Entrada, y que me llenan de satisfacción. De entre todos, me permito llamar la atención, por su gran valor testimonial, del Comentario de Miguel Andrés Pardo (Miguel Calleja en la serie), que era la persona de contacto para Carlos Baró y que recibió la llamada de petición de ayuda cuando los militares-espías estaban siendo atacados. La información que recogió del único superviviente, José Manuel Sánchez, y que incorpora a su Comentario, con un excepcional valor documental, complementa con gran fuerza descriptiva y emoción, mi relato. Vaya, pues, mi especial agradecimiento a Miguel Pardo por este regalo especial que, por mediación de este blog, hace a todos los lectores y, en un sentimiento que comparto, significadamente, a los familiares de los héroes asesinados.
Anexos
Mural que estaba en Besmayah, según describe en su blog el coronel Pedro Erice; hoy en el patio de armas de Montejaque, Ronda
Monumento en la sede central del CNI con nueve llamas que honra la memoria de los nueve héroes que “dieron su vida por defender intereses de España y los españoles”
Me ha emocionado su lectura. Ojalá tu espléndido trabajo sirva para que no caiga en el olvido la entrega de unos destacados servidores del Estado, como bien los identificas, y su actuación heroica, en la que estoy seguro fue clave su formación y experiencia militar, cuando tuvieron que afrontar una autentica situación de combate.
Muchas gracias, amigo Ángel.
Miguel Silva.
Muchas gracias, Miguel. Nuestra amistad, ya de muchos años, se alimenta de vivencias e historias comunes, amigos compartidos, inquietudes, curiosidades y afectos que han ido construyendo complicidades y reciproca simpatía. Alguna de las precisiones sobre la historia que sirve de base a mi Comentario en el blog, te las debo a ti, a la información que me aportaste, a tus comentarios y, como no, al conocimiento y cercanía con personas excepcionales cuyo talante me ha impresionado. Que mi modesto trabajo pueda servir, con muchos otros, mejor hilvanados y construidos que el mío, para que “no caiga en el olvido la entrega de unos destacados servidores del Estado”, será motivo de gran satisfacción.
Amigo Ángel: tu artículo es todo un alarde de buena escritura, rigor y precisión. Pero sobre todo supone todo un homenaje a quienes murieron en tan trágicas circunstancias mientras cumplían una misión tan callada como sacrificada y heroica. Y a sus familias, por supuesto. Gracias por ayudarnos a ser más sensibles con esos profesionales y más agradecidos con quienes cuidan sin límites de nuestra seguridad. Abrazosssss
Carlos, tus palabras suenan como agradable música a mis oídos. Por tu calidad como periodista, tu trayectoria humanista y la sensibilidad, claridad y compromiso que conozco del trato personal contigo y de tus escritos y actuaciones, constituyen un regalo estupendo.
Lo más hermoso: la coincidencia en mi perspectiva de que era necesario un homenaje (modesto, pero emotivo y sincero) a los profesionales y familias que han ofrecido sus vidas para que la nuestra sea más segura. Y por los que, ahora mismo, son los portadores de esa enseña de solidaridad, compromiso y entrega.
Muy emotivo y detallado amigo Ángel.
Has redactado un bello homenaje a todos los que perdieron su vida por velar y ser los ojos y los oídos de las tropas que estaban en Irak.
cómo has podido apreciar, el documental deja muchas preguntas abiertas muy difíciles de contestar. Un fuerte abrazo y enhorabuena por la delicadeza y el cariño que refleja tu texto!!!
Amigo Juan, estoy agradecido por tus palabras de felicitación. También por la sintonía que reflejas con el texto y mi apreciación de que el documental no cierra todas las cuestiones que puede suscitar un hecho tan importante para la historia de España y de la estrategia exterior, en el que perdieron la vida unos valientes, en misión muy especial. Un abrazo
Me ha parecido un complemento necesario para el documental por el rigor y la cercanía con que trata a esos valientes, y por los datos que aporta para entender mejor lo que pudo suceder
Manuel, he procurado, en efecto, escribir con rigor y cercanía. Desde el respeto y el afecto. Muchas gracias por sus palabras, que tan certeramente identifican mi intención.
Querido Ángel
Agradezco tu recuerdo a estos compañeros que dieron su vida en cumplimiento del deber y te felicito por el magnífico trabajo que has hecho para transmitir en un breve artículo la valentía con la que cumplieron su última misión. En su momento, su sacrificio nos orgulleció a todos: civiles y militares y, ahora, gracias a esa serie y a artículos como el que nos has ofrecido, su recuerdo refuerza ese sentimiento. Descansen en paz con nuestro eterno reconocimiento. Un fuerte abrazo y muchas gracias, Ángel.
Querido Manuel: Agradezco tus palabras que corresponden también con mi intención de recordar a unos militares, destinados en una peligrosa misión de inteligencia y en la que perdieron la vida. Como nos conocemos desde hace tiempo, sabes de mi aprecio y respeto hacia quienes siguen vocacionalmente la carrera militar, entre quienes he encontrado buenos amigos y serios ejemplos. Un abrazo
Muchas gracias, Ángel, por este artículo, tan acertado en el fondo como en la forma. No es fácil describir hechos tan dolorosos, pero es muy importante hacerlo para que no caiga en el olvido su heroísmo. Su ejemplo nos acompaña y debe guiar siempre a quienes velan sin descanso por nuestra seguridad. Un fuerte abrazo
Gracias, Sergio, por ayudar a dar más visibilidad a mi reflexión. Tu comentario, que me enorgullece, porque expresas en el la coincidencia de nuestra manera de entender la importancia de aquellos sucesos, ha
de servir también para estimular el afecto y el respeto hacia quienes entregaron lo más valioso que tiene el ser humano; sus vidas. Y lo hicieron en beneficio de los demás, sin otra recompensa.
Muy buen artículo Ángel en memoria de las víctimas de aquellos sucesos, con motivo de la serie de Movistar+, que he visto con interés de entomólogo, suponiendo que todos en ese gremio dediquen el máximo interés a su trabajo.
La serie me ha parecido técnicamente impecable, algo nada fácil, muy profesional, si bien su contenido se queda en un punto intermedio y difuso entre homenaje a las víctimas, a lo que hacían, una investigación periodística no rematada (fallos de seguridad) y una versión oficial que muy probablemente tenga algo de fabricación posterior. El contexto de aquel Irak brutal y destruido, y las decisiones políticas que lo provocaron, tampoco aparece excesivamente explicado.
En casos trágicos como éste comprendo todo lo que se diga para paliar un gramo el dolor de los cercanos, casi siempre en el campo de la hipérbole; y me hago siempre la pregunta de si sus protagonistas son héroes haciendo trabajos de héroes; son héroes haciendo trabajos humanos; o son gente normal, profesionalmente muy capaz, que se encontraron condiciones extraordinarias. Me inclino por la última opción: la solidez de un país, de una organización, del CNI y de mi escalera la dan gente corriente, capacitada, que trata de hacer su trabajo lo mejor posible, a veces en lugares y circunstancias peligrosas.
Mi recuerdo también a los 8+1 del CNI y un abrazo al autor de este blog.
Como en todo cuanto intervienes, Carlos, con tu facilidad para entrar en los análisis ahondando más profundo, has construido con tu Comentario un mensaje lleno de valor autónomo. Es un placer leerte aquí, conocer el detalle de tu reflexión y compartirla aquí. Un abrazo, amigo.
Excelente trabajo,. Me ha encantado.la sensibilidad desde la que comentas unos hechos trágicos en su naturaleza y, como tantas veces ocurre, desconocidos para una gran mayoría de nuestra población.
Autentico homenaje a unas personas que dieron su vida en cumplimiento del deber, y que nunca deben ser olvidadas.
Juan Carlos, a riesgo de repetirme al responder a tu amable comentario, agradezco mucho que mi reflexión haya encontrado eco en personas como tú, cuyo compromiso y profesionalidad está fuera de duda. Un abrazo
Excelente artículo que comparto. La muerte de estos hombres es una buena prueba de que las jóvenes generaciones de militares mantienen los valores de un ejército que ha sabido evolucionar a lo largo del tiempo adaptándolos a la realidad de cada momento.
Es una pena que en esta sociedad nuestra no se valore lo suficiente el sacrificio de estos hombres dándoseles la categoría de héroes para ejemplo de quienes deben de anteponer el bien de todos al suyo propio. El caso de Carlos Baro es realmente impresionante, era un hombre de su tiempo, un militar integro que combinaba perfectamente esa labor intelectual y profesional. Carlos asimiló perfectamente la herencia militar recibida por las dos ramas de sus ascendentes directos.
Mi reconocimiento más emocionado para todos ellos
Pablo, tu comentario pone el énfasis sobre el comportamiento ejemplar de Carlos Baró. Su final fue dramático y heroico. Murió en cumplimiento de una difícil misión, como militar y como agente de los servicios de inteligencia y en labores de protección de compañeros desplazados a Irak. Lo que no suele destacarse es que su trayectoria fue impecable, comprometida y heroica desde mucho antes. Admiro su historia personal, la de su familia. En estos tiempos donde abundan la falsedad y el consumo de torpes modelos, Carlos representa el valor de la coherencia, el compromiso y la importancia de tener principios y ser fiel a ellos. Un abrazo, Pablo
Estimado Ángel, creo que mis primeras letras tienen que ser de agradecimiento por esta magnifica entrada de su blog. El modo respetuoso con el que trata lo ocurrido a nuestros compatriotas del CNI en una lejana carretera iraquí, le honra sin duda. Respecto a la serie, no la he visto. Seguro que es un magnífico trabajo y me consta que Fátima Lianes ha puesto todo el cariño y profesionalidad en su dirección. Pero no sé si quiero verla. Admiro profundamente a todos los que allí murieron, pero Carlos, “Goliardo”, era mi amigo. Su recuerdo sigue anclado en mi memoria, indeleble, a mis vivencias con él y no sé si quiero que me saquen de ellas. De su sonrisa franca y ese sentido del humor que delataba una inteligencia preclara. De su fortaleza física, su indudable liderazgo y su compañerismo sincero. Por eso, casi prefiero quedarme con su artículo, Ángel. Porque es un homenaje escrito desde el cariño y la admiración hacia personas que ponen en juego lo más preciado, su vida, por la simple contrapartida de intentar salvar la de los demás. Y en esa circunstancia transcendental, en ese momento en el que las cartas del valor de cada uno están boca arriba, Carlos demostró que su mano era la de un ganador. Un ganador, sí, aunque eso de ganar perdiendo la vida sólo lo entendamos unos pocos… Muchas gracias de nuevo y un saludo afectuoso.
Al leer tu comentario en respuesta al mío en este blog, he sentido el soplo enérgico, vital y valiente de Carlos, al que no tuve oportunidad de conocer personalmente, pero del que, por diversas circunstancias, (y por mi curiosidad e interés en saber más sobre su misión y la de sus compañeros) he podido recoger informaciones directas e indirectas que me han llevado a confirmar la calidad excepcional, como persona, como militar y como joven inteligente, culto y comprometido del comandante Barón (teniente coronel, a titulo póstumo).
Agradezco tu testimonio, Pedro Sebastián, que da especial realce y humanidad a las palabras que dediqué a aquellos héroes, cuyo sacrificio sería injusto dejar caer en el olvido. Porque son ejemplo de entrega, de ser fieles al compromiso, de saber renunciar a todo en beneficio de valores superiores.
Por supuesto, Carlos y sus compañeros no pensaban en morir, no deseaban colocarse en riesgo de muerte. Su preparación implicaba detectar el peligro, para tratar de solventarlo afrontándolo, caminando por sus fronteras.
Describes tan bien el mérito de esa entrega, el valor de su trabajo, que te agradezco que hayas querido transmitirnos tus sentimientos hacia el amigo caído. Porque así npodemos compatirlos.
Estimado Ángel, si me animo a escribir un comentario en tu prestigioso blog es porque tanto tu exposición, tu análisis y tu valoración sobre la serie “Los 8 de Irak” de Movistar+, como los comentarios posteriores de algunos de tus lectores, están realizados desde el respeto al contenido de la serie cinematográfica y a las instituciones implicadas, pero especialmente desde el afecto, tanto hacia los siete caídos como al superviviente en aquella emboscada cerca de Latifiyah, así como hacia el compañero asesinado cuarenta días antes en Bagdad. Gracias Ángel por el esfuerzo de sintetizar y complementar los contenidos esenciales de la serie y por tus pinceladas complementarias sobre alguno de los protagonistas que comparto contigo en su integridad.
Desde aquella masacre han transcurrido 19 años y tanto durante los meses posteriores al suceso (2003) como en los aniversarios siguientes, se han volcado ríos de tinta en medios impresos y distintas voces en medios de difusión, generalmente intentando erigirse en voz autorizada en razón a sus fuentes de información (a veces más presuntas que reales) sobre aquellos acontecimientos. El denominador común que se detecta siempre es el intento de analizar el contexto para erigirse en jueces buscando expiaciones de culpabilidad, o para usarlo como arma arrojadiza contra otras opiniones, algunas decisiones políticas u otras supuestas responsabilidades de su muerte (tipo de armamento, tipo de convoy, carencia de blindaje, etc..), pero olvidándose del texto principal, cual es, la muerte en acto de servicio de siete miembros del CNI y el calvario vital del superviviente tras sufrir el ataque de un comando fuertemente armado en tierras de Irak.
Cuando era un joven cadete en la Academia General militar de Zaragoza (allá por 1973) y tras la presentación de un trabajo monográfico que me ocupó todo el tiempo de vacaciones de verano, tuve la oportunidad de concursar y conseguir, junto con otros veinte compañeros, una plaza para asistir a un congreso inter academias que se celebró en Portugal, anfitrión ese año del turno bienal de confraternización. Uno de los recuerdos que más contribuyeron a consolidar aquel hermanamiento propiciado, fue el descubrimiento de un lema que presidía los pórticos de establecimientos militares: “DULCE ET DECORUM EST PRO PATRIA MORI”. La suerte de haber estudiado latín en bachillerato me permitía entender el significado de esta frase, sacada de un poema de Horacio, y comprender que compartíamos con los militares portugueses, aunque con distinta sintaxis, el mismo afán. Una vocación de servicio a la patria hasta el final.
La voz patria, tan inapropiadamente apropiada por unos y tan vergonzantemente expropiada por otros, y por ello voz desterrada hoy día en la práctica, es para algunas personas o colectivos algo tan sencillo y sublime por su significado como pretendieron los romanos al crearla; es decir, la tierra de los padres, heredad a defender y mejorar, causa común de unos hijos que llevarán adelante la crianza de otros hijos, solar donde reposarán sus huesos. Hoy en día esa patria, para la mayoría de nosotros, es nuestro Estado articulado en base a la Constitución, no un lema dictatorial a desterrar.
Tenía entonces 19 años y como todos los profesionales de la milicia, comenzaba a asumir conceptos que se van integrando en tu ADN profesional y que te acompañan toda la vida. Morir en acto de servicio protegiendo los intereses de tus conciudadanos o defendiendo los compromisos de tu patria no es ningún objetivo personal, muy al contrario, todas las enseñanzas académicas y profesionales de los cuerpos y fuerzas de seguridad van encaminadas a garantizar la vida de sus componentes y de los sujetos protegidos. Y, sin embargo, la posibilidad de una muerte en ese empeño está previa e íntimamente asumida por todos desde el momento en que voluntariamente juramos fidelidad a la Bandera. Sea cual sea la formulación empleada según el momento político y la ley vigente, el compromiso es el defender a España hasta entregar la vida.
Todos los militares sabemos, comprendemos y asumimos que cuando llega el punto final de una vida durante un acto de servicio, el finado ha cumplido con su promesa de fidelidad a la Bandera, que es la Nación, y es precisamente la Nación la que asume agradecida la fase de consuelo a los damnificados colaterales, sus seres más queridos, que son también victimas emocionales y materiales de su muerte. Por ello, desde tiempos inmemoriales, los ejércitos en todos los países han sido los mejores depositarios de los protocolos de honras fúnebres. La pompa y boato que se despliega en conmemoraciones, efemérides o aniversarios con esas vistosas formaciones castrenses presididas por la Bandera de España y la ceremonia del Acto a los Caídos con la banda de música interpretando el toque de oración que acompasa un verso sentido que ya se ha hecho popular, nos encoge el alma en gratitud por su generosa entrega. Es una fórmula perfecta para reconocerles el honor de su sacrificio y mantener en nuestra memoria su recuerdo y la gloria de su gesta.
El CNI, como casa institucional de los caídos en Irak, organizó un funeral de Estado con toda la ceremonia, discreción y sencillez posible, en el que los Reyes de España y el Príncipe de Asturias compartieron el dolor de sus familias y de sus compañeros. El rey Juan Carlos I impuso en persona la condecoración póstuma sobre cada uno de los féretros que abrazaba una bandera de España.
Confieso que me siento afortunado, aunque emocionalmente afectado, porque desde el 29 de noviembre de 2003, cada vez que he presenciado o he visto retransmitido alguno de esos actos, mi corazón se encoge por una extraña emoción mezcla de orgullo y de pena. Conmoción regada con lágrimas de este anónimo ciudadano afectado por la pérdida de aquellos que dieron su vida por España y por el dolor de sus familias. Orgulloso por los que han alcanzado la gloria del reconocimiento institucional tras su entrega total. Siempre pienso que esas lágrimas son el precio de mi gratitud hacia ellos y que nunca tendré lágrimas bastantes para pagar lo que se merecen.
La épica de las gestas heroicas de cualquier país suele trascender a generaciones futuras a través del relato elaborado por historiadores, en base a los documentos oficiales o a la imaginación de quien pretende poner en valor los sucesos y el espíritu que los impulsaba. Desde pequeño, por haber nacido a seis kilómetros de Numancia, conozco la gesta numantina, como después aprendí la del 2 de mayo, o el arrojo de Agustina de Aragón y tantas situaciones históricas en la que nos han subrayado la heroicidad de nuestros compatriotas defendiendo la causa común contra un enemigo declarado. Hoy encuentro la oportunidad y el momento de ser el relator para poner en valor el heroico final de “Los 8 de Irak”, víctimas de un furibundo y premeditado ataque mientras desarrollaban su labor como servidores de España.
Desde el balance del elevado número de víctimas en ese atentado todo apuntaría a una mala gestión de ese fatídico viaje. En el procedimiento habitual de trabajo, los equipos desplegados en zona tenían total autonomía de actuación en su cometido de obtener información sobre posibles compromisos de seguridad a las tropas españolas desplegadas en Irak, siempre bajo el lema de anteponer sus seguridad sobre la eficacia en su trabajo. Su zona de responsabilidad que iban conociendo día a día era la del despliegue de las fuerzas españolas. El viaje a Bagdad era necesario a efectos de acreditaciones ante los mandos de la Coalición. Nuestros equipos hacían día a día sus deberes.
Carlos Baró, un profesional especialmente sensible con el tema de la seguridad miraba diariamente en el ordenador del CG de la BMNPU los boletines informativos compartidos por la Coalición donde se describían los atentados, su localización, el modus operandi, las bajas y las prevenciones a tomar. En función de ello comentábamos la mejor forma de adaptarse para evitar ser identificados y mantener el anonimato por seguridad en las salidas.
Por lo general la insurgencia observaba las diferentes rutas y horarios de movilidad de los diferentes convoyes militares, elegía un punto con buenas posibilidades de escape, preparaba por la noche un IED (artefacto explosivo improvisado) y al día siguiente, conocida la rutina, al paso del convoy observado lo hacía estallar y tras el colapso, bien con granadas antitanque (RPG) o armas de grueso calibre, barrían la columna de vehículos durante unos minutos en una acción de hit and go (golpea y vete). Soy de los que piensan que de ser un objetivo de oportunidad de la insurgencia, los agresores no hubieran actuado de esa manera.
Por otro lado, siguiendo en el contexto hay que situar que, si bien los equipos del CNI se incorporaron a la BMPU con uniformes de campaña y bagaje y vehículos militares, la necesidad operativa de consultar con fuentes civiles y religiosas y la necesidad de ocultarse a la observación de la insurgencia que atacaba sistemáticamente a vehículos militares, llevó a adoptar diversas coberturas. Era bastante habitual en el país en reconstrucción en esos momentos ver circular los llamados “contratistas” de empresas privadas que los países de la coalición, especialmente los norteamericanos habían llevado para iniciar y supervisar los proyectos en marcha. Eran técnicos extranjeros que entraban a través de Kuwait donde alquilaban vehículos SUV para desplazarse por el interior de Irak, ya que, en el país, tras la guerra, estaban esquilmados estos negocios de renta de coches.
Nuestros equipos adoptaban en función del tipo de desplazamiento esta apariencia que funcionaba bien en la zona de responsabilidad de la Brigada española, de mayoría chiita, porque para la población en general esos contratistas extranjeros eran bienvenidos al ser técnicos civiles que impulsaban la reconstrucción de un país roto por la guerra. Cada mes iban a Kuwait a la empresa de alquiler y cambiaban de modelo de coche y de color para dificultar las correlaciones de quienes les observasen.
Otro dato para tener en cuenta en el contexto es que en esas fechas (finales de noviembre de 2003) Sadam Hussein estaba oculto en el país en paradero desconocido (fue detenido el 13 de diciembre), obviamente protegido con total discreción por sus leales y sin ninguna duda, por los equipos operativos de su servicio de inteligencia actuando en la clandestinidad. El cerco para su localización era responsabilidad de los servicios de inteligencia norteamericanos y las fuentes humanas eran imprescindibles para su localización. Es muy posible que el nerviosismo de la contrainteligencia de Sadam intentara identificar para neutralizar cualquier posible espía extranjero que pudiera estar buscando el rastro de su líder. En esta hipótesis, el necesario viaje a Bagdad de nuestros dos equipos y sus relevos les puso en el punto de mira de los equipos de contrainteligencia clandestinos que prepararon un plan para eliminarlos.
El hecho fundamental que me impulsa a escribir este prolijo preámbulo, querido Ángel, es que Los 8 de Irak fueron objetos de un ataque implacable en el que hicieron lo que estuvo en sus manos para protegerse y perdieron la vida prestando su servicio a España.
Por ello, intentaré recuperar el texto sin el ruido del contexto.
Gracias al testimonio de José Manuel Sánchez, el superviviente, conocemos la secuencia del ataque. Yo mismo la escuche de sus labios, con su voz aún conmocionada por la reciente experiencia vivida, sentados en el avión de regreso de Kuwait con los féretros de nuestros compañeros en la bodega. Y para mí, desde aquel momento, la esencia de los tensos y dramáticos momentos que vivió José Manuel es el relato de un acto heroico que se fundamenta en el compañerismo, el valor y la lealtad llevados hasta el final, mientras trataban de protegerse unos a otros.
Cuando circulaban deprisa (velocidad de crucero de autovía) los ocho compañeros distribuidos en dos vehículos, el primer equipo en zona (Diwaniyah) en un Tahoe Azul y el segundo equipo en zona (An Nayaf) en un Nissan blanco que iba en cabeza abriendo camino, reciben el ataque por sorpresa de un solo vehículo que viene detrás a mayor velocidad y disparando sin parar. La serie cinematográfica recoge en una recreación actoral, ejecutada con suma maestría, el momento del asalto en movimiento y la emboscada posterior tras la inmovilización propiciada en el ataque, y me sirve de apoyo para describir los tres momentos álgidos en los que el compromiso de la defensa del equipo pone en valor el testimonio de su profunda lealtad.
Digamos que, si velamos el duro drama de una masacre sufrida en una emboscada ejecutada con calculada prepotencia de sorpresa y superioridad de fuego, podemos desvelar una gesta heroica de las víctimas que protagonizaron una hazaña de valor y lealtad desarrollada en tres actos.
El ataque súbito, sorpresivo y raudo intentando adelantarles desde atrás un sedán blanco ocupado por cuatro fedayines con la cabeza cubierta con la kufiya blanca y roja iraquí, es detectado por el primer equipo en zona que circulaba detrás. Al percatarse por el retrovisor Alfonso Vega da volantazo al Tahoe azul y aprieta el acelerador para adelantar al segundo equipo avisándoles al quedar en paralelo que se pongan en guardia porque vienen detrás disparando y ambos vehículos pisan el acelerador a tope (150km/h) intentando distanciarse del atacante.
Alberto Martínez que conduce el Nissan blanco que queda detrás, acelera a tope, pero el sedán blanco atacante que dispone de una potencia de motor extraordinaria consigue alcanzarles poniéndose a su costado a máxima velocidad mientras disparan con fusiles de asalto Kalasnikov. El comando atacante consigue abatir a los ocupantes del lado izquierdo a pesar del posible intento de reacción de José Lucas en el lado trasero con su pistola ametralladora. Alcanzado Alberto, el coche disminuye su velocidad y acaba deteniéndose en el arcén, mientras el sedán atacante sigue para adelantar al Tahoe azul que continúan la marcha.
Al detenerse el Nissan blanco, José Ramón Merino y Luis Ignacio Zanón (sentados delante y detrás en el lateral derecho) que por su posición no han podido intervenir en la defensa durante la marcha, hacen la primera evaluación de daños. Alberto Martínez que conducía el coche ha sido alcanzado mortalmente. Lucas Egea está gravemente herido e inerte en su asiento. José Ramón Merino decide inmediatamente (como más caracterizado) sustituir al conductor para lo cual mueven el cadáver de Alberto al otro asiento y sin demora conduciendo el coche sobre tres ruedas (una reventada por los disparos) continúa la marcha para reagruparse con los compañeros del coche precedente.
Aquí comienza el Primer Acto de Valor y Lealtad.
Los dos compañeros del segundo equipo que no han sido abatidos, José Ramon Merino y Luis Ignacio Zanón no se quedan en la zona ya en calma, sino que con presteza se dirigen carretera adelante en busca del primer equipo para apoyar en lo que puedan. Se arriesgan a sabiendas de que la unión les hará más fuertes.
Mientras ocurre eso, el vehículo que marcha delante es también alcanzado por las balas de los Kalasnikov en el lateral izquierdo. El conductor, Alfonso Vega es alcanzado vitalmente por los disparos, pero, aunque no puede controlar las piernas, pega un volantazo para eludir el acoso lateral del coche asaltante, se sale de la carretera deslizándose por el talud unos cincuenta metros hasta llegar al fondo de la vaguada donde el vehículo embarranca en un charco de agua y barro.
Alfonso cae desplomado sobre el volante. Inmediatamente Carlos Baró y José Manuel Sánchez, que van sentados delante y detrás a la derecha, salen empuñando las pistolas de repetición y parapetándose tras el vehículo, responden al fuego de los asaltantes que a su vez se han parado cruzando el sedán blanco en la carretera para seguir disparando desde el costado. José Carlos Rodríguez, que va sentado detrás al lado izquierdo, permanece sentado gravemente herido.
Al poco, ven aparecer renqueante por el arcén el Nissan blanco del segundo equipo y pueden observar cómo los asaltantes, algunos de los cuales (probablemente los de los asientos a la izquierda) habían salido del coche y se parapetaban tras el capó, hablan entre ellos haciendo señas hacia el coche que se acerca y se suben al vehículo que continua adelante por la carretera desapareciendo.
Culmina el Primer Acto de Valor y lealtad.
Es el momento de valoración de daños. Mientras Pepe Merino se queda arriba en la carretera custodiando el vehículo con los cadáveres de los dos compañeros, Nacho Zanón desciende por el talud al encuentro del otro equipo e informa a Carlos Baró de la situación. Inmediatamente Carlos realiza varias llamadas en petición de apoyo a organismos afines desplegados en la zona y al no conseguirlo, contacta conmigo y me explica básicamente lo que acaba de ocurrir. Le pido coordenadas para solicitar un apoyo de helicóptero desde Madrid y mientras Luis Ignacio Zanón sube al otro coche a buscar el GPS, se corta, o Carlos corta, la comunicación que vuelve a retomar en unos minutos.
En la segunda llamada me informa que tienen cuatro bajas, tres muertos y uno muy grave con hemorragia severa, y en espera de saber las coordenadas exactas, me va avanzando que no hay pérdida ya que están localizados en la carretera entre Mahmudiyah y Latifiyah en una zona desértica con un grupo de casitas. Es entonces cuando oigo por el teléfono la cadencia de unos disparos, tac, tac, tac, tac y Carlos Baró me confirma que están recibiendo fuego procedente de un caserío próximo, cortándose la comunicación.
Después de parapetarse tras el coche para evitar el fuego directo, le pide a José Manuel Sánchez que le ayude a recuperar las bolsas de cargadores de los compañeros mortalmente heridos dentro del coche y le ordena que se vaya a retaguardia donde está el coche del otro equipo, más alejado del caserío desde donde les están disparando, e intente buscar refuerzos.
Comienza el Segundo Acto de Valor y Lealtad.
Carlos Baró se tumba tras un ligero talud con las piernas abiertas en posición de tiro, sujetando la pistola con las dos manos para más precisión y disparando contra los orígenes del fuego atacante procedente de las ruinas de unos edificios situados a unos cien metros de la vaguada. Conociendo el talante de Carlos después de varios meses de trato telefónico cotidiano, no me cabe duda de que su elevado sentido del deber y de la lealtad con sus compañeros (todavía vivos o muertos) al ser el jefe del primer equipo residente en zona, le impulsa a asumir la responsabilidad de intentar protegerlos hasta donde pudiera. Carlos Baró permaneció en su posición hasta la última bala o hasta la última gota de su sangre.
En el vehículo del segundo equipo que permanece arriba en la carretera, más alejado del caserío, están José Ramon Merino y Luis Ignacio Zanón tumbados en el suelo bajo el coche, ligeramente a cubierto de los disparos enemigos y tratando de contestar con sus armas cortas al fuego procedente de las casas que, por la distancia, están probablemente fuera de su alcance eficaz. José Manuel Sánchez, se tumba junto a ellos unos minutos y les informa de la orden de Carlos, momento en el que Pepe Merino recibe un disparo en el hombro y dice “me han dado, sal ya a por refuerzos” manteniéndose tumbado en el puesto junto con Luis Ignacio Zanón disparando su arma hasta la última bala.
Comienza el Tercer Acto de Valor y Lealtad.
José Manuel Sánchez recorre unos cincuenta metros alejándose de la zona de fuego y se dirige por la carretera en dirección a Mahmudiyah con intención de conseguir un vehículo que le aproxime hacia el destacamento militar de la coalición más próximo. Pero tiene que atravesar un grupo de curiosos de más de treinta o cuarenta iraquíes jóvenes de la zona que, al otro lado de la carretera, formando una línea irregular están observando y jaleando el ataque como curiosos espectadores, como si de un improvisado set de rodaje se tratara, aunque conscientes de estar presenciando una emboscada letal. Al intentar sobrepasarlos para seguir por la carretera en busca de ayuda, la turbamulta se lo impide, recibe empujones, le agreden, los paisanos le zarandean, le despojan del arma y le atan las manos a la espalda.
Cuando intentan introducirlo a la fuerza en el maletero de un coche a saber con qué intenciones, es un momento en el que José Manuel se siente resignado a morir ejecutado, pero aparece un anciano respetable, un sheij (anciano venerable), al que, según se acerca caminando, le van abriendo el paso con respeto hasta que llegado a su altura les dice que suelten al extranjero y sella su mandato con un beso en la mejilla. A partir de entonces José Manuel percibe que goza de inmunidad entre las gentes que hasta entonces le iban a linchar y sigue su camino.
Esta historia que parece de realismo mágico pudo ser verificada personalmente cuando unas semanas más tarde una comisión del CNI de la que formé parte, se desplazó al cuartel general de la Brigada multinacional Plus Ultra (BMNPU)(donde estaban encuadrados los dos equipos), para recoger sus pertenencias y verificar algunos datos. En una entrevista con uno de los jeques de la zona de Diwaniyah con los que tenía relación Carlos Baró, me corroboró que el sheij que liberó al superviviente era un “hermano” (de etnia y religión).
Cuando queda liberado José Manuel sigue un tramo andando por la carretera hasta que consigue por fin un vehículo que le transporte. Al poco tiempo de circular ven aproximarse de frente unos vehículos policiales con sirenas luminosas encendidas que se estaban dirigiendo hacia el lugar de la emboscada. De pie en la carretera hace señas para parar el vehículo policial, se identifica como parte de un convoy que ha sido atacado con armamento militar y los policías le dicen que los acompañe que se dirigen hacia allí y le invitan a subir al vehículo.
Termina el Tercer Acto de Valor y Lealtad cuando el superviviente regresa al escenario de la emboscada con los refuerzos que salió a buscar.
La angustia de José Manuel al llegar a la zona de la emboscada subido en la caja de la camioneta pick-up y ver un escenario de “tierra quemada” con los coches calcinados y los cadáveres de sus compañeros donde se habían quedado y una turbamulta enloquecida allanando la escena como hooligans sin corazón, es imaginable y por desgracia para él, esta imagen la tendrá en su memoria de por vida. Las escenas televisadas ofrecidas en su día por la CNN y el testimonio del reportero norteamericano recogido por Fátima Lianes en la serie, son demoledoras.
Una vez el comando de fedayines dan por concluida su misión es probable que estimularan a la turbamulta para que terminasen de arrasar la escena. Expoliados los cadáveres de todos los objetos de valor, armamento, documentación, dinero, anillos, cadenas, etc., procedieron a la quema de los vehículos con gasolina en un acto despiadado y vengativo enfebrecido por el espejismo de haber aniquilado a un grupo de espías yanquis.
Por referencias obtenidas posteriormente se supo que el ataque había durado unos veinte minutos produciéndose un fuego cruzado que se resolvió a favor del atacante por la superioridad de potencia y alcance de su armamento. Los cientos de cartuchos de Kalasnikov observadas en la zona de las casas y el reguero de vainas desde esa zona hasta los vehículos de nuestros equipos permiten deducir que los atacantes se fueron aproximando cuando ya no recibían fuego de nuestros compañeros, disparando a los cuerpos yacientes, lo que implica una saña desmedida, a modo de venganza y, posiblemente, el cumplimiento de un mandato de aniquilación.
Desde mi conocimiento de los hechos y desde mi experiencia profesional he pretendido complementar el relato de la serie de cara a los familiares de nuestros héroes, especialmente pensando en que sus hijos conozcan lo que sabemos por el testigo superviviente y por informes complementarios que corroboran su testimonio.
La Patria se lo agradece y se lo premia con honores y condecoraciones póstumos para consuelo de sus familias y allegados. Los hijos e hijas de nuestros héroes de Irak pueden sentirse orgullosos del desempeño de sus padres. El homenaje de los compañeros es seguir recordándolos, porque las llamas de su legado siguen encendidas en el monumento que el CNI levantó en su memoria.
Otros compañeros rindieron su homenaje de admiración cuando se apuntaron en masa a cubrir los puestos que los héroes dejaron vacantes en tierras iraquíes, lo que confirma que el concepto de patria es compartido en el CNI como órgano de Seguridad del Estado por los hombres y mujeres que forman su plantilla, sean de procedencia civil o militar, como demuestra la integración posterior en misiones similares en Afganistán o más recientemente en el Líbano.
Esta es sin lugar a duda una historia de Valor y Lealtad de unos compañeros que llevaban en sus venas el código de que el sacrificio por la patria en un acto de servicio está reservado a los héroes.
DULCE ET DECORUM EST PRO PATRIA MORI.
Estimado Miguel Calleja:
Con especial emoción he leido tu Comentario, cuyo valor es incuestionable. Por la personalidad de quien lo escribe, su relación directa -desde la distancia física- con los protagonistas españoles de este hecho que ha quedado señalado con dolor y fuego en la Historia del CNI. Hablas de patriotismo, y se te entiende muy bien. De heroísmo y las palabras fluyen en el ánimo de quien sigue tu relato, llegando muy hondo. Hay muchas más sensaciones que surgen a medida que se leen los párrafos de un Comentario que es un regalo para este blog, una aportación de gran mérito para quien quiera saber situar mejor los hechos y los personajes. Pienso que, si lo leyeran -y animo a todos los que lleguen al conocimiento de esta entrada a que se detengan en él- recibirían el aliento que nunca debería agotarse de esos espías-militares que entregaron su vida en un acto de servicio “reservado a los héroes”. La figura de Carlos Baró luce en tu relato con luz propia, junto a la llama imperecedera de los otros seis caídos en la emboscada.
Llamo también la atención por el conmovedor y fiel tratamiento que ofreces -porque tuviste información y contacto privilegiados- de José Manuel, el único superviviente, un héroe que sobrevivió para que pudiéramos valorar, en toda su dimensión, el sacrificio de los que fueron asesinados. Para los familiares de todos ellos, habrá de servir de consuelo, como sirve a todos de ejemplo y estímulo.