El centro de Toledo, como es bien sufrido por quienes lo conocemos al margen de una visita de un par de horas dirigida a uña de agencia de viajes, es la imagen fiel de una ciudad abandonada. No existen opciones cómodas para residentes, el comercio carece de calidad (las espaditas toledanas hace tiempo que vienen de China) y, aquellos empresarios que han arriesgado ofrecerla, han fracasado, por falta de ayudas, imagen corporativa e información al visitante.
He escrito en este blog y en otros foros, varias veces sobre Toledo, que tiene muchos encantos, aunque ocultos. Adolece de presentación atractiva de su misterio, sepultado por un exceso de conventos cerrados a cal y canto y en su mayoría vacíos, y que no ha sido capaz de encontrar la fórmula para atraer y fijar residentes, funcionarios, comerciantes, incluso hacer rentables las visitas efímeras de las hordas de curiosos indocumentados que la patean (ahora hay que decir, con aún más dolor, que la pandemia obliga emplear el tiempo pasado: pateaban).
La Junta de Castilla La Mancha, llevada, en mi opinión, de una falsa idea de lo que necesita la ciudad imperial para despertar de su abandono, ha decidido, aprovechando el colapso pandémico, “rehabilitar la Mezquita de las Tornerías”, una enseña poco conocida del pasado multicultural que ha sido sistemáticamente destruido por el abandono, la incuria y el desconocimiento.
Ese edificio histórico está situado en el centro mismo de la ciudad vieja, y tiene su entrada antes de la curiosa rehabilitación, aún en curso, desde la Plaza de Solarejo.
Según eruditos análisis sobre la Mezquita (utilizo fundamentalmente el libro de Clara Delgado, “Toledo islámico”), la edificación tiene un diseño similar al de la mezquita de Valmardón o del Cristo de la Luz, y existen fuentes históricas fidedignas que la mencionan en uso desde el siglo XII. Los mudéjares toledanos la utilizaron durante la Edad Media cristiana, y su importancia queda reflejada en que llegaron a constituir una cofradía propia.
La Mezquita ya fue rehabilitada hace 20 años y hace algunos menos, acogió una Feria de Artesanía. Se trata de uno de los monumentos menos conocidos de Toledo, conservado gracias a su sólida arquitectura y por encontrarse cimentado sobre sillares de época romana. Su patio interior, abierto entre soportales que protegían de las inclemencias del tiempo y daban frescura al ambiente, era un ejemplo virtuoso de la escasa representación del arte y usos mozárabes.
La nueva actuación sobre la Mezquita ha servido para destruir todo ese valor, en la idea -en uso pernicioso desde hace décadas, alimentada por el complejo de culpa por el maltrato destructor y negligente con el que hemos dejado caer edificios valiosos – de recuperar, en el sentido de sacarla a la vista, a toda ruina, piedra o resto de demolición anterior que se descubra en el subsuelo al removerlo con las palas mecánicas.
El casco histórico de Toledo tiene, desde luego, muchas oportunidades de descubrir restos del pasado en cada agujero que se haga en el terreno: es una ciudad antigua, que ha sufrido múltiples embates guerreros, la superposición de asentamientos de pueblos que despreciaban lo que habian hecho los vencidos o los que se marcharon. La “recuperación del pasado” ha ido poblando los sótanos del casco de restos ruinosos, que se cubren impúdicamente con placas de metacrilato para que los eventuales visitantes puedan contemplar, con mirada distraída, trozos de viejas construcciones superpuestas, sin gracia ni uso, inútiles incluso para comprender la Historia.
Los nuevos asalteadores de recintos históricos han decidido realizar una profunda excavación de más de dos metros en el suelo del edificio singular, a partir del nivel de la Plaza de Solarejo. El placer de estos descubridores de patrimonios sepultos debió haber sido inmenso.
Además de documentar los cuatro arcos de sillares conocidos, los trabajos arqueológicos permitieron identificar -lo que ya se sabía, por otra parte- los restos un edificio desaparecido que ocuparía un área aproximada de 140 metros cuadrados. Con la capacidad imaginativa que cabe suponer a todo investigador de despacho, los expertos que han intervenido sobre el hallazgo, entienden que pudo haber sido utilizado como cisterna, como lugar de baños, como depósito de letrinas…
Se sabía ya que el edificio era un remake. La mezquita habría sido construida durante la dominación musulmana de Toledo, y habría utilizado materiales de construcciones anteriores, piedras que podrían haber sido talladas en épocas romanas. El acceso se realizaría en el siglo XII por una plazoleta frente a la fachada principal, desde la calle de Martín Gamero.
Ahora, la llamada “adecuación integral” pretende ejecutar una labor arqueológica que ponga de relieve las estructuras más antiguas de la edificación. ¿Para qué?, me pregunto. ¿Qué uso puede darse a un conjunto de ruinas?
He tenido ocasión de visitar los trabajos y adquirí la impresión que el edificio romano que se demolió para construir la mezquita podría albergar un depósito para almacenar agua de la que siempre estuvo necesitada la ciudad, con el objetivo de servir para el baño y aseo de los patricios del casco .
La actuación supondrá eliminar elementos incorporados en 1990 y avanzar, se dice, en la interpretación del inmueble, ofreciendo al público visitante una historiografía del monumento, muy del gusto de la actual corriente arqueológica de “poner en valor” los edificios históricos hasta ahora bien conservados, destruyéndolos del todo. Para más inri, se elevará la altura del edificio en uno o dos pisos para albergar funcionarios de la Junta, cuya función real está por definir.
God save Toledo
buenos días
Te pongo otro ejemplo, entiendo que éste por intereses políticos.
Cuando visité el Alcázar de Toledo, después de la última remodelación, me decepcionó no mucho, sino muchísimo, con respecto a la anterior visita.
¿Dónde está la sala de banderas? ¿Dónde todas aquellas colecciones de soldaditos de plomo? (sí hay algunas pero creo que no están todas).
Con la remodelación se le ha querido integrar el museo del ejército, que antes estaba en Madrid, pero creo que se ha perjudicado lo que significaba “el Alcázar” y también lo que era el Museo del Ejército en Madrid.
Por ejemplo, un símbolo, era el despacho del Coronel Moscardó, que a día de hoy ya no es el original, se ha eliminado el mobiliario y la alocución de la conversación de Moscardó con su hijo.
Y podría seguir,….
saludos,
Luis, lo que describes es un ejemplo de las dificutades de recuperar homogéneamente una edificación, sin caer en una presentación desordenada de piedras, colecciones y agujeros. Por supuesto, existen intereses en que el recuerdo de la guerra incivil se borre de Toledo. El Alcázar es,hoy, una ruina de ruinas.
No hay amor sin preocupación y pesadumbre, lo que no hace que reneguemos de lo que amamos. Como toledano que vive en el casco histórico me consuela tu “incursión” en el tema. Esperemos que con algo de sensatez paleontólogos y arqueólogos que tanta autoridad hoy detentan, puedan rendir mañana cuentas positivas pese a las desmesuras y dislates en que a veces se incurre.
Ángel, bienvenido siempre a Toledo que pese a todo y todos sigue siendo vividero para quienes lo queremos.
Gracias.
José Maria, gracias por tu intervención en este blog. No soy toledano, pero desde hace más de treinta años tengo una relación intensa con la ciudad. Desde hace 15 años, soy copropietario (con mi esposa) de un apartamento en el casco viejo. He sido testigo, en este tiempo, de actuaciones positivas sobre el casco y el entorno paisajístico (recuperación parcial de la senda junto al Tajo, por ejemplo). Sigue faltando impulso,interés, ideas motivadoras. En lo monumental, es flagrante la ausencia de un Plan de potenciación de Toledo. No lo tiene el Ayuntamiento y carece de él la Junta. Por eso, el casco está despoblado, aunque resistamos algunos galos.