Majestad,
Permítame, en primer lugar, que me presente: soy, entre tantos, un ciudadano más, convencido de que la forma de Estado preferente es la República y de que la mejor organización imaginable para concretar los objetivos generales es la de una democracia participativa, en la que quienes más tengan, contribuyan en mayor medida que otros, para corregir las desigualdades de los menos favorecidos.
Esta introducción no tiene otro objetivo, sin embargo, que ayudar a delimitar la naturaleza de alguna de mis contradicciones, puesto que me apresuro a expresar que, en este momento y circunstancias, no puedo concebir una forma más pragmática y eficaz que la de una Monarquía con Vd. como Jefe de Estado, ni tengo por menos que expresar mis dudas de que una democracia sin restricciones, en la que la opinión de todos, en absolutamente cualquier tema, tenga un valor equivalente, nos ayude a tomar las decisiones más convenientes en ciertos asuntos cruciales.
No me decido a escribir esta Carta, a la que me propongo sigan otras, para justificarme. Sí creo necesario explicar, para no ser calificado de adulador oportunista, que Vd. dispone, por edad y formación, de una excepcional posición intergeneracional y se le ha dotado de una muy útil cualificación que sería imperdonable desaprovechar. Además, en su etapa como Príncipe de Asturias, ha podido relacionarse, de manera distendida y relativamente al margen de compromisos ideológicos, tanto con dirigentes de muy variadas instituciones españolas como con mandatarios internacionales, que, en su mayoría, continúan en activo.
Todas estas premisas le hacen un candidato preferente para ocupar la posición de Jefe de Estado español, habida cuenta, además, del limitado marco institucional que le confiere a esta figura la actual Constitución, si bien, siempre en mi particular opinión, no encuentro problema alguno, sino, por el contrario, ventajas, en que se amplíen estos cometidos, en aquellos concretos y puntuales mandatos que le fueran encomendados, en el servicio a los intereses generales.
El problema más importante del país en este momento no lo encuentro pues, en absoluto, en cuestionar su posición como Jefe de Estado, sino en ordenar la forma de participación ciudadana para que se consigan objetivos urgentes e irrenunciables. El problema crucial que debemos resolver es organizar a la sociedad civil, es decir, a todos, en torno a un programa concreto, coherente, real, y compartido, y a él deberían dedicarse los esfuerzos principales y, en especial, de quienes tienen más autoridad o consciencia mayor de su responsabilidad histórica.
Si algo ha fallado en nuestro país en los últimos veinte años (por lo menos) es la gestión de los recursos, desde una perspectiva común, y han sido los representantes elegidos por el pueblo quienes no han sabido o querido estar a la altura de lo que resultaba imprescindible.
Los partidos políticos no han contado con una estructura democrática que introdujera sus raíces, vitalizándolas, en el resto de la sociedad, y, lo que es más grave aún, porque atañe a su credibilidad ética, han fallado en el control interno ,en cuestiones como la selección objetiva de los mejores, la eliminación instantánea de brotes de corrupción, y la propuesta y ejecución de medidas que permitieran prever los problemas que podrían afectar a las mayorías, corregirlos cuando se presentaran y eliminar las causas para que no se reprodujeran, activando los recursos positivos de la sociedad.
En esta primera carta, que no deseo hacer excesivamente larga, me limito a subrayar la paradoja de que, aún representando a una institución obsoleta, su posición es excepcional. La institución que Vd. encarna puede ser el activador -me atrevo a afirmar, que el único factible- de la capacidad de convergencia de todos los españoles, ya sean intelectuales, empresarios, trabajadores de los más diversos campos, inversores, universitarios, científicos, iletrados o eruditos…e incluso, ya fueran fieles como opositores al régimen monárquico.
Si asume esta responsabilidad, a la que le invito, y que desarrollaré en sus posibles concreciones en mis próximas cartas, le puede caber la satisfacción de movilizar a los agentes sociales y económicos para acometer un cambio, imprescindible y urgente de España hacia una sociedad más justa y más equilibrada.
No estará Vd. solo en ese empeño, si se deja aconsejar por quienes no tienen nada que perder y no desean ganar nada para sí, y se propone hacer de la Monarquía, no el punto de encuentro entre españoles, que es una quimera imposible de realizar, sino la plataforma que sirva de escenario para la discusión de las diferencias y reticencias que impiden que nuestro país se desarrolle libremente, superando las contradicciones que impiden pensar más en las soluciones que en la perfección de los diagnósticos.
En Madrid, a siete de enero de 2015
Vacuna PODEMOS.Barrer y seguir con la casa limpia
Jjpf, el tiempo está viniendo a demostrar que Podemos no es vacuna ni antídoto, sino más bien placebo. Puede que incluso la dosis que esos nuevos feriantes prescriben oculte virus de enfermedades que creíamos ya erradicadas.
Barrer, necesitamos, desde luego. Eliminar corrupciones y vicios, claro. Aislar y castigar a embaucadores, tramposos y ladrones, obvio. Pero la experiencia me ha hecho muy desconfiado de quienes alardean de disponer de soluciones sin haber experimentado el paso por el sacrificio, sin haber compartido ayes, sin que conste que han arrimado hombros para ayudar a sacar del barro al carro varado y que, impolutos, alardean no haberse manchado de la mierda que arrojan continuamente los de arriba y en la que también colaboran, consciente o inconscientemente, desde abajo. Como en el chiste del loro, cabría preguntarse: “¿Dónde estábais cuando el terremoto?”