Cuando hace tres años, el 21 de julio de 2013, celebramos el primer cumpleaños de mi nieta Alejandra, Santos Castro estaba ya tocado por el ala del cáncer, pero se encontraba bien. Para la pequeña, comparar con la suya la mano grande del amigo del abuelo fue una experiencia divertida, que repitieron una y otra vez, para regocijo de ambos y de los que estábamos presentes.
Hoy, de las fotos que guardo de Santos, he seleccionado ésta, aunque, técnicamente, es muy deficiente. Refleja o quiero que refleje algo de lo que ambos hablamos muchas veces, en distintos momentos y circunstancias, durante las muchas décadas en que fuimos amigos: la importancia de ceder el testigo de nuestra búsqueda, a quienes tengan interés en mejorarlo, evaluarlo, criticarlo o incluso potencialidad para destruirlo.
Porque estábamos de acuerdo en que, como seres humanos contingentes, efímeros, tenemos la responsabilidad individual de avanzar en el conocimiento colectivo, tratando, en la medida de nuestras capacidades, de ayudar a desgranar el sentido, no ya de nuestra existencia sino de todo lo existente. Somos por lo que compartimos, para que el conjunto pueda crecer, pasito a pasito, en encontrar respuesta a lo que aún nos es ajeno. Esa es la fuerza de nuestra anomalía cósmica, que nos permite pensar con independencia de la materia.
Santos tenía varias carreras, pero lo más interesante de su personalidad era su permanente curiosidad, robustecida por una inteligencia que se puede valorar sin reticencias como superdotada y aderezada por una excepcional capacidad de síntesis y un poder de comunicación envidiable. De todos aquellos estudios académicos, siempre que me pedía (él era también licenciado en Derecho pero “nunca ejercí”, se justificaba) que le ayudara a redactar un escrito jurídico, a la hora de seleccionar la profesión, me apuntaba, con precisa satisfacción, que indicara que era “filósofo”.
Ayer, día 24 de agosto de 2016, Santos Castro falleció, a la edad de sesenta y seis años. Habíamos planificado lo que haríamos cuando nos jubiláramos: más viajes por la Europa que él conocía tan bien (con mayor énfasis puesto en Italia), mayor participación en tertulias, escribir algún libro con las mejores ideas puestas a limpio, agotar la lectura -si fuera posible- de los imprescindibles de las bien surtidas bibliotecas, propias y ajenas, que se reproducían a mayor velocidad que nuestra capacidad de lectura.
Seguí, a su lado, los altibajos de una enfermedad que no perdonó resquicios, en cuatro años de destrucción física, pero que no pudo con su resistencia psíquica. No me puedo olvidar de aquel momento en que fuimos a recoger el resultado de su primer TAC, que le entregaron en sobre cerrado para su oncólogo -con el que hablaba fundamentalmente de la Historia de Roma-, y que abrimos, sentados en un banco del Hospital. Me pidió que se lo leyera en voz alta, y cuando llegué a la escueta frase final “Se detectan nódulos en el pulmón izquierdo indicativos de metástasis”, murmuró, sin perder la compostura. “Mal diagnóstico”.
No tiene sentido recordar ahora especialmente esos últimos años de duro paréntesis, convertido hoy en punto final, en una vida llena de tareas cumplidas, éxitos sonantes o solitarios, alegrías y dificultades compartidas con sus numerosos amigos o con destinatarios seleccionados. Santos, Técnico de la Administración Civil del Estado, fue en ella todo, menos Ministro. Y si no lo fue, creo que se debió simplemente a un exceso de capacidad. Era demasiado bueno para ese cargo, y muy útil en un segundo escalón. Su paso por los Ministerios de Defensa, Cultura, Industria, así lo atestiguan.
Fue consejero de Ensidesa, secretario general de la Sociedad General de Autores, directivo expatriado de la FAO…no se cuántas cosas y no quiero consultar su currículum oficial. Era conmigo poco expresivo acerca de su trabajo, separando conscientemente ante mí su perfil laboral de los otros de los que sí quiso hacerme partícipe, aunque estoy seguro de que hizo bien cuanto se le encomendó. Me confiaba un papel especial como ingeniero -admiraba la técnica, con un respeto de lego insigne- y lo pasábamos muy bien poniéndonos a conciliar asuntos dispares con visiones desde ángulos diferentes pero interés coincidente.
En las tertulias que organicé en el restaurante AlNorte, Santos era pieza imprescindible. Cuando la reunión languidecía, le sacaba punta a cualquier pregunta que yo, como provocador moderante, pudiera lanzar a la concurrencia. Hacía magia de la vacuidad, potencia de la sencillez.
Sus mejores amigos creen que yo era/fui su mejor amigo, y la distinción me honra. Pero tengo que aclarar: Santos tenía decenas de mejores amigos (y amigas) a los que distribuía sus papeles con la sabiduría y la autoridad del que domina su entorno. Cuando hoy nos reunimos en el Tanatorio de la Paz (Tres Cantos) unos cuantos de entre ellos -malas fechas las de agosto para morirse-, echamos de menos, de entre los muy próximos, al zambranista Jesús Moreno, que anda este trimestre paseando a Espinoza por Argentina. No hubo tiempo para avisar a todos, y habrá que hacer un homenaje más intenso a la memoria de Santos, dentro de unas semanas que, como todo homenaje póstumo, será también un tributo a nosotros mismos, los que quedamos.
Cuantos estábamos allí, teniéndolo por una vez callado, silente, quizá sorprendidos por su mutismo forzado. convenimos en poner de manifiesto la sabia manera en que nos distribuía los roles, según su exclusivo e intransvasable criterio, reconociendo que a todos nos podía tener de buen grado para lo que necesitara, a la hora que le conviniera. Su conversación estimulaba nuestra propia creatividad, forzaba lo que teníamos más desconocido de nuestra mente.
Sí es cierto, con todo, que, en estos últimos cuatro años, dos personas estuvimos especialmente al lado de Santos. Elena Domínguez -una ex esposa singular por cientos de conceptos- y yo mismo. No lo podrá contradecir nadie. Para acompañarle al médico, para buscar la heparina un aciago fin de año cuando le anunciaron que se le había formado un trombo, para sacrificar nuestras vacaciones, traerlo de Salamanca, para sacarlo de casa, invitarlo a comer o cenar, estar simplemente a su lado o traerlo al nuestro, provocándolo, animándolo o dejándonos querer.
Había, claro, muchas más personas próximas a Santos -los de Comillas, los militares, los funcionarios, la familia, otros amigos, mujeres y hombres, a los que quería-, pero Elena y yo, por muy distintas razones, estábamos siempre para él, en su imaginación, en situación de disponibles. Y claro que lo estábamos. Sin remedio, con placer, sin excusas.
Cuando hace un año me diagnosticaron mi cáncer, le di un disgusto terrible. Desde entonces, a quien le visitara que me conociera, le indicaba: “El que está mal es Angel” o preguntaba, sin ocuparse de la fiabilidad de mi propia respuesta. “¿Cómo lo véis?”. En la UCI, después de la operación para extirparle el tumor que se le presentó en el cerebelo -ya tocaban a rebato las campanas de la despedida-, pero estaba perfectamente lúcido, le preguntaba a mi mujer, María Jesús : “¿Qué tal está Angel?”
Querido Santos, estoy bien. Me reconfortó encontrarme entre tus amigos, y zambullirme en el cariño que destilaban hacia ti. Me precio de que una buena parte de ellos son también amigos míos; muy buenos amigos. Porque lo que has hecho como nadie ha sido compartir. Y en esta hora final para tí, te recordamos compartiendo.
Aunque, si lo pienso mejor, prefiero recordarte palmeando la pequeña mano de Alejandra. que hoy ya tiene cuatro años y una vida por delante, y lanzándonos un mensaje a los que aún estamos aquí, que dirá algo así: “Seguid, tenéis que seguir”.
Descansa en Paz, amigo.
Preciosas notas que …seguro él ha captado
Habiendo compartido mesa y mantel con ambos, lamento profundamente que esta sea la siguiente noticia que tenga de él tras aquel encuentro con inmejorables anfitriones. Me quito el sombrero (el mío, no el tuyo) ante tan emotivas, pertinentes y hasta donde yo recuerdo certeras palabras.
Impelido por el titular que has elegido, recupero la cuarta acepción que del lema “filósofo” recoge el Diccionario de la Lengua Española para recordar a una persona “virtuosa y austera” que pudo esquivar las “distracciones” de los “lugares” (léase cargos) más “concurridos”; un conversador -que también recuerdo-, de las mismas dimensiones que sus manos.
Descanse en Paz.
Querido Ángel: Emotivo relato sobre vuestra amistad, tan patente y hermosa, de la que fui testigo en aquellas tertulias de ALNORTE y en posteriores encuentros que propiciaste. Bien sabes y demuestras lo que es la verdadera amistad.
Fuerte abrazo, querido amigo
Con amigos como tú, querido Ángel, se puede vivir y morir tranquilo. Así lo hizo Santos, pidiendo y contando siempre con tu presencia, la de su más generoso y leal amigo.
Te conocí poco en la Tertulia, pero siempre fuiste acogedor, muy amable y gran conversador.Conozco los estragos de la enfermedad, acabo de perder a mi esposa.
Un gran recuerdo.Espero que estés junto al Señor, dado que personas como tu tienen la plaza asegurada.
Buenos días,
aunque no lo conocí, creo, por lo que indicas en el relato y los comentarios que hay, que era buena persona (que son las que más falta hacen y que, desgraciadamente, mas pronto que tarde se van). DEP.
Querido Angel:
Qué palabras tan bonitas para quien fue un gran profesional y estupenda persona, sencilla y siempre afable.
Como muy bien señalas “Somos por lo que compartimos…” Conocí a D. Santos Castro siendo Director General de Relaciones Institucionales del Ministerio de Defensa y posteriormente tuve la suerte de conocerle más en tertulias sobre Seguridad y Defensa.
Mi más sentido pésame a la familia y Descanse en Paz.
Marian