Desde hace varios (malos) planes de estudio, los ingenieros no estudian filosofía, por lo que se están quedando in albis sobre una cuestión, para mí, fundamental: técnica y filosofía forman parte de un tronco común, y no uno cualquiera: aquel por el que discurre la savia que justifica nuestra existencia.
Al referirme, de forma tan genérica, a “técnica” y “filosofía”, debiera matizar de inmediato que me refiero a la historia que registra la evolución de estas dos maneras de avanzar en el saber. Desde allá donde tenemos noticia de la presencia de alguien identificable como “ser humano”, ha quedado constancia de que unos pocos miles de congéneres se han preocupado, tanto de aprovechar la capacidad de descubrir métodos de hacer cosas -algunas se revelaron muy útiles para mejorar las condiciones de vida-, como la capacidad de imaginar que existían relaciones lógicas o, por lo menos, estadísticamente predecibles, entre los seres y los objetos.
Pues bien: nada me resulta más satisfactorio, a nivel intelectual, que encontrarme identificado -con las comprensibles distancias de calidad y resultados- con aquellos excelsos científicos que hicieron del método filosófico su mejor instrumento de trabajo, ya fuera en el laboratorio, en el taller o en la obra que se encontraron dirigiendo.
Recuperar el ansia de saber algo de lo que aún no se sabe, y conocer mejor lo que ya se cree saber, enlazando las piezas del rompecabezas revuelto que tenemos extendido ante nosotros, y en el que seguramente se nos han hurtado varias piezas esenciales -pero, ¿y i no fuera así?- es inexcusable. Para toda sociedad y, en particular, para el entorno que tenemos más próximo, y que se auto considera parte del mundo desarrollado.
Los técnicos, en especial, quienes se dedican a la investigación -no le pongo ningún adjetivo, ni siquiera la de “aplicada”- tienen en el análisis de la materia, un inmenso y atractivo campo de trabajo: desde la nanotecnología -y más adentro- hasta el gran espacio fuera de la Tierra -y más allá-, en el que concretar las elucubraciones filosóficas sobre el cosmos y su fundamento.
Los filósofos más fecundos en aportar ideas de la formación de la razón y el ser, han tratado -no diría que por su parte. sino, junto a esos otros que consideramos investigadores de la materia- de explicar mejor por qué somos y de esta manera, y para qué somos y cómo podríamos aumentar nuestra sensación de conocer mejor lo que pasa por nosotros.
Hay, en efecto, una mística en este proceso de hacer evolucionar el saber, del que la mayor parte de la Humanidad, por obvias limitaciones, podemos ser únicamente aprendices de lo que otros descubran, seguidores de lo que los más sagaces propongan, devotos de quienes pongan más énfasis o más intensidad en participarnos sus credos.
No me cansaré jamás de estudiar lo que dicen los filósofos, ni dejaré de admirar lo que consiguen los que consiguen transmitir, con la técnica que se va dominando, que avanzamos en el camino de penetrar en el misterio de lo que estaba al margen de nosotros, para hacerlo nuestro.
Es una historia fascinante, que a veces parece estar solo en sus comienzos y otras, que se está a punto de alcanzar el instante mágico, solemne en que todo se nos desvele, descorriendo la cortina que nos haga entender, a un tiempo, lo que somos y lo que podemos ser si nos desprendemos del nosotros.
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