La eclosión del magma en la isla de La Palma (Canarias), provocando uno de los fenómenos de vulcanismo más violentos de los que se han sufrido en España en los últimos cien años, ha tenido una doble consecuencia: una, directa, dolorosa y seguramente en parte evitable, que afectó a los vecinos de esa isla, de los que casi mil han perdido sus casas; muchos más, las cosechas de plátano que son principal sustento de su economía y, aunque los daños a las estructuras públicas no tienen el mismo carácter dramático que se concede a los daños privados, se han perdido varios kilómetros de carretera y se han tenido que destinar importantes fondos públicos a desplazar y mantener en activo equipos de contingencia y análisis del singular efecto volcánico.
La otra consecuencia es que, como resultado de lo aparatoso de la eclosión, el dramático progreso de la lengua de magma por una zona de la isla y la incertidumbre generada por las consecuencias directas y finales del fenómeno geológico, se ha despertado un inmenso interés mediático sobre los volcanes, que ha movido a la palestra de la opinión a muchos personajes, unos manejando la prudencia de cuanto afecta a los conocimientos científicos que se mueven en los terrenos de la incertidumbre y otros, navegando por la especulación de su fantasía indocumentada.
Para un profano, puede aparecer como residuo dominante de tanto despliegue informativo, que seguimos sabiendo poco de los fenómenos volcánicos. No sabemos, con absoluta certeza, predecir cuándo tendrá lugar una eclosión magmática, por dónde se producirá (dentro de un margen zonal) y qué efectos tendrá, con precisión, el avance de la lengua de magma o el lanzamiento de cenizas y gases vinculados a la erupción o erupciones.
Tengo que reconocer que, entre los muchos que han intervenido e interferido con sus opiniones, no he detectado ingenieros de minas, a salvo de lo que, tempranamente opinó, de forma muy ponderada, mi colega (y amigo) Luis Jordá Bordehore. Seguro que estarán integrados en varios equipos de trabajo, como vulcanólogos, instrumentistas, geofísicos o hidrólogos, pues los actuales geólogos españoles -en particular, los ingenieros geólogos- son hijos de esa ciencia de la Tierra. Me ha parecido excelente la información que la geóloga del CSIC, Rosa María Mateos -una experta sin paliativos, excelente comunicadora-, y el también geólogo asturiano Manuel García Claverol -amigo, profesor en la Escuela de Ingenieros de Minas de Oviedo-han venido difundiendo de manera regular. Ilustrativa, ponderada, prudente.
Porque sobre el vulcanismo seguimos aprendiendo. Como todas las cosas en que la complejidad de la naturaleza nos obsequia con manifestaciones, podemos admirarnos y resignarnos a padecer -en ocasiones- sus efectos negativos. Solamente desde las posiciones científicas, basadas en los análisis de las expresiones empíricas pero también en razonadas especulaciones, podemos jactarnos de saber algo mejor, un poco más exacto de lo mucho que nos afecta y aprender a protegernos o a utilizarlos.
Pienso que podían haberse evitado daños en esa, como en otras, erupciones volcánicas. Las casas situadas sobre las lavas antiguas, suponen una temeridad y un riesgo que solo parece descansar en el principio gratuito del “no se va a repetir”. Las tierras volcánicas, en algunos años, se manifiestan como excepcionalmente fértiles y el atractivo turístico de los fenómenos de actividad moderada o aparentemente bajo control (por la propia naturaleza) resulta innegable. Hacen olvidar que, tarde o temprano, con una irregularidad propia de lo natural, el fenómeno eruptivo volverá a tener lugar.
En San Francisco, como en otros lugares de indudable atractivo -buen clima, playas, actividad comercial e industrial potenciada durante décadas- el riesgo de una catástrofe está asumido como lejano, pero no es así. La falla de San Andrés, que forma el linde entre las placas norteamericana y del Pacífico , y que tiene más de 1.300 km, cuyos movimientos constantes no han provocado en varios años efectos significativos, absorbidos por el roce entre aquellas, puede llegar a significar, en pocos instantes, una gran catástrofe si la energía acumulada causara un gran deslizamiento.
Vivimos en riesgo y algunas poblaciones, especialmente significadas, se han acostumbrado a convivir amistosamente con él, perdiéndose, con el paso de los años, el recuerdo de catástrofes anteriores. Y, hasta el momento por lo menos, los científicos solo pueden medir los efectos de la naturaleza y, con suerte, predecir con poca antelación, lo que podría pasar si el monstruo se desata. Que en La Palma no haya habido desgracias personales ha sido una expresión del perdón de la naturaleza. Que vuelvan a erigirse casas y poblaciones en los mismos lugares, será una temeridad que, a mayor o menor plazo, tendrá desgarradoras consecuencias.
Me gusta Ángel. Mi novena nieta , de 5 años, me ha dicho que quiere ser vulcanóloga. Un abrazo fuerte.
Gracias, Pepe. Me gusta que te guste, porque sé que distingues muy bien de esos sabores. No tengo tantos nietos como tú, pero también ellas -son todas hembras- me sorprenden con sus deducciones sobre lo que puede ser más interesante para su futuro. De momento, casi todas se inclinan por dedicarse a la danza y al cante, es decir, a la farándula. Me divierten, eso sí, con sus ensayos. Vigila discretamente a tu vulcanóloga en ciernes, por si acaso le atrajera demasiado el fuego. Un gran abrazo
“Que vuelvan a erigirse casas y poblaciones en los mismos lugares, será una temeridad que, a mayor o menor plazo, tendrá desgarradoras consecuencias.”
Todo el artículo me ha gustado, pero el parráfo final me parece una reflexión muy acertada. Ir viendo como se vayan desarrollando las actuaciones de las administraciones y de los propios afectados, será algo que nos dará una pista de lo que somos como colectivo. Gracias por tu artículo
Gracias, Julio. Mi artículo es una reflexión modesta, dados mis limitados conocimientos en torno al fenómeno volcánico, pero que colegas como tú y otros que me han mostrado su aprecio, se hayan fijado en lo que escribí y me comuniquen que lo comparten, es motivo de satisfacción. Un abrazo