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Vulcanismo, fallas y conocimientos

3 octubre, 2021 By amarias 4 comentarios

La eclosión del magma en la isla de La Palma (Canarias), provocando uno de los fenómenos de vulcanismo más violentos de los que se han sufrido en España en los últimos cien años, ha tenido una doble consecuencia: una, directa, dolorosa y seguramente en parte evitable, que afectó a los vecinos de esa isla, de los que casi mil han perdido sus casas; muchos más, las cosechas de plátano que son principal sustento de su economía y, aunque los daños a las estructuras públicas no tienen el mismo carácter dramático que se concede a los daños privados, se han perdido varios kilómetros de carretera y se han tenido que destinar importantes fondos públicos a desplazar y mantener en activo equipos de contingencia y análisis del singular efecto volcánico.

La otra consecuencia es que, como resultado de lo aparatoso de la eclosión, el dramático progreso de la lengua de magma por una zona de la isla y la incertidumbre generada por las consecuencias directas y finales del fenómeno geológico, se ha despertado un inmenso interés mediático sobre los volcanes, que ha movido a la palestra de la opinión a muchos personajes, unos manejando la prudencia de cuanto afecta a los conocimientos científicos que se mueven en los terrenos de la incertidumbre y otros, navegando por la especulación de su fantasía indocumentada.

Para un profano, puede aparecer como residuo dominante de tanto despliegue informativo, que seguimos sabiendo poco de los fenómenos volcánicos. No sabemos, con absoluta certeza, predecir cuándo tendrá lugar una eclosión magmática, por dónde se producirá (dentro de un margen zonal) y qué efectos tendrá, con precisión, el avance de la lengua de magma o el lanzamiento de cenizas y gases vinculados a la erupción o erupciones.

Tengo que reconocer que, entre los muchos que han intervenido e interferido con sus opiniones, no he detectado ingenieros de minas, a salvo de lo que, tempranamente opinó, de forma muy ponderada, mi colega (y amigo) Luis Jordá  Bordehore. Seguro que estarán integrados en varios equipos de trabajo, como vulcanólogos, instrumentistas, geofísicos o hidrólogos, pues los actuales geólogos españoles -en particular, los ingenieros geólogos- son hijos de esa ciencia de la Tierra. Me ha parecido excelente la información que la geóloga del CSIC, Rosa María Mateos -una experta sin paliativos, excelente comunicadora-, y el también geólogo asturiano Manuel García Claverol -amigo, profesor en la Escuela de Ingenieros de Minas de Oviedo-han venido difundiendo de manera regular. Ilustrativa, ponderada, prudente.

Porque sobre el vulcanismo seguimos aprendiendo. Como todas las cosas en que la complejidad de la naturaleza nos obsequia con manifestaciones, podemos admirarnos y resignarnos a padecer -en ocasiones- sus efectos negativos. Solamente desde las posiciones científicas, basadas en los análisis de las expresiones empíricas pero también en razonadas especulaciones, podemos jactarnos de saber algo mejor, un poco más exacto de lo mucho que nos afecta y aprender a protegernos o a utilizarlos.

Pienso que podían haberse evitado daños en esa, como en otras, erupciones volcánicas. Las casas situadas sobre las lavas antiguas, suponen una temeridad y un riesgo que solo parece descansar en el principio gratuito del “no se va a repetir”. Las tierras volcánicas, en algunos años, se manifiestan como excepcionalmente fértiles y el atractivo turístico de los fenómenos de actividad moderada o aparentemente bajo control (por la propia naturaleza) resulta innegable. Hacen olvidar que, tarde o temprano, con una irregularidad propia de lo natural, el fenómeno eruptivo volverá a tener lugar.

En San Francisco, como en otros lugares de indudable atractivo -buen clima, playas, actividad comercial e industrial potenciada durante décadas- el riesgo de una catástrofe está asumido como lejano, pero no es así.  La falla de San Andrés, que forma el linde entre las placas norteamericana y del Pacífico , y que tiene más de 1.300 km, cuyos movimientos constantes no han provocado en varios años efectos significativos, absorbidos por el roce entre aquellas, puede llegar a significar, en pocos instantes, una gran catástrofe si la energía acumulada causara un gran deslizamiento.

Vivimos en riesgo y algunas poblaciones, especialmente significadas, se han acostumbrado a convivir amistosamente con él, perdiéndose, con el paso de los años, el recuerdo de catástrofes anteriores. Y, hasta el momento por lo menos, los científicos solo pueden medir los efectos de la naturaleza y, con suerte, predecir con poca antelación, lo que podría pasar si el monstruo se desata. Que en La Palma no haya habido desgracias personales ha sido una expresión del perdón de la naturaleza. Que vuelvan a erigirse casas y poblaciones en los mismos lugares, será una temeridad que, a mayor o menor plazo, tendrá desgarradoras consecuencias.

Publicado en: Geología, mineria Etiquetado como: erupción, falla, Gran Canaria, La Palma, Luis Jordá, Manuel García Claverol, Rosa María Mateos, San Andrés, volcán, vulcanismo

Esto no es un Cuento de Otoño: El riesgo de Castor visto por los ingenieros

16 octubre, 2013 By amarias2013 1 comentario

Mis aficiones literarias no deberían ocultar que soy, profesionalmente, ingeniero y abogado. En realidad, me ocurre que vivo de ejercer estas carreras y no de aquello que escribo sobre lo que se me ocurre.

Me interesa, por ello, conocer los posicionamientos técnicos y jurídicos acerca de las cuestiones que tienen relación con lo que estudié en las Universidades y, en particular, con lo que he tenido ocasión de aplicar y ver aplicar en los ya muchos años de práctica.

Mantengo la curiosidad por entender las razones de los demás, especialmente en aquellos temas que ocupan, y no digamos, si preocupan a la sociedad donde vivo.

Este es el caso del análisis de los seísmos que se han vinculado a los trabajos de la plataforma Castor, en Vinarós. El tema es de tanta actualidad que me excusa de presentar los detalles. Bastará, los lectores más desinformados, indicar que se pretende aprovechar el hueco del antiguo yacimiento petrolífero de Amposta, situado a unos 2 km de profundidad y más de 25 km de esa localidad (mar adentro), para almacenar gas natural, que se conducirá hasta allí por una tubería de 30 km.

En la realización de las pruebas previas de estanqueidad del futuro depósito, en las que se inyectó gas a presión, se detectaron por los sensores de control varios microseísmos de magnitud ligeramente superior a 3 en la escala de Richter, que causaron, al ser conocidos y glosados por diversos comunicadores, alarma social en la población, aconsejando la suspensión provisional de las pruebas.

Algunos científicos, que trabajan en la investigación de las causas antropogénicas de los seísmos, propusieron de inmediato, el abandono defintivo del proyecto. En esa postura, destacan los geólogos Miguel de las Doblas y Antonio Aretxabala, vinculados al Instituto de Geociencias de Madrid.

El 14 de octubre de 2013 el Instituto de Ingeniería de España (IEE) celebró una jornada sobre el proyecto Castor, en la que participaron los ingenieros de Minas Recaredo del Potro (responsable de la empresa ESCAL UGS, ejecutora del proyecto) e Isaac Alvarez (profesor asociado a la Escuela de Minas de Oviedo, y uno de los pocos técnicos españoles con experiencia real en proyectos que involucran prospecciones profundas y, en concreto, de la explotación previa en Amposta) y el ingeniero de Caminos Antonio Soriano, Catedrático del Departamento de Ingeniería y Morfología del Terreno de la Universidad Politécnica de Madrid. Dirigió el coloquio la profesora del ICAI, Yolanda Moratilla, directora de la Comisión de Energía del IIE.

El interés del tema quedó evidenciado, desde luego, por la masiva presencia de asistentes, en su inmensa mayoría, ingenieros. Había muchos rostros conocidos de quien esto escribe. La presente crónica no pretende ser una reseña de lo que se dijo, sino recoger la impresión que me produjo.

El propio IIE ha publicado en su web un resumen de la Sesión, supongo que supervisado por los ponentes (aunque encuentro algunas diferencias respecto a mis notas), al que me remito.

Este Comentario responde a lo que yo entendí y anoté.

Antonio Soriano admitió que no cabía duda -en todo caso, pocas dudas- “de que los movimientos de tierra detectados han sido causados por la actuación realizada en Castor”. Aunque los ingenieros de minas que habían hablado con anterioridad habían caracterizado el incremento de presión en la línea de rotura de la falla de Amposta como menor (máximo de 8 kg) ” para un geotécnico, ese aumento no era en absoluto despreciable.

Tampoco estuvo de acuerdo con la interpretación realizada con anterioridad por Isaac Alvarez, de que “lo que pudo haber pasado es que la extracción ha debilitado el techo del yacimiento del que se extrajo crudo en Amposta”, produciendo un ligero hundimiento debido al desprendimiento de CO2, que habría formado bicarbonato de calcio, provocando cambios locales de densidad y pequeños derrumbes “a escala métrica”.

Para Isaac, “cuando la tierra se pone en movimiento, la inercia que adquiere es tremenda, y, por ello, se mueve a velocidades pequeñísimas. A la derecha de la falla, el terreno es mesozoico, consolidado; a la izquierda, es terciario, menos competente.” La situación sería comparable, a escala, con el “efecto de dejar caer un peso de una esponja encima de una silla” y, además, la sede tensionaría resulta un sello estupendo para el yacimiento.

Lo importante para Soriano, sin embargo, es “conocer el límite de lo que provocan estas actuaciones, y ese límite no puede ser mucho mayor de lo que se está sintiendo: 4,2. Para precisar ese límite habría que estudiar más detalles de la falla, y definir si es 5 ó 6, pero eso es una incógnita actualmente.”

Poner una cota superior a ese límite implica precisar “cómo se sentirían en la costa los efectos, es decir, la intensidad que se siente en Vinarós”. Para evaluarlos, lo determinante no es la escala de Richter, sino la escala de Mercalli, que califica la percepción por la población y los daños concretos sobre las estructuras.

“En la planta, apenas se han sentido los terremotos y no ha habido ningún daño estructural. Las aceleraciones han estado y siguen estando por debajo de IV, en números romanos. Incluso si los seísmos hubieran sido de intensidad V, que generan una energía 30 veces mayor -la intensidad local que se sintió en Pamplona, que está lejos de ocurrir en Castor- los efectos serían prácticamente imperceptibles por la población.” Habría que alcanzarse la intensidad VII para que hubiera razones de alarma real.

“Como estamos a 1.700 m de profundidad, el terreno está soportando 170 kg. Si supongo que la presión aumentara en 1.000 veces, el índice de Mercalli se situaría en VI como máximo”.

No ha habido derrumbamientos en el terreno, aclaró Recaredo del Potro, pues se habría detectado un incremento de presión en los pozos de control: solo ha habido un salto de centésimas de bar en el manómetro. Existe permiso para inyectar a 50 bar -correspondiendo con los estudios previos, en los que el Instituto de Catalunya afirmó que no habría riesgo hasta los 40/50 bares- y, hasta ahora “solo se precisó inyectar a 5 bar, pero no porque limitáramos la presión, sino porque el agua fluye libremente.

Isaac Alvarez afirmó que “los angulares de los pozos están bien y no se ha notado efecto significativo en los manómetros de cabeza”, por lo que la burbuja se mantiene estanca.

“Se han hecho estudios de la seguridad de la roca cobertera desde 2002. Una cosa es que se mueva la falla y algo distinto que ceda la roca cobertera. Hemos mejorado la normativa más exigente de las plataformas del Mar del Norte, superando las medidas adoptadas en las de Gaviota y Casablanca. Tenemos un certificado del Lloyd que lo acredita”, dijeron, complementariamente, Recaredo e Isaac.

No es la primera vez que se utilizan yacimientos en roca kárstica en España. “Lo más frecuente es que para almacenamiento se utilicen antiguos yacimientos, salvo en el caso de acuíferos”.

“La falla se está moviendo geológicamente y se ha acelerado un poquito la velocidad natural de movimiento. Los 8 kg de exceso de presión sobre los 180 kg previos están causando una sismicidad muy baja, por períodos largos.”, apuntó Antonio.

“Un seísmo de magnitud VI no haría daño a los edificios de Vinarós, porque lo que se está midiendo es en la zona epicentral, y los seísmos superficiales, como los que analizamos aquí, se atenúan mucho más deprisa que los profundos. Estoy convencido de que lo que se pueda detectar en la plataforma no provocará ningún daño en la costa”, explicó, igualmente respondiendo a una pregunta del público, Antonio Soriano.

A mí, como a los asistentes con los que pude conversar después de la Sesión, me convencieron los argumentos de mis colegas.

Y apunto algo más: Ese tipo de encuentros son los que ayudan a poner en valor la ingeniería española, y son determinantes para que la sociedad no se deje guiar por visiones catastrofistas. El Instituto de la Ingeniería de España se ha marcado un buen tanto, y hay que propiciar actos como éste. No faltan temas, al contrario, en que se debe dar voz a los que saben de qué hablan y, además, lo aplican a aquello que corresponde.

Porque traer argumentos, cuya validez no cuestiono, correspondientes a otras situaciones, pretendiendo aplicarlos a circunstancias muy diferentes, no hace sino generar un falso debate, que, en lugar de aclarar, contamina.

Publicado en: Ingeniería Etiquetado como: Amposta, Antonio Soriano, Aretxabala, colapso, debate, falla, geólogo, IIE, ingeniero de minas, Isaac Alvarez, Mercalli, Miguel de las Doblas, proyecto Castor, Recaredo del Potro, Richter

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