Espero no ofender a casi nadie si afirmo que a la región asturiana le falta proyecto. Y, por tanto, carece de estrategia de defensa de lo que no tiene.
Siempre me pareció que, entre los múltiples y graves problemas de Asturias -cuyo origen, bien estudiado por especialistas, proviene de la utilización sistemática de la región por los gobiernos centrales para atender a los intereses generales sacrificando (o adulterando) los intereses para el desarrollo regional-, luce con voz propia una característica especial. Tenemos un exceso de cabezas pensantes, generadoras de estudios, análisis, sugerencias y críticas, realizados por instituciones y particulares, ofreciendo opiniones interesantes o al menos, merecedoras de discusión, para lograr la reactivación o detener la parálisis, pero faltas de coordinación. Los gallos del corral de las ideas son poco dados a ponerse de acuerdo y prefieren enzarzarse en discusiones sobre el pasado y lo que pudo haber sido.
La permanente discusión sobre lo que se tendría que haber hecho, siembra confusión y desorden y empequeñece y desgasta las fuerzas que deberían aunarse para poner en marcha las ideas. La pequeña región presenta excesivos centros de análisis sin fuerza decisoria, ha alimentado la formación teórica de alto nivel, olvidando el adiestramiento de los discentes en habilidades prácticas y, en cuanto a la promoción de actividades, en un erróneo planteamiento de autosuficiencia, apoya pequeños emprendimientos locales con escasas posibilidades de supervivencia por poco que cambie la coyuntura.
Es imprescindible que los centros de formación técnica de Gijón, Oviedo y Mieres, olviden el enfrentamiento de los egos profesorales y se estructuren como una verdadera Politécnica, con programas de formación e investigación coordinados, en lugar de mantener la actual sobrecarga de profesorado y alumnado. La formación profesional, que tuvo -¡en el tardofranquismo y en las primeras décadas de la democracia!- días de gloria, deambula sin energía entre los planes de estudios pendientes de revisión a fondo, la efectividad de la enseñanza dual y padeciendo la escasa atención que le presta el empresariado regional, con escasas excepciones de nivel.
Periódicamente, tomando consciencia del languidecimiento de la región, se reabre la cuestión de las conexiones con la meseta, con occidente y oriente. La autovía de peaje es un hurto permanente consentido que apoya la idea general del aislamiento de Asturias. El viajero gasta más en peajes en ir y volver a la región desde Madrid que en combustible. El tren de media velocidad -un enlace con Madrid que tarda dos horas en llegar a León y prácticamente tres en recorrer los cientoveinte kilómetros desde allí hasta Mieres, Oviedo o Gijón- forma parte de ese desprecio hacia las comunicaciones de Asturias con el resto del mundo. No son pocos los que, para ahorrar tiempo, dejan el coche en León o mandan que se les vaya a buscar allí para seguir por carretera el trayecto a Oviedo. Gijón o el resto de poblaciones asturianas de destino.
He leído con atención el proyecto Asturias XXI con el que, según tengo entendido, desde hace unos once años, un grupo de animosos profesionales, quiere concretar lo proyectos que servirían para la reactivación de la dormida y olvidada región. Son, todas, buenas ideas. Hay una relación muy sugerente de mentores -casi todos, residentes en el extranjero y dispuestos, por lo que leo a dar sabios consejos.
Lo que falta en esta región no son, sin embargo, ideas -andamos sobrados de ellas-. Lo imprescindible es encontrar la manera de plasmar algunos de esas iniciativas -las seleccionadas como prioritarias-, con dinero. Esas inversiones, dado el reducido tamaño del tejido empresarial asturiano y la ausencia de una Banca regional (¡ay, Cajastur!), han de venir, básicamente, desde fuera y, muy seguramente, de proyectos públicos o semipúblicos.
En el caso de la potenciación de la investigación para apoyar proyectos con viabilidad regional, la cuestión es igualmente urgente. Ninguna tesis doctoral, ningún trabajo de investigación universitario, ni siquiera las tesinas fin de grado (especialmente en las disciplinas técnicas) debieran olvidar ese enfoque.
Desde fuera, en especial cuando se tiene una responsabilidad importante en un empresa o grupo empresarial, no es complicado bombear buenas ideas de lo que “hayquehacer”. Vale. Pero la experiencia demuestra que, por brillante que sea el expatriado que vuelve, se encontrará con duras resistencias para poner en marcha sus proyectos. Será fagocitado por la reacción regional, ninguneado por las fuerzas vivas instaladas, agotado su empuje por la falta de medios y apoyos.
Otra cuestión que afecta a Asturias -la principal, en mi opinión-, es la falta de unidad política regional. Las dos Españas se reproducen en este minúsculo pedazo del mapa, con descalificaciones entre una izquierda trasnochada y de pulso estéril y un centro derecha incapaz de conceder la mínima ventaja a su oponente ideológico. Asturias no tiene masa crítica ni fuerza para forzar en el Parlamento y en el Gobierno (donde hace tiempo carecemos de voz) un cambio de rumbo, ayudas concretas para proyectos relevantes y cortar de raiz ese ruido de opiniones de salón.
Asturias debiera plantearse la unión -tal vez no como supra-región, aunque sí con enlaces sólidos para poner en pie de inmediato, los proyectos principales comunes más urgentes- con León, Cantabria o, incluso con Galicia (al menos, Orense y Lugo). Esos proyectos comunes debería incluir la recuperación de antiguas poblaciones rurales, la revisión del alcance verdadero de la red 4G/5G, el cuidado de las comunicaciones interiores, la potenciación de los productos propios de calidad, el aprovechamiento de las masas forestales, la utilización más eficiente de los terrenos agrícolas y, en fin, una propaganda dirigida no solo a vincular la imagen de la región al lobo y al oso, sino a la eficiencia, la calidad de vida, la formación y cualificación de su juventud.