23 de abril de 2013
Querido Tino:
Tengo en mis manos varias cartas en las que, entre marzo de 1964 y mayo de 1967, un chaval de quince años (tú) le contaba a otro de la misma edad (yo) lo que se le pasaba por la cabeza.
No estábamos lejos en la distancia, porque tu vivías en San Bartolomé de Miranda -aunque algunas cartas me las enviabas desde Las Agüeras (Quirós)- y yo estudiaba en Oviedo. Pero entonces no era tan sencillo moverse por las carreteras y, por eso, solo nos veíamos por los veranos.
Gracias sobre todo a tí y al tiempo en que pasamos juntos durante muchas temporadas de nuestra niñez y adolescencia, aprendí algunas técnicas que no recogían los libros de texto, pero, sobre todo, me resultó más fácil integrarme en un pueblo que desarrollaba sus vivencias, pujante, más allá de los muros de la casa familiar en donde pasaba mis vacaciones.
Siempre fuiste un habilidoso. Hacías, por ejemplo, unas trampas magníficas, irresistibles para cualquier pajarillo, al que, una vez atrapado, atábamos, cubierto con plástico para darle más duración, un papel con la palabra “Saludos”, por si alguien volvía a encontrarlo.
Cuando me decías que querías ser un buen palista, o el mejor tornero, o un gran soldador, admiraba secretamente la fuerza de tus propósitos, mientras modelaba, aparentemente, siguiendo caminos diferentes, los míos.
En realidad, aquellas cartas a las que me refiero nacen de una idea bastante descabellada que se me había ocurrido: hacer una revista que sirviera para que los jóvenes de España, independientemente del lugar donde estuvieran, tuvieran un medio en el que exponer sus ideas y preocupaciones, intercambiaran experiencias, contaran sus cosas, se acercaran para comprenderse mejor y trabajar juntos por un mañana más productivo.
Se llamaría JX (Juventud, Incógnita) . Tenía la intención de presentar un número Cero, para optar a una subvención del Ministerio de Información y Turismo, siendo el editor de este propósito Richard Grandío, amigo de mi tío Justo, quien se brindó a poner su nombre en el proyecto.
Me parecía estupendo que ese número de referencia tuviera como elemento central una entrevista con mi amigo Tinín, y te envié un cuestionario que me contestaste, con la ilusión que ponías en todo, a vuelta de correo. Una exhibición de honestidad, socarronería, inteligencia natural, ambición tranquila y voluntad de no escatimar esfuerzos para mejorar lo que la vida te había puesto entre las manos.
El otoño pasado, como me venías diciendo que te apetecería recibir algunas lecciones prácticas de alguien experto en setas, subimos juntos a uno de los montes que rodean San Bartolomé. La tierra estaba seca y no encontramos ninguna, aunque -como sospechaba- me sirvió para conocer que sabías mucho de setas, porque habías leído de ellas lo que no está escrito, como suele decirse. Te indiqué algunos sitios, te describí características, confirmé o descarté ciertas dudas. “Ahora ya me siento seguro”, dijiste. “El próximo verano, volvemos”.
Fue una tarde muy entretenida para mí. Mientras subíamos y bajábamos por aquellos andurriales, repasamos creencias, intercambiamos opiniones sobre la situación, compartimos, renovándolas, ilusiones y preocupaciones. Eras el encargado de la gestión del agua del pueblo y, cuando ya bajábamos con las cestas vacías pero con ímpetu juvenil, quisiste comprobar la entrada al depósito, y revisar de paso no se qué avería, y me hiciste volver a subir un trecho, evidenciando una excelente condición física. Estabas muy fuerte. Seguías siendo un baluarte.
Tengo un terrible disgusto, Tino, al saber que no te voy a encontrar este verano, cortando leña en la antojana de tu casa, regando los tomates, llevando pienso a los ponis que acababas de comprar, interesado -también- en saber si hay algo de trabajo para tu hijo Tino (por ejemplo), orgulloso, por supuesto, de tus nietos y de tu familia.
No vamos a hablar de Agromán, ni de Ferrovial, ni de FCC, ni de tus amplios conocimientos sobre la forma práctica de resolver problemas de agua, -es decir, de cualquier tipo de cuestiones- enseñándome de paso a mí, experto oficial, porque, respetuoso como eras, aunque irónico siempre , no descuidabas poder cazarme en un renuncio, preguntándome por lo que sabías mejor que nadie…
Estás, desde ayer, muerto. Y yo, con esa sensación amarga de estar cada vez más solo, sin saber por qué nos lo han puesto tan bonito para llegar a esta respuesta poblada de vacíos.
Un abrazo muy fuerte, Tino. Y dile a Josefina, y a todos los tuyos, que lo siento, que lo siento en el alma. No pude hacer nada. Solo puedo llorar, y esperar a que un día nos puedan explicar lo que está pasando, si alguien lo sabe de verdad, sin cuentos ni rodeos. Como te gustaba a tí que se supiera.
Qué pena más honda siento en mi alma tras leer tus cariñosas palabras de recuerdo y admiración a tu amigo Tinín al que tanto querías.. no sabía nada de su fallecimiento. La última vez que le ví fue en el entierro de nuestro tío Mario en que se acercó a mi sonriente a darme un abrazo sentido, tan cercano y cariñoso como siempre. Nadie podía augurar tan rápido desenlace, le encontré como cuando éramos niños, recordamos juntos a su madre Jovita tan trabajadora y buena y los momentos felices de nuestros veranos infantiles en San Bartolomé. .. Ya nada es igual para ninguno de nosotros ¡son ya tantos vacíos en nuestro corazón! pero a pesar de todo tenemos que seguir viviendo… hasta que Dios y nuestra reloj biológico lo decidan.
Descansa en paz, querido Tinín, todo un ejemplo.
Tienes razón, Maru: nada es igual. Pero la vida nos sigue empujando, como un deber. Creo que fue a José Luis Sampedro a quien oí decir que, junto al derecho a vivir existe el deber de vivir.
Así nos movemos, entre las alegrías y esperanzas de los más jóvenes, nuestras nostalgias por lo que ya no volverá, y el dolor por la pérdida de aquellos con los que quisimos. Somos como una isla de coral en la que se van acumulando nuestros sentimientos, anclados en el misterioso mar de la existencia,
Me acabo de enterar por un antiguo compañero del fallecimiento de Tino. Entro en google para encontrar la esquela y me encuentro con esta hermosa carta.
Conocí a Tino en Agromán en el año 1.975, yo era un chavalín de 17 años y él tenía diez mas, fuimos muy amigos toda la vida. En estas últimas dos décadas nos vimos mucho menos porque nuestras vidas tomaron caminos diferentes.
No tengo mas que buenas palabras para Tino, trabajador, habilidoso, serio, responsable, buen padre. Escribo esto y se me cubren de lágrimas los ojos.
Que poco ha podido disfrutar esa jubilación ta merecida, aunque seguro que seguía trabajando porque era lo que mejor sabía.
Descanse en paz mi querido amigo Tino, efectivamente, todo un ejemplo.
Humberto Vigil Otero
18 de mayo de 2.013
Humberto, desde la coincidencia en la amistad con Tino, que en paz descansa, te envío un abrazo,
Muchas gracias, siempre me sentí muy próximo a Tino, eramos muy amigos . Lamento muchísimo haberme enterado tarde de su fallecimiento y haber podido acompañar a su familia y demás amigos en el entierro.
Tino era un tipo especial, muuuuuy trabajador, muy técnico y preciso en todo lo que hacía y a nivel personal un fenómeno.
No se si te conozco a ti… creo que no.
Un abrazo.