Afganistán (etimológicamente, “tierra o país de los afganos”) es el nombre de un territorio con superficie algo mayor que España (655.230 km2), con una población estimada próxima a 38 millones de personas y un PIB por cápita de solo 509 Dólares norteamericanos (Dato del Banco Mundial). Es uno de los países más pobres del mundo y, también, el menos endeudado (su deuda exterior ronda el 6% del PIB). El nivel de vida de los afganos es uno de los peores del mundo, sino el peor.
Desde el 15 de agosto de 2021 el país está controlado, por la vía de la fuerza (de los hechos, se dice eufemísticamente) por los talibanes) que han implantado el autodenominado Emirato Islámico de Afganistán, al colapsar la República Islámica de Afganistán, que contaba con el apoyo internacional y después de una situación de ocupación del país por casi dos décadas de los marines norteamericanos, dentro de una Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF). El Consejo de Ministros español autorizó la participación de nuestro país el 27 de diciembre de 2001, en apoyo del gobierno interino que se había constituido por entonces. La OTAN se hizo cargo en 2004 de la gestión de esa Fuerza Internacional.
El coste para España se resume en frías cifras. En la misión murieron 93 personas (38 en combate, y 62 en el accidente del Yak en Turquía) y hasta 2015, cuando se dio por finalizada la misma, había costado 3.700 millones de euros.
La situación actual en Afganistán, con los talibanes en el poder, es calificada como “caótica” por los observadores. Miles de afganos se sienten amenazados por los extremistas que se han afincado en las instituciones, al huir el presidente de la República Afgana, Ashraf Ghani a Tayikistán y deponer sus armas sin combatir los militares afganos, a los que, teóricamente, se había adiestrado por las fuerzas internacionales.
El aeropuerto de Kabul, la capital del país, está cercado por los talibanes y se controlaba estrictamente -hasta hace unas horas, en que se cerró, según noticias- la salida de los afganos que, por haber colaborado (normalmente como intérpretes) con los militares de la OTAN, se saben identificados y temen por su vida. España había comprometido la extracción de un contingente de unos 800 afganos, prometiéndoles acogida en nuestro país, pero la cifra, incluso siendo inferior a la de cuantos colaboraron con nuestros militares -en misiones de formación y humanitarias-, no parece que podrá alcanzarse.
Afganistán es, por tanto, un Estado fallido, dominado por terroristas islámicos, que implantan la forma más rígida de la sharia, que desprecian a las mujeres, abominan de la cultura, se dedican al robo y a la extorsión como forma de vida y persiguen y matan con criterios erráticos, generando entre los pacíficos, una atmósfera de terror e intranquilidad. Se sospecha que el 10 por ciento de la población es consumidora habitual de droga y el país es un productor de opio destacado, comercializado en el mercado negro.
Se esta escribiendo mucho sobre la situación en Afganistán y, por tanto, lejos está de mi intención introducir mi desconocimiento en ese mar de impresiones, conjeturas, análisis y críticas. Creo que, si después de 20 años no se ha conseguido convencer al pueblo afgano de que “las democracias occidentales son lo mejor para el país”, si se ha fracasado en la formación de un gobierno apoyado por un ejército regular y una estructura organizativa a la que se han dedicado esfuerzos, ayudas económicas y vidas (aunque sospecho que algunos países y, concretamente, las empresas de Estados Unidos, en los sectores de construcción y armamento, sobre todo, han sacado su tajada de la ocupación), la conclusión que ha de extraerse es que el pueblo afgano, mayoritariamente, no quiere el apoyo occidental. No sabe qué hacer con él, no lo necesita, viene de otra cultura y otros intereses sociales e individuales.
Esta apreciación es congruente por cuanto que esa zona de Asia cuenta entre los pueblos con mayor tradición cultural, con un pasado rico en creaciones literarias y artísticas. El orgullo y petulancia occidentales, en la creencia de que nuestra democracia y proceso cultural es el mejor, chocan con la realidad de otras maneras de apreciar la vida, la cultura, la colectividad y, por supuesto, la religión.
Puede sonar a una ironía cruel, pero los afganos están contentos hoy -tal vez resignados- con su miseria, con su sociedad tribal. La bota sobre el terreno de los occidentales les asusta más que el control talibán de sus vidas.
Se ha fracasado en el esfuerzo de implantar en Afganistán las formas de dirección social occidentales; pienso, además, que nunca se ha intentado seriamente. Me recuerda la situación la anécdota de aquel observador que se extrañaba de que un perro, que había sido criado desde su infancia atado a una cuerda, que le limitaba así el terreno que podía explorar, no fuera capaz de asumir su libertad cuando se le cortó su limitación, manteniéndose sin atreverse a salir de su anterior confinamiento.
No estoy apoyando que se abandone a los afganos a su suerte, desde luego. Habrá que plantearse seriamente cómo ayudar a que su economía crezca, a despecho del control talibán que se adivina rígido y cruel con los disidentes. La reimplantación del régimen talibán en Afganistán, como vencedores en esa guerra de guerrillas, es la prueba fehaciente de la derrota occidental, en sus objetivos declarados, que se creían bien intencionados: ni se ha eliminado el terrorismo ni se ha recuperado la economía del país, apoyando un gobierno con visos de estabilidad.
Después de la invasión del país porque esos extremistas había protegido a Bin Laden, artífice instigador de la matanza de las Torres Gemelas, habida cuenta de que el movimiento terrorista inspirado en la interpretación exótica, machista y cruel del Corán, sigue actuando en todo el mundo sin que parezca posible el control de los enajenados dispuestos a matar o inmolarse (más proclives a lo primero) en nombre de Alá, la triste conclusión es que el mundo no es más seguro hoy. La sospecha del gobierno francés de que entre los refugiados afganos de estos días se han colado cinco terroristas, es una prueba más de que la incertidumbre aumentó.
Porque aunque los talibanes, a diferencia de AlQaeda o del ISIS solo parecen pretender el dominio y la independencia de Afganistán, el contagio por la fuerza de su victoria en el mundo musulmán traerá consecuencias para occidente.
Tienes toda la razón. Un fuerte abrazo.