Recluidos forzosos en nuestras casas, ahítos de información intranquilizadora, vagamos de habitación en habitación sin rumbo. Qué hacer, qué no hacer. La necesidad de salir a la tienda de ultramarinos para adquirir algunos víveres nos incorpora nuevas angustias. ¿Cómo prepararse? ¿Bastarán los guantes de cocina? ¿Habrá que tirarlos luego, limpiarlos con lejía, eliminar las bolsas en las que transportamos la comida?
Y luego están las angustias mayores. Qué sucederá con nuestros mayores, padres, tíos, amigos y familiares de amigos que superan los setenta y que están solos en sus casas, o en residencias de mayores o atendidos por [email protected] de ahogar que se encuentran secuestrados con ellos.
Qué está pasando en los Hospitales, en los Centros de Salud, en todos los servicios asistenciales. ¿Habrá unidades de cuidados intensivos para todos, respiradores, analgésicos? ¿Tienen batas, mascarillas y guantes suficientes todo el personal sanitario?
¿Cómo irá la investigación que permitirá combatir con calidad este virus silente y letal, que se nos coló desde la lejana China, que ahora, superado por los habitantes de ese siempre misterioso y gigantesco país, nos obsequian con su experiencia y material clínico, del que tanto nos falta?
Abro una Biblia al azar y en Los Salmos, leo sin prestar al principio atención: “Ansias de huir a la soledad. (…) El corazón tiembla en mi pecho, y me acometen mortales angustias. El temor y el terror me invaden, y me envuelve el espanto. Y exclamo: “¡Oh, si tuviera yo alas como la paloma, para volar en busca de reposo! Me iría bien lejos a morar en el desierto. Me escaparía al instante del torbellino y de la tempestad”
Hay palabras, escritas por otros y hace mucho tiempo, que nos hablan en tiempo presente de lo que nos preocupa, obsesiona y atormenta. Buscamos consuelo, proximidad, afecto. En tiempos modernos, desde este aislamiento forzoso, con el temor de que la espada del ángel exterminador no seleccione a nosotros, tratamos de protegernos siguiendo señales, admitiendo ritos y nuevos carismas, abrazados a cualquier esperanza.
Está claro que tenemos que encontrar confianza. Ante la multitud de falsas esperanzas, de consejos vanos, de palabras que atormentan sin motivo por despreciables individuos que gozan generando terror, abracémonos a lo que nos da fuerza: la solidaridad de los seres humanos para vencer cualquier dificultad, superar la desgracia.
Pero no podemos olvidar, jamás, que hoy más que nunca dependemos de dos categorías muy especiales de seres humanos: a) el personal sanitario, esos profesionales vocacionales que nos cuidan, que sufren con nuestra enfermedad y dolor, que se exponen para salvarnos y caen a veces en el verdadero campo de batalla, en su lucha en primera línea contra el enemigo vírico y la patología contagiosa; y b) los investigadores, los científicos de todo tipo que, en el silencio de sus laboratorios y centros de trabajo, están buscando afanosamente una solución que nos libere.
Es correcta, en mi opinión, la actitud del Gobierno, aunque adoptada con tardanza, de obligar a la reclusión y vigilarla incluso con las fuerzas del orden y el personal militar (que, por supuesto, también está en su profesión ayudar si alguien lo necesita); y tampoco puedo olvidarme de todo ese conjunto de personas expuestas a riesgos especiales para mantener, al menos, viva, la cadena de suministro alimentario y la producción básica, con atención particular a lo sanitario.
Necesitamos ganar tiempo para que la propagación del virus se limite espacialmente y para evitar que nuestros Hospitales no se colapsen con los terribles picos de contagiados graves, obligados a cuidados intensivos. Quiero creer que pasado bastante tiempo, con o sin vacuna, cuando todos o casi todos hayamos sido contagiados y la inmensa mayoría hayáis/hayamos sobrevivido, nos arrimaremos a las plazas de cada pueblo, al centro de cada lugar, por pequeño que sea. para lanzar un grito de victoria. Un inmenso grito que llegue a todas las esquinas del cosmos, y anuncio de una nueva solidaridad de la que nunca deberíamos separarnos.
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