Se parecían como dos gotas de agua, hasta el punto que, observados de lejos, se podían tomar por fotocopia el uno del otro. No eran, sin embargo hermanos gemelos, ni siquiera familia, al menos, que se supiera oficialmente.
Si en el aspecto exterior resultaban idénticos, en el carácter, es decir, en lo que corresponde al interior de su naturaleza, eran tan distintos como pudieran serlo los huevos de las castañas.
Trascendente era un optimista crónico, de ese tipo de personas que no solo ven los vasos medio llenos cuando se han bebido la mitad, sino que los ven llenos del todo para entregárselos al siguiente. A resultas de aplicar, una y otra vez, esa actitud, se había forjado una estructura mental muy suficiente, confiada y tenaz. Estaba continuamente imaginando proyectos, modelos, intenciones, que imponía a los demás.
Trascendido era, por el contrario, un pesimista fastidioso, de esos que siempre descubren en las cosas su lado peor y, encima, tienen razón, por lo que levantan la sospecha de que son gafes, despiertan mal fario, y se les atribuye la facultad de atraer la desgracia como los pararrayos a las urracas. Por razón de esa repetida manera de entender el mundo, había acabado tomando la decisión de que lo mejor que podía hacer era estarse quietecito, aguantar los chaparrones y aprovecharse de lo que había, sin aventurarse en tierras inhóspitas. Guardaba silencios, aprovechaba oportunidades, pero no creaba ninguna.
Para alguien que los viera por primera vez, la única característica que los diferenciaba era la forma en que se vestían. Trascendente iba a la última, encantado de llevar ropa de marca y de la más moderna tendencia: se podía decir de él, si es que la expresión tuviera un significado, que era un “it boy”. Trascendido iba hecho un zaparrastroso, con la camisa, los pantalones y los zapatos tan raídos, que podría parecer que se los había encontrado en un contenedor de Humano o tirados en el aparcamiento de un recinto universitario el día después de un botellón masivo.
Seleccionados gracias a un concurso de televisión que trataba de confrontar a personas que se parecieran físicamente como hermanos gemelos, para que vivieran juntos durante un mes y contrastaran así sus diferencias de carácter para gozo de los teleespectadores, Trascendente y Trascendido se conocieron por primera vez en el mismo plató.
El presentador hizo, como corresponde a su profesión, las presentaciones:
-Hasta ahora, nunca antes en este programa, “¡Toma castaña!”que es, como Vds. saben, la versión española del éxito americano “Find your Alter Ego”, nunca jamás, -enfatizó- habíamos presentado a dos tipos tan iguales.
-Aquí están -prosiguió- a mi diestra, Trascendente, y a mi siniestra, Trascendido. Nacidos a más de mil kilómetros de distancia uno del otro, educados en ambientes distintos, sin haberse conocido hasta ahora, van a convivir durante un mes en el desierto de Tutía, entre serpientes de cascabel y leones de cola negra. Aprenderán así a descubrir lo que les hace diferentes…si es que hay otras diferencias, además de lo que es evidente, que es su manera de vestir…Por cierto, irán desnudos, únicamente provistos de un utensilio, que podrán, eso sí, escoger a su voluntad.
El presentador no paraba de hablar, mientras la cámara reflejaba lo que estaban haciendo Trascendente y Trascendido. El segundo, papaba moscas; el primero, se movía en el asiento, preso de convulsiones nerviosas.
-Trascendente, ya lo ven los espectadores, a los que recuerdo que lo mejor para curarse las almorranas es la pomada Hemorroidina, es lo más parecido a un niño pijo crecido en el barrio rico de Bancherí y Trascendido, por lo mismo, tiene el aspecto de pertenecer a una banda dedicada al alunizaje que hubiera hecho un curso acelerado en la Escuela de la vida de Llavecas.
Mientras se difundían los habituales diez minutos de publicidad, Trascendente y Trascendido tuvieron ocasión de intercambiar unas palabras:
-¿Qué sabes hacer? -preguntó Trascendente, que era más rápido para la investigación.
-Nada -respondió, después de pensárselo un rato, Trascendido.
-Algo sabrás -matizó, prudente, Trascendente.
-Hago nada, pero de puta madre -fue la posterior matización.
-No me puedo creer, que siendo más o menos de mi edad, no te hayan enseñado a sacarle el máximo partido a las cosas -persistió Trascendido.
-¿Cómo que no les saco partido? -se enfadó el otro, molesto- Hasta aquí he llegado, y no me quejo.
-Yo tampoco me quejo. Solo que veo que todo se puede mejorar, y me empeño en encontrar el lado bueno.
-Yo no necesito plantearme lo que se pueda mejorar, simplemente, disfruto con lo que hay.
-Pero…eso implica que te aprovechas de lo que han creado otras personas como yo, que nos preocupamos por avanzar.
-Puede. Solo que si dedicas todo tu tiempo a trabajar en nuevas cosas, no tienes ni un minuto para disfrutarlas. La gente como yo, encontramos sentido a lo que hacéis, disfrutando con ello.
-Me resulta asqueroso que te aproveches de la voluntad de gentes activas como yo por mejorar el mundo. Es mezquino.
-Si no hubiera gentes como yo, vuestro trabajo no tendría sentido, sería inútil, por falta de destinatario.
-No tengo ninguna confianza en que me vayas a ser útil en el desierto al que nos mandan. ¿Por qué te apuntaste a este concurso?
-El que no tiene confianza ninguna, soy yo. No me apunté, me apuntaron.
-Eres un cretino.
-El cretino me pareces tú.
Estaban en ésas, cuando el presentador les advirtió que volvían a estar en antena, y les explicó las reglas del programa, que no eran muchas. Cuando tuvieron que decir qué desearían llevar al desierto, Trascendente pidió una escopeta de repetición con diez cajas de cartuchos de balines de gran calibre.
Trascendido pidió que le trajeran un sombrero para que no se le calentara mucho la cabeza.
FIN
Buenísimo, que buen rato he pasado y reflexionando a la par que los ‘concursantes’
Gracias, Marisa. Pocas veces un lector nos dice que le ha gustado lo que hemos escrito. ¡Y cuánto lo necesitamos!