Cuando aún no se ha apagado el fuego de Cataluña (ni mucho menos) y a riesgo de patear sobre terreno inseguro, mi tendencia a tratar de explicarme, en la única vida que tengo -con los conocimientos e información de que dispongo-, las razones y sinrazones que se mueven a mi alrededor, me apetece, en el libre ejercicio de mi facultad de pensar, comentar por qué se ha presentado, precisamente en esa región europea, el tremendo conflicto social, institucional y legal que nos tiene tan ocupados (y preocupados) a la inmensa mayoría de los españoles y, dentro de esa categoría semántica, a la totalidad de los habitantes de esa región.
La situación de singularidad sentida por los catalanes viene generada y alimentada, como todos los nacionalismos, por el sentimiento de creerse especiales. Es una sensación estupenda, y contagiosa: al poco tiempo de vivir en Cataluña, es altamente probable que cualquier desplazado de su región de origen empiece a sentirse catalán. Contribuye a ello, desde luego, la lengua -que, en los últimos decenios, se ha impuesto en las escuelas con un pulido gramatical encomiable que la ha hecho homogénea en todo el territorio y se ha convertido en la primera lengua de la región-.
Pero lo que más y mejor contribuye es la posibilidad de encontrar empleo, y mejorar en él, si te confiesas como catalán y hablas catalán. La Televisión local ha cumplido una función central en la alimentación del espíritu de singularidad catalana. No está asociado a la difusión de la cultura -aunque se debe reconocer que importantes escritores, pintores, artistas y científicos han desarrollado su labor en Cataluña-, porque ni hay más catalanes sabios, ni creativos, ni inteligentes, que los que proporciona el porcentaje de población. Lo que sí existe en Cataluña, y desde hace tiempo, una defensa -económica, social, divulgadora- de cuanto se hace en Cataluña.
Y eso es importante. Los naturales o incorporados de otras regiones españoles no tienen ni ese apoyo endógeno ni se sienten animados a declararse como “nacido en”. No lo consideran un valor en sí mismo. No tienen la creencia de ser un pueblo elegido por la divinidad, como lo pueden ser los judíos o los radicales islamistas. Pero si eres catalán, ¡ah! es distinto…¡qué envidia! ¡Es que los catalanes hacen cosas! (como si los que no somos catalanes, o los que no son catalanes y viven en Cataluña, no hicieran cosas, y muy buenas y, en ocasiones, mejores).
(continuará)