No importa ya.
Lo admitiremos también como axioma
y no hará falta probarlo.
Estamos hartos.
“Cualquiera que se cruce en nuestro camino,
con tal de que se detenga junto a nuestro estupor,
aunque la evidencia duela,
es de los nuestros.”
Ese ojo que claramente no nos reconoce,
ese hombro con el que esperábamos
a fundirnos en un abrazo
antes de que nos empujara hacia el vacío,
pertenece a nuestro clan.
La caída es tan breve,
es un instante que dura tan poco,
y sabe a tanto,
que esos segundos nos valen de consuelo,
aunque la realidad nos ignore.
(Poema 34 de “El animal que hay en nosotros”, versión para Premio Loewe, mayo 2008)
Preguntas:
Ni principios ni fin,
elucubraciones con poca imaginación.
Preguntas sobre el amor,
la dignidad, los pobres,
las maneras.
Había preguntas sobre dioses,
rebeldías, intentos incluso
de hacerles pleitesía.
Y, como al final, interrumpido
por el trazo grave de una fuerza mayor,
quedaba al descubierto la interrogante
por la que mostraba una curiosidad
indescifrable.
Se interesaba solo por las condiciones previstas
para el nuevo campo de concentración,
donde había oído que pensaban enviarle:
un recinto más arduo, más forzado, más difícil.
El Paraíso.
(Poema 36 de “El animal que hay en nosotros”, idéntica referencia anterior)
El poema 35, se titula: “Testamento” y el que acabo de transcribir es su continuación
35
Testamento
Se pasó la primera parte de su vida
deshaciendo preguntas,
sobre el amor, la vida, las secuencias,
y –también- si Dios existe y si nos quiere.
Pensaba firmemente que la segunda mitad
le serviría
para encontrar respuestas,
afianzándolas como un rascacielos.
Pero en la aplicación, le faltó método,
y no dejaba de encontrar más y más preguntas.
Sin poder soportarlo, se aisló en su ventana,
se cerró en la amargura, aguantó varios días sin comer ni beber
a riesgo de perder el juicio al final:
Estaba loco, le diagnosticaron.
Su pulso era muy débil.
Así lo encontraron el día después de su muerte:
atenazado por su propio estupor.
En la mesita, al recoger sus cosas
para dejar su sitio a otros, alguien recogió un papel,
con delicados subrayados en rojo.
Lo leyeron en voz alta.
Eran solo preguntas.