En ese lugar de la fantasía que solo se encuentra en los cuentos, se habían congregado varios miles de seres de variadas procedencias y naturalezas, atraídos por un tema sustancial pero escurridizo: Analizar la esencia de la felicidad.
Los conferenciantes que habían anunciado ponencias en esa especie de Congreso Universal de la Satisfacción eran, casi todos, conocidos y apreciados por su dominio de la cuestión.
Allí estaba El príncipe feliz, proveniente de las gélidas tierras rusas, deseoso de explicar que la felicidad no se debe valorar con la medida de cómo te ven los demás, sino cómo te sientes tú mismo, y, en consecuencia, presentar el camino que, gracias a haber realizado obras de caridad con sus semejantes, repartiendo lo poco que tenía, acabó dotándole de un gran corazón, indestructible, a pesar de ser una estatua de metal y haber tenido que utilizar a una golondrina como su mensajero, a la que mató con tanto ir y venir.
Por supuesto, entre los de mayor poder de convocatoria, estaba el hombre que no tenía camisa -en verdad, habría que precisar “que no la había tenido”, pues gracias a su habilidad para contar una y otra vez su historia, y el dinero que obtuvo de ella, ahora se cubría con trajes de prestigiosos sastres y camisillas de fina seda-. Su defensa de que la felicidad consiste en estar satisfecho con lo que se tiene, sin añorar nada, era un clásico que se estudiaba en las escuelas de formación empresarial y en las de religión asistida.
¿Cómo iba a faltar “la ratita presumida”? Bajo ese seudónimo se escondía una damita de los arrabales, vestida pobremente pero limpia a más no poder, que había ejercido de criada en una casa de alcurnia, conocedora de varios cuplés y otras canciones muy pegadizas, que entonaba con discutible calidad mientras hacia las labores del hogar ajeno, las cuales hacía con dedicación y primor inigualables. Ella contaría al auditorio cómo también se puede ser inmensamente feliz cuando se consigue hacer refulgir las bandejas de plata, los suelos de la cocina y los cacharros de freir, como los chorros del oro.
No quiero ser exhaustivo, ni puedo. Estaban allí El gato con botas, El sastrecillo valiente, La bella durmiente y varios Príncipes encantados (y mucho), quienes estaban por la labor de defender que hay que ser feliz con lo que se tiene, sobre todo, si son cosas relacionadas con el bien comer y gozar, o se puede cambiar por ellas.
Cuando comenzó la Asamblea, amenizada, -mientras el público ocupaba sus asientos en la explanada adecuada al efecto, bajo un sol algo fuerte-, por varios conjuntos musicales que interpretaban diferentes versiones del Himno a la Alegría, Soy feliz porque el mundo me ha hecho así y Macarena, tomó la palabra el Presidente Honorario de la Asociación de Felices Mundiales, P.C. (1)
-Se ha dicho muchas veces -comenzó su alocución- que “la felicidad no consiste en lo que se tiene, sino en lo que se tuvo, y, posiblemente, en lo que se tendrá”. Aquí escucharemos ejemplos de todas esas opciones. -dijo, guiñando un ojo a La lechera del cuento, de la que estaba secretamente prendado, pues tenía querencia hacia las sonrosadas turgencias-
-Mi caso desmiente esta frase, que es, desde luego, muy aparente, pero puramente literaria y, por tanto, carente de fundamento científico. -prosiguió-. Yo soy feliz con lo que no tengo, como lo era el publicano de los Evangelios; me hace muy feliz, en concreto, ver la desgracia de algunos de los que me rodean, y comprobar que yo no soy como ellos, no tengo enfermedades, no soy feo, no me pone los cuernos mi mujer, no me han despedido, no…”.
La multitud gritaba, enardecida por las drogas y el alcohol ingeridos, que habían circulado gratis desde horas antes.
-¡Eso, eso! -se oía corear- ¡Dános ejemplos de quienes lo están pasando peor, para que nos sintamos mejor!
-No quiero adelantar conclusiones -prosiguió el orador, quien, seguramente, había oído el griterío-. Pero las últimas conclusiones científicas sobre las razones de la felicidad, apuntan a que esa entidad no es incorpórea o inmaterial, como se creía, sino que es corpuscular, y está formada por pequeñas partículas, de tamaño submicroscópico, que se encuentran preferentemente en algunas zonas del espacio, y que se multiplican febrilmente en ciertas circunstancias favorables, especialmente en nuestro cerebro humano. La felicidad se transmite, como la luz, a velocidades fantásticas por todo el cuerpo, produciendo un estado de excitación o entontecimiento que no tiene que ver con lo logrado: pongo el ejemplo de haber conseguido liberarse de lo que nos causa estreñimiento…
Era de ver cómo las gentes sorbían aquellas palabras, en especial, los de las primeras filas, que eran los únicos que las oían con claridad, pues la acústica dejaba mucho que desear.
-Entre esas circunstancias, cabe destacar…
En ese momento, varias explosiones provocaron el pánico entre la multitud, que se dispersó a la carrera en todas las direcciones (salvo la vertical). Aunque desde la organización se reclamó calma a voz en grito, fueron muchos los que se dirigieron a la estampida hacia los vehículos en los que habían acudido a la convocatoria, y se volvieron cagando leches por donde habían venido.
En el suelo, muy malheridos, quedaron algunos de los ponentes de la sesión, afectados por la metralla.
Quizá el peor parado fue El masoquista de Fuentetuna, que no paraba de reírse mientras se moría, desangrado.
FIN
(1) No se sabe exactamente que significan las siglas P.C.; se ha especulado mucho; el Partido Comunista ha negado, en una nota oficial redactada en tono bastante agrio, que se refiera a ellos; son ya muchos los que creen que las siglas responden a las iniciales de “por cojones”, lo que no sería demasiado sorprendente.