El alumbramiento pesó casi cinco kilos de peso, y cuenta con 814 páginas de texto y fotografías, y fue presentado en sociedad en el Salón de Actos de la Fundación Gómez Pardo (Alenza, 2, Madrid), que estaba lleno a rebosar por profesionales del agua y de la mina, esto es, de su intersección natural, que es el mundo de la hidrogeología.
Se trata de un libro de esos que están destinados a ocupar un lugar preferente en las bibliotecas de las salas de estar. Fue coordinado por dos investigadores de renombre, ya en camino de la jubilación, y, por tanto, testigos de una parte no desdeñable de la historia que se cuenta, miembros relevantes de la plantilla del Instituto Geológico y Minero de España: los hidrogeólogos Juan Antonio López-Geta (Dr. Ingeniero de Minas) y Juan María Fornés (Dr, en Ciencias Geológicas).
El título del magnífico ejemplar que ahora tengo a la vista es “Cien años de Hidrogeología en España (1900-2000)”, o sea, en realidad, 101 años, de los que el último pasó hace ya casi 13, o sea que ya llovió algo. Es una historia apasionante, densa, forzosamente incompleta, porque, en algunos pasajes, se echa de menos una posición crítica, distante.
Es un libro hecho con cariño, por unas cuantas decenas de profesionales que tienen algo que ver con la materia fluida, a veces viscosa, incluso sólida como una piedra, que es el agua subterránea. Han sido, en cierto modo, cien años de soledad, con la actividad especialmente concentrada en los últimos 30 añps del siglo pasado.
Se citan muchos nombres, se hace un notable intento de acercamiento al gran público, casi de vulgarización, de una cuestión que estuvo mucho tiempo olvidada, a veces infrautilizada, otras, sobreexplotada, y que hoy el fracking (el dichoso gas de esquisto) ha vuelto a poner de actualidad, como potencial virgen destinada a ser mancillada, según apuntan los que disparan a dar a todo lo que se mueve, aunque lo hagan desde la igorancia culpable.
Hubo, incluso, un cóctel, después de la presentación. Se vio allí a los Geólogos e ingenieros de minas compartiendo pinchos y charlando animadamente, -eso lo supongo, porque yo me fui raudo, porque no solo de literatura y actos públicos vive el hombre, al menos, yo- sobre el futuro del Instituto Geominero (así lo seguimos llamando algunos), un último reducto de investigación y ciencia sobre la Tierra y las tierras en general que, en esta época terminal -estos trece años que ya formarán parte del segundo tomo, cuando se haga-, si el campo fuera de batalla, estarían ganando por goleada los geólogos y hasta los biólogos, pero en el que, basta hojear el libro, estuvieron siempre muy bien afincados los ingenieros de minas, al principio, especie dominante en el feudo del Instituto.
Pero eso que queda por contar es ¿otra historia?. No sé. Allí, en el acto, en primera fila, junto a Sagrario, su esposa, estaba un maestro de promociones de Hidrogeólogos españoles, el plurilaureado Rafael Fernández Rubio, granadino convicto y confeso, al que hace nada nombraron los de Algete, ciudadano predilecto. A él, como justamente glosa José Benavente Herrera en algunas páginas sepia del libro, a Antonio Pulido y a Javier Cruz se debe haber puesto en el mapa de la ciencia española la hidrogeología, como enseñanza universitaria.