A Rafael Fernández Rubio, Dr. Ingeniero de Minas, maestro de las mejores promociones de hidrogeólogos españoles y latinoamericanos, a punto de cumplir los 89 años, su Colegio profesional, el de ingenieros de minas del Centro de España, le impuso el 18 de diciembre de 2021 la medalla a la mejor trayectoria profesional.
La fotografía, de evidente mala calidad, que tomé yo mismo con el móvil, quiere ser testimonio especial de un acto afectivo, simpático, justo, aunque tardío, pero no por ello extemporáneo. Rafael acababa de ajustarse el cordón con la medalla y las gafas -que había utilizado para leer las emocionadas (y emocionantes) palabras de agradecimiento- se le habían quedado enganchadas en él. Una de sus hijas, con un ademán en el que se aprecia un inmenso cariño, le ayuda a ajustase la chaqueta y el cordón, retirándole los binoculares.
Premiado en decenas de ocasiones -es, entre otras muchas distinciones, Premio Jaime I a la Protección del Medio Ambiente- catedrático (emérito) de la Universidad Politécnica de Madrid, doctor honoris causa en varias universidades, autor de decenas de libros y centenares de artículos que son objeto de culto y estudio en materias como la hidrogeología, el medio ambiente o la recuperación de ambientes degradados por las explotaciones mineras, conferenciante ameno e insigne, este premio a la trayectoria profesional otorgado por sus propios compañeros -muchos de ellos, alumnos- viene a cerrar un episodio sorprendente, injusto, no exento de misterio, por el que al más brillante de los ingenieros de minas vivos no se le había distinguido con esta medalla hasta ahora.
No sorprendió a ninguno de los asistentes al acto que Rafael Fernández Rubio afirmase sin el menor rubor que “se merecía” esta medalla. La secretaria del Colegio de Ingenieros de Minas de Centro -Lola Norte- había leído, como trámite obligado para justificar la suficiencia de los méritos del profesor, un resumen minimalista de su currículum que la Junta del Colegio, cuyo decano en la actualidad es Rafa Monsalve, supo rescatar de un imperdonable olvido.
El homenajeado, recién retornado de su último viaje por las tierras amazónicas, en la que estuvo asesorando, como tantas otras veces, a responsables de alguna explotación minera, contaba que corrió el riesgo de sufrir un grave accidente en el Amazonas, cuando a la barca que llevaba a varios técnicos por el río, se le estropeó el motor y el capitán de la embarcación perdió por varios minutos el control.
Lleva cuenta este granadino orgulloso y confeso, experto también en el canto de tarantos, de los viajes que realizó “al otro lado del charco” -más de quinientos- y los países a los que llevó su palabra sabia -casi cien-, de los que Portugal, en donde es recibido como una eminencia, ocupa un lugar especial en su corazón de científico al que no le duelen prendas para manifestar sensibilidad entre las piedras, los efluentes mineros, las formaciones kársticas y los libros.
Enhorabuena, Rafael. Hace ya muchos años que nos conocemos y hemos tenido ocasión de compartir contigo emprendimientos técnicos, reuniones sociales y conversaciones privadas, en los que pude aprender a valorar, no ya lo mucho que sabes de tantas cosas, sino tu gran generosidad, tu inmensa capacidad de afecto. No he sido alumno tuyo, pero sí te considero maestro.