El actual Gobierno de España, preocupado hasta la obsesión por encontrar motivos de distracción que nos desvíen de los principales problemas del país, ha sometido, a propuesta del Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, al visado simbólico de Felipe VI, el Real Decreto 918/2021 del 19 de octubre (publicado en el BOE el 2o siguiente) por el que se nombra Embajadora en Misión Especial para la Política Exterior Feminista a María Jesús Conde Zabala.
No es la primera vez que, para justificar una actuación gubernamental, el Ejecutivo echa mano del argumento de que “con esta decisión, España se sitúa en consonancia con los países más avanzados”. Se trata de una obsesión que adquiere ribetes de esquizofrenia colectiva, puesto que, cuanto más nos separamos en lo fundamental de los Estados de cabeza, más uso encuentran esos argumentos de alineación con ellos en los detalles intrascendentes.
Porque si lo que “se pretende hacer de las cuestiones de igualdad de genero domésticas y globales un objetivo central de los gobiernos”, en la terminología oscura que adquirió relevancia en círculos del fetichismo feminista cuando en 2014 la ministra sueca Margot Wallströn, empleó el mismo por primera vez, la aplicación práctica de ese desiderátum resulta imposible. Porque, por ejemplo: ¿Se va a boicotear la relación con los países árabes y, en general, con todos los regímenes en donde se margina a la mujer de manera harto evidente? ¿A dónde se pretende llegar, en el ámbito propio, en el impulso discriminatorio frente al varón, no solo a las mujeres, sino a cualquiera que milite, por devoción o por naturaleza, en alguna de las múltiples opciones de explorar la sexualidad?
¿Habrá que pedir perdón por haber nacido varón?
Una gran mayoría de los españoles, nacidos en las dos o tres décadas primeras de la postguerra, hemos tenido la magnífica oportunidad de poder decidir en temas sustanciales, a veces a nivel incluso individual, porque así lo permitió la libertad que, a veces peldaño a peldaño, conseguimos implementar. Hemos podido así elegir entre religión, incredulidad y agnosticismo, fascismo decadente o democracia ilusionada, populismo obrerista y respeto al empresario eficaz. Dejó de ser elitista la enseñanza universitaria, se potenció hasta hacerlo modelo mundial la sanidad pública, implantamos la tolerancia como forma de vivir,
Si hay algo de lo que podemos sentirnos especialmente orgullosos, hombres y mujeres, es en haber impulsado nuestra sociedad hacia la igualdad de oportunidades, independiente del sexo. Contribuyeron a ello, de manera decisiva, las mujeres, por supuesto -demostrando, sin el menor problema, cuando se le abrieron las puertas a la opción de demostrar sus cualidades, su capacidad comparable a la del varón en los ámbitos intelectuales-, pero el mérito de acceder, desde la posición inicial dominante, a que se abrieran esas puertas, hay que concedérselo a los varones.
No es una construcción estúpida, ni pretende ser machista ni ignorante. La prueba de que la revolución que significa en una sociedad la instauración de la igualdad efectiva de sexos la tenemos, expuesta a diario y de forma sangrante, en las sociedades islámicas, No son las mujeres de esos países, claro, menos inteligentes que los varones. Pero no se les da la oportunidad de formarse, se las restringe en sus libertades de manera brutal, se las convence con argumentos falsarios -desde la religión hasta la ley- de que son seres inferiores. Y no es la presión de las mujeres la que consigue romper el círculo vicioso, sino la ostentación de poder que realizan los varones, actuando como opresores de la libertad de las mujeres.
Yo no voy a pedir perdón por haber nacido varón. Estoy muy orgulloso, como muchos otros, especialmente de los que ya somos ancianos, de haber entendido que la mayor felicidad consistía en compartir el espacio con nuestras mujeres, Y, codo a codo con ellas, haber contribuido, facilitando la mejor formación a nuestros hijos, con sacrificio a menudo de espacios de nuestro bienestar, con estímulo, tolerancia y apoyo, según fuera el caso, a que las mujeres fueran ocupando, de manera natural y legítima, sitio de igualdad con los varones.
Casi invisible por su pequeñez y mimetismo, en las ramas extremas de un tejo, un reyezuelo listado (regulus ignicapilla), que se puede distinguir del “sencillo” (regulus regulus) por la lista ocular negra. Se alimenta de insectos y, en menor medida, de los últimos frutos que han resistido a la voracidad de los túrdidos. Foto tomada a principios de noviembre de 2021, en el occidente de Asturias.