Con el título “Desempleo ¿juvenil?”, el catedrático de la Pompeu Fabra, José García Montalvo, en un artículo publicado el 3 de junio de 2013 (EP), se introduce entre las bancadas del huerto destrozado por el huracán de las crisis, y, buscando en el patatal algún plantón recuperable, parece haber encontrado éste: “España lleva tiempo buscando un sector de actvidad qe produzca mucho valor añadido y evite qe la economía vuelva a depender del ector inmobiliario para crecer. ¿Qué mejor que producir universitarios, que parece que en otros países son una mano de obra mucho más apreciada que en España?”
Admito que tuve que leer el argumento por segunda vez, para confirmar que el tono del artículo era serio y no irónico. Cuando resolví la duda, e incluso encontré el cierre categorial del razonamiento con el que García Montalvo pretendía añadir su nombre al de expertos que ofrecen soluciones a la crisis, lejos de tranquilizarme, me inquieté más. El catedrático entendía que esos jóvenes universitarios, producidos durante años en la máquina de títulos imparable de nuestra veleidad atonómico-cultural, volverían en parte y pasado algún tiempo, al redil de la economía española, para entonces ya felizmente recuperada, y “acabarán de reconducir la estructura productiva hacia un modelo sostenible y rentable económica y socialmente”.
Me parece advertir en esta propuesta de García Montalvo, más que la solución al problema general, un apunte interesado por mantener puestos de trabajo en la Universidad española. Desde luego, el análisis efectuado cae más bien en el campo de las boutades -salida de banco falsamente ingeniosa-, pero la intención de fondo es transparente.
La fábrica universitara se mantendría a pleno funcionamiento -incluso habría qe ampliarla-, con idénticos parámetros, procesos y contenidos, alimentada con la carne fresca de la juventud española, destinada a la exportación en el mercado de talentos europeo. Y, mientras los demás nos tiramos de los pelos por el despilfarro, los docentes y el resto del personal cuyos ingresos dependen del funcionamiento de las máquinas expendedoras de títulos-, mantendrían su porqué, que es, ya sin tapujos, conservar el caldo de cultivo en el que autoreproducirse.
Y decenas de miles de jóvenes licenciados, -los mejores-, obligados a expatriarse para sobrevivir, habrán encontrado, en realidad, la libertad. No volverán a visitar el manicomio en el que mantenemos en jaulas doradas, alimentados con costoso alpiste y por tipos de bata impoluta, a unas aves canoras de tonos muy brillantes, que soltaremos periódicamente para que propaguen por el mundo nuestra incapacidad para que, ya que les hemos enseñado a cantar y lo pagamos del bolsillo común, canten en nuestro provecho.