El reconocimiento de la gravedad de la situación asturiana, con un tejido industrial y una base de generación de actividad y empleo crudamente dañadas por la pérdida de los sectores básicos que propiciaron un falso éxtasis de bienestar, vuelca la atención en prácticamente todos los análisis sobre la “reinvención”, la “reconstrucción” o “el nuevo resurgir” de la región sobre su capital humano.
Este énfasis sobre la calidad de la población, en mi opinión, no deja de ser una carga trasladada a quien no tiene capacidad para resolver el problema. Equivale a la típica frase de ánimo (no niego que bien intencionada) con la que intentamos estimular al enfermo de un mal grave, presuntamente incurable: “Animo, tú puedes”. O la medicina y la terapéutica acuden a la operación de salvamiento, o, si la enfermedad es letal, solo se conseguirá agravar la tensión emocional sobre el paciente, culpabilizándolo de su desgracia.
Tiene Asturias un aceptable capital humano, sin duda, pero ese factor clásico de la función del trabajo, debe ser activado y canalizado en emprendimientos productivos. Si consideramos únicamente la actividad empresarial, no discuto la calidad de la formación técnica y, en general, la universitaria, de los egresados de las muchas ramas del saber que tienen enclave formativo en la región.
He escrito muchas veces -sin éxito, porque, sin duda, resolver la cuestión, no por necesaria, es sencilla- que tenemos una disparidad y densidad excesiva en centros de formación técnica. Todos ellos cuentan con profesionales cualificados, y exigencias formativas muy altas. El número de ingenieros de minas o industriales, en las modalidades actuales de grado o máster, es, sin duda, excesivo para la capacidad de absorción de la región. En consecuencia, desde hace ya décadas, se están formando profesionales para que busquen su empleabilidad fuera de la región.
Sucede lo mismo en las facultades literarias, desde Derecho a Filosofía e incluso sicología. No es distinta la situación en Medicina y Enfermería. En todos los casos, quienes acaban su cualificación se ven forzados, en gran número, a marcharse de la región si quieren encontrar aplicabilidad a sus estudios. Eso sí, la buena fama de la mayoría de las carreras asturianas, muy exigentes, favorece la empleabilidad.
Creo que debería atenderse con máxima intensidad a apoya trabajos de investigación, tesis doctorales y trabajos fin de grado que tengan orientación preferente, ya que no exclusiva, al desarrollo regional. Y, en esa línea, habría de apoyarse, con subvenciones e impulsos públicos sin reticencia, a la formación de empresas en las que participen, como socios, jóvenes egresados, sus profesores, e inversores asturianos.
He enunciado en otras ocasiones que debería estimularse la creación de empresas en las que los aportadores de capital fueran jubilados con esa disponibilidad económica y los proyectos, construidos con ideas y patentes surgidos de las Universidades asturianas. Se trata de orientar la formación académica hacia la aplicabilidad regional. ¿De qué nos sirve saber que la densidad de abogados en Asturias es de las más altas de España, y que hay más ingenieros por metro cuadrado que en cualquier otro punto del mapa nacional?
En relación con la mano de obra cualificada de formación profesional, la situación es especialmente urgente. Tenemos ya pocos especialistas mineros, mantenedores de centrales térmicas, caldereros, operadores de laminación, instrumentistas, etc., jubilados la mayoría. Sucede lo mismo que, en otros sectores y regiones españolas, con los especialistas en mantenimiento de centrales nucleares, prospección profunda, expertos en resistencia de materiales o producción farmacéutica, entre otros campos, porque se han dejado caer o han cerrado las empresas matrices sostenedoras de la necesidad.
Animo, pues, a la revisión de la formación de grado medio, recuperando la vieja pero vigente teoría de las escuelas de formación profesional. No necesitamos tantos ingenieros de formación (en este estado de desarrollo) y sí más especialistas en máquinas herramientas, control numérico, robótica, telecomunicaciones, informática. Es decir, con aplicaciones trasversales a la mayor parte de las necesidades empresariales, cualesquiera que sea su rubro de actividad.
No concibo, y apelo a mi propia experiencia, que las pequeñas empresas, producto de iniciativas individuales, florezcan y triunfen sin apoyos públicos y privados. Puede que siete de cada diez mueran, en intentos fallidos. Pero la formación de quienes las emprendieron servirá para otros emprendimientos y la experiencia adquirida no tiene desperdicio. No creamos que los catalanes y vascos -por poner un ejemplo- son más listos ni más emprendedores que los asturianos. Quiá. Les apoya el entramado generado en estas regiones, de apoyos públicos sin rubor, de fronteras de nacionalismos embutidos a la gente desde las escuelas. Aunque el tamaño de estas regiones es superior al de Asturias, la falta de conciencia regional aquí pesa como un lastre. Cada vez que veo en un comercio, por ejemplo, que Lentejas la Asturiana, proviene de Canadá o Estados Unidos, me pregunto si basta creer que la faba asturiana es la mejor del mundo, cuando nuestros fértiles valles están perdiéndose, faltos de cuidado, sin remedio.
Hay que generar empleo con urgencia, porque los subsidios que se reciben en la región por la vía de las jubilaciones, se perderán a corto plazo, al fallecer sus detentadores. Y hay bolsas tremendas de posible actividad, que se deben cubrir: recuperación de edificios históricos, abandonados en la desidia de la ausencia de mantenimiento, bosques sin aprovechamiento cabal, pasto periódico de incendios provocados o no, antiguos campos de labor ahora sin otro destino que las zarzas. Solo la eliminación de esos miles de ruinas que pueblan nuestra geografía regional, o la recuperación de estos centenares de edificios en lugares nobles de nuestros pueblos, que se caen a pedazos, ya generaría muchos puestos de trabajo. ¿Quién lo ha de pagar? Desde luego, el propietario; y si no lo hace, la administración pública, previo expediente.
Tenemos que convencernos que Asturias, el Paraíso Natural de nuestros cuentos, tiene, como lo imaginamos desde los sueños de grandeza regional, los días perdidos.
Caminamos hacia una región con poco más de seiscientos mil habitantes, quizá como deseable lugar de residencia para eficientes y dichosos propietarios de un puesto decente de teletrabajo. Pero no lograremos la recuperación de un tejido industrial suficiente para mantener la actual población y el nivel de bienestar de que disfrutamos, solo mirando con avidez hacia el turismo.
Se me objetará que podía ser más optimista. Tal vez. Aunque para alimentar el optimismo, desde hace ya décadas, se bastan los centenares de acomodados estudiosos y expertos que, desde sus atalayas, animan a cambiar el “paradigma regional”.
Y juro que no tengo ni idea de lo que eso significa.