Lleva ya varios meses en cartelera la Zarzuela, de autor anónimo -aunque existen varias reclamaciones de presunta paternidad-, cuyo título provisional es el de El espía, la corista y los bobalicones. Representada en todos los medios de difusión del Reino de España, con variada coreografía y vestuario, los protagonistas principales cambian según soplen los vientos.
En este momento, la versión que se está ofreciendo al público -que tiene una participación muy activa, hasta el punto de que figura en el reparto, genéricamente denominado como “los bobalicones”- incluye a un espía contratado por el propio Estado de derecho, y a una corista en caída libre. La relación que liga a ambos es de lo más turbia, e incluye a un tercero, marido o pareja de la vicetiple, que actúa de amigable componedor, es decir, de algo equivalente a chulo de portal de invierno.
Los personajes y la trama aparente han venido cambiando a lo largo de los meses que lleva en cartel esta tragicomedia, cuyo éxito parece exclusivamente basado en apelar a los más profundos instintos de la estupidez y el afán destructor de la mayoría del llamado pueblo/populacho hispano. Esta hipótesis descansa en la sensación de que el libreto es malo, la representación pésima y los decorados, de circunstancias.
La versión anterior -aún representada en teatrillos de provincias- involucraba a un orate convencido de que había sido llamado por la divina providencia para guiar a su pueblo al desastre total, relacionado en este caso, en una unión turbia en concepto y realización, con un tonto de pueblo. Otras versiones, siempre con la presencia coral del grupo de bobalicones en escena, afectaron a un rey destronado aficionado a la caza de animales hembras de dos patas, fundador de una estirpe a medio camino entre la Familia Monster y los Grimaldi; tuvo éxito circunstancial un dúo entre dos jóvenes promesas, relación con fondo posiblemente incestuoso, que duró lo que canta un gallo, pero los residuos aún se están comiendo.
En fin, todo este trasfondo novelesco, de divertida evocación sino fuera tan real, tiene consecuencias claras para nuestra economía, que es de lo que vivimos, y no de lo que nos dan de comer en los mentideros de esta plaza, incluidos la televisión, la radio y los periódicos. Mientras el pueblo llano se monda con tantos cuentos, la economía sigue por los suelos, los servicios públicos se deterioran más, la suciedad aumenta en las calles y en los patios, la Universidad languidece en su salsa, las empresas se largan a mejores vientos, y, por hacerlo breve, en los países en donde no prestan tanta atención a la comedia, y sí al trabajo que da frutos, aunque venga de manos del mismo diablo, se medra mejor, se vive más holgado, hay más empleo.
El cistícola buitrón (cisticola juncidis) es un paseriforme de difícil identificación, perteneciente al complejo grupo de las currucas y mosquiteros. Tiene el pico afilado de los mosquiteros, pálido en la hembra y oscuro en el macho, y listas destacadas en cabeza y dorso (no muy patentes en la fotografía, pero como tengo varias instantáneas del mismo ave, puedo confirmarlo).
Tiene un canto repetitivo y estridente, que lo delata más que su presencia física, a menudo oculta entre los juncales y herbazales de los terrenos pantanosos. Estas aves que son tan parecidas entre sí, exigen para su correcta identificación (satisfacción solo reservada al ornitólogo aficionado con tiempo y ganas) fijarse en detalles: píleo, obispillo, dibujo caudal y proyecciones de las primarias y secundarios, por ejemplo, en cuanto al plumaje; dibujos del pecho y listado del dorso, pico romo o puntiagudo; color de las patas y si están o no cubiertas de plumaje; etc,
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