En una de las comparecencias televisivas de la guerrilla electoral, imaginadas para esclarecer posiciones, aunque parecieran destinadas a desorientar a los votantes, la representante del Partido Popular (Cayetana Álvarez de Toledo, a quienes sus admiradores han dado en designar por sus siglas, CAT, o sea, gato) preguntó, sin venir a cuento -que es lo que produce enjundia mediática- a la representante del Partido Socialista Obrero Español (la aún ministra María Jesús Montero) si sabía cuántas nacionalidades había en España.
Montero miró para otra cuestión, declinando contestar, e hizo bien, porque esa pregunta no tiene respuesta; al menos, uniforme y consensuada.
¿Qué es nación y qué nacionalidad, al margen de disquisiciones académicas? Ese sentimiento integrador, mágico, al que aluden -siempre desde posiciones interesadas- políticos, historiadores y otros sectores sociales- es una invención contra natura, una tabla incrustada en las ruedas del progreso social, una patraña urdida para generar distancia con “el otro”.
No invento ni vulgarizo nada. El asunto también ha sido analizado por eruditos, si se manifiestan libres de la contaminación grupal. En el trasfondo de todo muestrario de elitismos y apelaciones a los méritos tribales de una subsección de la humanidad, si se escarba bien, quedarían al descubierto los móviles económicos, impregnados efizcazmente de pócimas xenófobas y clasistas, como verdaderos impulsores de la pequeña historia de los pueblos, plagada de apelaciones mágicas, mentiras y fantasías.
No niego el sentimiento nacional, el instinto grupal. Yo lo tengo, por supuesto, como español, como asturiano y como europeo. Pero no me sirven para caracterizar mi orgullo ni, sobre todo, servir al menosprecio ni a la alabanza gratuita, a los otros ni a los “míos “.
Estas cualidades sobrevenidas, superpuestas como una costra, actúan a modo de capa protectora, según las situaciones, frente a posibles agresiones del medio y el control de los otros. Lo que no me impide reconocer que esa compleja idiosincrasia, que va conmigo, es consecuencia de una amalgama que funde mensaje familiar, lengua, educación infantil y posterior, la experiencia propia y ajena, los mensajes socio integradores de mi entorno y, en suma, la asunción de barreras.
Por doquier vemos alzarse diques contra la integración, la igualdad de oportunidades, la libertad. Muros contra aquel que tiene menores medios económicos, precisa trabajo, habla otro idioma, es más hábil, más listo o más culto pero no va en el grupo, o profesa creencias diferentes. Implantados a nivel de la colectividad, reflejan simplemente el miedo a quien pudiera competir con ventaja; sobre todo, sin haber sido llamado a nuestra mesa.
Creo que el fracaso del modelo europeo es la incapacidad de los habitantes de esta parte del mundo para eliminar barreras. Muros que, desgraciadamente, han jalonado de guerras internas la historia de sus Estados, y que, hoy, superada (ojalá que de forma duradera) la belicosidad llevada a las armas, no han hecho posible una unión sólida, ni en lo económico, ni en lo social, ni en lo educativo.
Aficionados los españoles a ser banco de pruebas de toda miseria, microcosmos del camino a la ineficacia y la pérdida de empuje por no usar bien todos los recursos, mantenemos aquí el espejismo de las nacionalidades históricas. Una expresión vacía de contenido coherente, que ha conducido -¡en democracia!- a provocar el intento de secesión del gobierno catalán (trasladado al campo justiciero con resultado imprevisible).
Quieren dos millones de catalanes, impulsados por los lideres separatistas, la total independencia económica del resto de España. Esa otra España que se les ha convencido que es menos industriosa, no tan inteligente, inferior en cultura, arte y tradición y, además, portadora de otra lengua, que hablaría, si, mucha más gente, pero con similares logros literarios y menor eficiencia científica.
La situación catalana no tiene igual en España, pero no es cosa de alegrarse por ello. Ese desequilibrio nos debilita a todos, porque parece venir a robustecer la invención elitista del secesionismo. Por distintas razones, atribuibles a las peculiaridades y debilidades de sus estructuras de capital y producción, ni Euskadi ni Galicia, ni Andalucía, ni, por ausencia de tamaño ni masa crítica, las demás regiones españolas, pueden competir en igualdad de condiciones por la carrera de los separatismos.
No creo que la solución al “problema catalán” sea darles más poder-¡aún más!- a sus instituciones. Tampoco (es demasiado tarde) reclamar más centralismo. Habría que igualar, en lo posible, en población, recursos y capacidad de decisión, las autonomías.
Ahi está el reto.
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El alcaudón de la instantánea es un alcaudón norteño (Lanius escubitor), de la raza canaria, similar a la almeriensis, a salvo de una ceja menos marcada. Es un ave grande ( hasta 26 cm), poco investigada en su gran variedad morfológica, producto de la adaptación a hábitat muy diversos; mi foto está tomada en Fuerteventura, a principios de abril.
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