La Covid no se fue y su molesta presencia viene a acumular varias enojosas incógnitas. No sabemos cómo y dónde se ha generado el virus cuya propagación puso patas arriba la economía mundial y sembró pánico y sensación de guerra real contra un enemigo desconocido. Llevados de un sitio a otro, como manada de ovejas empujada por un cánido a golpes de silbato del pastor, admitimos lo que se nos dijo en primer lugar que las mascarillas no servían para nada, para luego pasar a venerarlas como una panacea universal, a pesar de la evidencia de que esos trapos sucios con los que la mayoría ocultaban sus rostros no podían servir para mucho.
Hemos estado confinados por orden de la autoridad política, que asumió y asume funciones de garante judicial, y ya no sabemos bien si es más peligroso estar reunidos con la familia en un espacio abierto o uno cerrado, si debemos contar un grupo de cuatro, seis o diez como peligroso por su proclividad al contagio, o si el virus se propaga por el aire, se agazapa en los objetos metálicos o se nos pega como una lapa cuando damos un abrazo al amigo al que no vemos desde hace dos años.
Ahora tenemos la impresión de que las vacunas no sirven del todo, que no nos defienden suficientemente, que será necesario poner dosis de recuerdo y que no alcanzaremos la inmunidad de rebaño, porque esa cifra mágica se desplaza como el horizonte cuando nos acercamos a ella.
En la quinta ola de esta pandemia que no va a marcharse de nuestro lado, con la variante delta que resulta ser mucho más rápida en su virulencia y con manifiesta apetencia por los más jóvenes, aunque sin desdeñar a los ancianos de la tribu, estén vacunados o no, escuchamos a diario la relación de incidencias acumuladas, oxímoron que nos pone al tanto de la capacidad del virus para hacernos daño.
Son demasiadas incidencias acumuladas:
-no hemos alcanzado la inmunidad de rebaño,
-se escapa la nueva normalidad,
-hay constancia de efectos secundarios permanentes entre los que padecieron la Covid,
-sabemos de forma inequívoca que muchas muertes pudieron ser evitables,
-volvemos a rozar el colapso hospitalario,
-la situación desvela permanentemente la ineficacia gubernamental y la ausencia de coordinación entre administraciones,
-estamos hartos de la palabrería de los especialistas explicando lo que no saben,
-nos aturde el ruido mediático que caldea nuestras mentes sin piedad, alineándose con tirios o troyanos según la publicidad,
-seguimos atrapados por un paro galopante y conscientes del retraso interminable en la recuperación económica mientras la deuda pública alcanza los 1,4 billones de euros,
-sospechamos que serán muchos los años perdidos para el turismo y algunos no dejamos de repetir que los ingresos del turismo son hambre para mañana,
-nos preguntamos si las ayudas europeas llegarán en los plazos que necesitamos, con controles que podamos solventar y, en fin, en las cantidades precisas para que la economía no se hunda sin remedio, mientras nos aclaramos de cuándo y cómo debemos devolverlas.
Ay Angel! Que situacion tan penosa!!!
Sí, Carmen, los pesimistas y, sobre todo los realistas, lo vemos oscuro. Necesitamos todos la visión de los optimistas como tú para animarnos.