La descalificación del comunismo como régimen socioeconómico eficiente, a raíz de la caída estrepitosa del imperio soviético, tuvo como efecto sustancial que el capitalismo quedó como único aspirante al cinturón de oro del campeonato virtual de los sistemas políticos de la modernidad.
Fue aclamado, por tanto, como vencedor indiscutible por los árbitros del certamen, todos ellos, educados en las escuelas occidentales de la fantasía.
Sigo a Alain Touraine en su ya añejo análisis “Crítica de la modernidad“(1993) para atribuir a Joseph Shumpeter “la mayor importancia al empresario”, siendo la empresa, la expresión concreta del capitalismo. Y añado de mi coleto que las empresas nacen todas pequeñas, aunque algunas lleguen a ser mastodontes multinacionales y otras -la mayoría- mueran a poco de nacer, devoradas por otros depredadores o como resultado de sus deformaciones congénitas, que las hacen inviables.
Si observamos hoy de forma sintética la fauna empresarial, advertiremos que conviven en el terrario económico, grandes empresas con múltitud de brazos y cabezas (hidras, medusas, dragones de escurridizos tentáculos), con otras de tamaño menor (algunas semejantes a gráciles licornias y otras, incluso, aparentando ser mitad humanas y otro tanto celestiales) y, en fin, una enjambre de cientos de miles de cabezas que llamamos pymes y, en ellas, con mayoría, empresas de un solo pedal, conducidas por equilibristas con dotes circenses, los autónomos.
No interesa tanto atender al tamaño en un momento dado de las empresas, sino analizar quiénes las dirigen y, si fuéramos capaces, de qué forma, para hacer cuadrar el tamaño de las empresas con el de los líderes. Porque en la ilusión por haber encontrado un sistema económico infalible, la sociedad -y aquí hablo de la española- ha olvidado seleccionar bien los controladores de quienes hacen los controles en las puertas de acceso y, como en un Madrid Arena gigantesco, se han colado muchos que no podían tener entrada en las salas VIP, disfrazados de tipos respetables y alardeando de diplomas y méritos que estaban falseados.
Y así estamos. Tenemos empresas de tamaño XXL, XL, L y S, pero sus dirigentes no siempre concuerdan con las tallas del traje económico que ostentan. Hay incluso tipos de luces muy pequeñas (S) pero ambiciones excepcionales (tal ez XXL) que pilotan grupos de tamaño XL. Paradójicamente, hay quienes tienen capacidades XXL pero las trabas y zancadillas que interfieren selectiva y perversamente los accesos, les han condenado a concentrar sus dotes en trajecitos empresariales de tamaño S, incluso confeccionados por ellos mismos.
No se si nos llevará mucho tiempo y, posiblemente, no tendremos tanto tiempo para realizar la labor al completo. Pero es imprescindible que se revisen las tallas de los empresarios en relación con las empresas que conduzcan y hacer que se repartan trajes de acuerdo con la responsabilidad social que, aunque algunos crean que solo deben explicaciones a sus accionistas privados, también nos son deudores a nosotros, todos los ciudadanos que soportamos la credibilidad del sistema capitalista.
Estamos detectando demasiados ejemplos de trileros sociales, tipos que se aprovecharon de nuestra ilusión por ser modernos para enfundarse en aventuras empresariales de tamaño descomunal cuyo ensamblaje era engrudo de falsedades, trampas y fantasías para ocultar que iban desnudos, que se habían introducido en un caparazón económico al que apuntalaban con corrupciones y mentiras y del que extraían, impertérritos hasta que fueron descubiertos, goces privados y plusvalías ajenas convertidas en dineros.
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