Me parece que ha llegado el momento de decidir si el problema se resuelve separando de los cestos unas cuantas manzanas podres o habrá que lamentar que la cosecha completa está perdida.
Por supuesto, soy de la convicción de que la cosecha es, globalmente, buena. Y si alguien pensara lo contrario o tuviera dudas, por la cuenta que le tiene a él y nos tiene a todos los españoles, que concentre su rabia en podar y fertilizar la pomarada y, ayudado por gente capaz, plante nuevos árboles en el lugar de los que la peste, el muérdago, los pulgones o la edad hayan dejado inservibles.
No nos confundamos. Si todo estuviera emponzoñado, la regeneración total sería imposible. Y si solo algunos individuos o subsectores económicos tienen filoxera, con apartarlos, basta.
La complacencia que se ha implantado entre nosotros para denunciar obsesivamente todo cuanto está mal, amontonando sospechas, certezas o infamias contra el de enfrente, al que se dispara, a la menor ocasión, con balines, salvas de fogueo u obuses, no nos solucionará la crisis económica.
La hará aún más profunda, porque el recelo y la desconfianza general no crean actividad, ni por tanto, empleo. Y nos convierten en foco de atención general, pero por la parte menos favorecida, que es el culo.
Hace ya tiempo que las únicas voces que escucho son las que hablan de escándalo, corrupción y engaños. No me produce complacencia alguna, sino aún más inquietud. Porque encuentro aún más apagadas y distantes de asumir protagonismo las propuestas constructivas de regeneración, de impulso, de innovación.
Necesitamos líderes con autoridad moral para reclamar calma y exigir que los esfuerzos aflojen la tendencia a la inmolación colectiva, como fatal fórmula de catarsis, y se deriven hacia lo útil, lo positivo, reforzando lo sólido, y apoyando lo que funciona.
En la conferencia pronunciada el 12 de febrero de 2012, casi en loor de santidad, por Luis María Ansón, en ese foro de las élites socioeconómicas llamado Club Siglo XXI, el ponente, después de pasar revista a lo mancillada que se encuentra nuestra democracia, detectaba como personalidades más relevantes para dirigir la regeneración moral, constitucional y social, a dos viejos conocidos del país, ambos ex-presidentes de Gobierno en los que se disfrutó de prosperidad: José María Aznar y Felipe Gonzalez.
Capto la intención pero no le veo el sentido. Bien está que ambos próceres, cada uno sin salirse de su ámbito ideológico, pronuncien conferencias y escriban libros narrando su experiencia personal y atizando con su paleta a diestro y siniestro, garantizando así, fundamentalmente, que el público asistente tenga algo que comentar al día siguiente con sus parientes.
Más ambicioso, me gustaría que la sociedad española fuera capaz de encontrar decenas, miles, de nombres nuevos. En el contagio del impulso de gente ilusionada y activa se creó una nueva Constitución y se consiguió que un país proclive a solventar las diferencias, aspiraciones y envidias a mamporros (o a disparos de fusil) se pusiera a trabajar en la reforma.
Y ese fue el milagro, no atribuíble a Gonzáleces ni Aznáreces, sino a anónimos héroes que se dejaron la piel en el empeño de hacer efectiva una ilusión a la que hicieron cuestión personal
Fue una lástima que se nos colaran varias manzanas podridas. Tantas. Pero la cosecha no está, no puede estar perdida. Los que sí se perdieron, destruídos, fueron los héroes anónimos de aquella historia de éxito; hay que encontrar otros.
Deja una respuesta