El 24 de junio de 2022, el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha recortado la libertad de las mujeres para abortar, trasladando a los Tribunales inferiores (los de los Estados) la regulación de los supuestos que resultarían legalmente admisibles.
El derecho de a mujer a abortar es una cuestión que han tomado como bandera muchos partidos que deseaban situarse en contra de sistema y captar así el voto femenino. Fuera de los supuestos de clara malformación del feto o riesgo vital para la madre, en los que puede alcanzarse un mejor consenso, el aborto “sin causa” es un asunto controvertido, que sus defensores vinculan al “derecho a disponer del propio cuerpo” y, en ese sentido, seria una manifestación de la libertad de elegir.
Incluso en régimen de prohibición legal, el aborto forzado se produce en todo el mundo y, como ha sido oportunamente subrayado, las familias con mejores medios económicos tienen opciones de llevarlo a cabo en condiciones de seguridad (médica y jurídica) de la que no disponen quienes carecen de esa ventaja. Defender la libertad de la mujer para abortar podria formar parte de un ideario de izquierdas, al facilitar la práctica gratuita del aborto (esto es, pagada por el sistema), también, a las mujeres con rentas bajas.
Pero no es tan sencillo. Se trata de un asunto delicadísimo que involucra a la sociedad en su conjunto, tiene efectos sobre la regulación familiar, el gasto asistencial y, de forma nada despreciable, afecta a los principios morales de, al menos, dos personas: el médico (o quien practica el aborto) y la abortante. Obviamente, está en juego -dramático- el derecho a la vida del feto. ç
Las organizaciones y particulares (no necesariamente religiosas) que se oponen al aborto, se centran en difundir imágenes de fetos con forma ya humana o humanoide, verdaderamente impactantes. Máxime en una sociedad en la que se defiende el derecho de los animales (superiores) a vivir, tratando de hacernos a todos veganos y animalistas.
El asunto del aborto, como el de la prostitución, la defensa de los migrantes, la oposición a la guerra y a la mejora de la dotación de los Ejércitos, el salario mínimo, la drástica regulación de ganancias aumentando los impuestos a las empresas y grandes fortunas, la disminución de las exigencias docentes para facilitar el acceso a la titulación de los menos capaces, el acceso homogéneo a la sanidad para cualquier dolencia y e intervención independientemente del lugar de residencia, y otros cuantos que, sistemáticamente, afloran en los debates políticos, son solo ejemplos no seleccionados de las grandes posibilidades de discrepar que se ofrecen al ciudadano moderno.
Si se elimina el filtro moral de algunos de ellos, muchos se reducen a la correcta valoración del coste-resultado esperado y de la eficacia de las medidas en relación con el esfuerzo social o colectivo.
Un libro de aconsejable lectura (duro de digerir) “La era del capitalismo de la vigilancia”, de Shoshana Zuboff (Paidós, 2020), desvela el nuevo elemento del capitalismo, al que jo prestan suficiente atención los partidos tradicionales y los de nuevo cuño que se incorporan sobre el viejo esquema de acción-reacción que sostuvo los argumentos clásicos de “lucha de clases contra el capitalismo opresor”, “trabajador frente a empresario” e incluso “estado social y de derecho”.
Estamos ahora inmersos en una sociedad dominada por los big data, la información masiva que desvela nuestros secretos a los grandes vigilantes, cuyas decisiones se toman con fórmulas y algoritmos inaccesibles para el ciudadano normal, e incluso para las corporaciones clásicas -el Estado, los sindicatos, los partidos,…
En el orden de las ideas, elegir bien los temas de debate, alimentándolos con municiones de consumo inmediato estaría en la clave de lo que mueve voluntades a favor y en contra. Los partidos no se mueven por programas concretos, trabajados, sino por soflamas, lemas marginales, peleas de última hora, añadiendo picante y especias a los debates según indiquen las encuestas que realizan sus enviados.
Ah, pero si esto aparece cada vez más claro (o digno de sospecha) a nivel general, entre amigos y conocidos, en las tertulias y debates de opinión, todos estamos expuestos a la intoxicación. Estamos, en verdad, envenenados, sin capacidad para pensar con independencia. Los lectores de El Pais, El Mundo, los seguidores de TV1, La Sexta o…los que dicen solo interesarse por el fútbol o el tenis no están libres de esa garra maléfica. Y lo peor no es que discrepemos por razón de lo que oímos o leemos, sesgando la noticia, es que cualquier conclusion a la que lleguemos estará viciada por la ausencia de visión global que, en todo caso, se nos hurta, se oculta por desconocimiento, se adultera con o sin piedad.
El capitalismo de la vigilancia se separa del capitalismo “clásico”, y supone una convergencia sin límites entre libertad y conocimiento. En la teoría económica de Smith y Hayek (por ejemplo) la posesión de información relevante era utilizada para aprovecharse de la ignorancia del otro, consumidor, ciudadano o súbdito, qué más da. Existe aún. Pero el misterio que los separa se ha hecho ahora inexpugnable: no sabemos qué saben los grandes vigilantes de nosotros, qué resortes pueden utilizar, qué mentiras contarnos. Nos manipulan sin piedad, alimentando opiniones, ocultando precios, impulsando apetencias.
“Este orden social instrumentario privatizado es una nueva forma de colectivismo en la que es el mercado y no el Estado, el que concentra tanto el conocimiento como la libertad dentro de sus dominios” (página 668)
(seguirá)
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