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Por qué la gente sensata piensa diferente políticamente (Tres))

27 junio, 2022 By amarias Dejar un comentario

El 24 de junio de 2022, el Tribunal Supremo de Estados Unidos ha recortado la libertad de las mujeres para abortar, trasladando a los Tribunales inferiores (los de los Estados) la regulación de los supuestos que resultarían legalmente admisibles.

El derecho de a mujer a abortar es una cuestión que han tomado como bandera muchos partidos que deseaban situarse en contra de sistema y captar así el voto femenino. Fuera de los supuestos de clara malformación del feto o riesgo vital para la madre, en los que puede alcanzarse un mejor consenso, el aborto “sin causa” es un asunto controvertido, que sus defensores vinculan al “derecho a disponer del propio cuerpo” y, en ese sentido, seria una manifestación de la libertad de elegir.

Incluso en régimen de prohibición legal,  el aborto forzado se produce en todo el mundo y, como ha sido oportunamente subrayado, las familias con mejores medios económicos tienen opciones de llevarlo a cabo en condiciones de seguridad (médica y jurídica) de la que no disponen quienes carecen de esa ventaja. Defender la libertad de la mujer para abortar podria formar parte de un ideario de izquierdas, al facilitar la práctica gratuita del aborto (esto es, pagada por el sistema), también, a las mujeres con rentas bajas.

Pero no es tan sencillo. Se trata de un asunto delicadísimo que involucra a la sociedad en su conjunto, tiene efectos sobre la regulación familiar, el gasto asistencial y, de forma nada despreciable, afecta a los principios morales de, al menos, dos personas: el médico (o quien practica el aborto) y la abortante. Obviamente, está en juego -dramático- el derecho a la vida del feto. ç

Las organizaciones y particulares (no necesariamente religiosas) que se oponen al aborto, se centran en difundir imágenes de fetos con forma ya humana o humanoide, verdaderamente impactantes. Máxime en una sociedad en la que se defiende el derecho de los animales (superiores) a vivir, tratando de hacernos a todos veganos y animalistas.

El asunto del aborto, como el de la prostitución, la defensa de los migrantes, la oposición a la guerra y a la mejora de la dotación de los Ejércitos, el salario mínimo, la drástica regulación de ganancias aumentando los impuestos a las empresas y grandes fortunas, la disminución de las exigencias docentes para facilitar el acceso a la titulación de los menos capaces, el acceso homogéneo a la sanidad para cualquier dolencia y e intervención independientemente del lugar de residencia, y otros cuantos que, sistemáticamente, afloran en los debates políticos, son solo ejemplos no seleccionados de las grandes posibilidades de discrepar que se ofrecen al ciudadano moderno.

Si se elimina el filtro moral de algunos de ellos, muchos se reducen a la correcta valoración del coste-resultado esperado y de la eficacia de las medidas en relación con el esfuerzo social o colectivo.

Un libro de aconsejable lectura (duro de digerir) “La era del capitalismo de la vigilancia”, de Shoshana Zuboff (Paidós, 2020), desvela el nuevo elemento del capitalismo, al que jo prestan suficiente atención los partidos tradicionales y los de nuevo cuño que se incorporan sobre el viejo esquema de acción-reacción que sostuvo los argumentos clásicos de “lucha de clases contra el capitalismo opresor”, “trabajador frente a empresario” e incluso “estado social y de derecho”.

Estamos ahora inmersos en una sociedad dominada por los big data, la información masiva que desvela nuestros secretos a los grandes vigilantes, cuyas decisiones se toman con fórmulas y algoritmos inaccesibles para el ciudadano normal, e incluso para las corporaciones clásicas -el Estado, los sindicatos, los partidos,…

En el orden de las ideas, elegir bien los temas de debate, alimentándolos con municiones de consumo inmediato estaría en la clave de lo que mueve voluntades a favor y en contra. Los partidos no se mueven por programas concretos, trabajados, sino por soflamas, lemas marginales, peleas de última hora, añadiendo picante y especias a los debates según indiquen las encuestas que realizan sus enviados.

Ah, pero si esto aparece cada vez más claro (o digno de sospecha) a nivel general, entre amigos y conocidos, en las tertulias y debates de opinión, todos estamos expuestos a la intoxicación. Estamos, en verdad, envenenados, sin capacidad para pensar con independencia. Los lectores de El Pais, El Mundo, los seguidores de TV1, La Sexta o…los que dicen solo interesarse por el fútbol o el tenis no están libres de esa garra maléfica. Y lo peor no es que discrepemos por razón de lo que oímos o leemos, sesgando la noticia, es que cualquier conclusion a la que lleguemos estará viciada por la ausencia de visión global que, en todo caso, se nos hurta, se oculta por desconocimiento, se adultera con o sin piedad.

El capitalismo de la vigilancia se separa del capitalismo “clásico”, y supone una convergencia sin límites entre libertad y conocimiento. En la teoría económica de Smith y Hayek (por ejemplo) la posesión de información relevante era utilizada para aprovecharse de la ignorancia del otro, consumidor, ciudadano o súbdito, qué más da. Existe aún. Pero el misterio que los separa se ha hecho ahora inexpugnable: no sabemos qué saben los grandes vigilantes de nosotros, qué resortes pueden utilizar, qué mentiras contarnos. Nos manipulan sin piedad, alimentando opiniones, ocultando precios, impulsando apetencias.

“Este orden social instrumentario privatizado es una nueva forma de colectivismo en la que es el mercado y no el Estado, el que concentra tanto el conocimiento como la libertad dentro de sus dominios” (página 668)

(seguirá)

Archivado en: Actualidad, Política, Sociedad Etiquetado con: derecha, Hayek, izquierda, política, Zuboff

Elogio y servidumbre del centro

4 enero, 2021 By amarias Dejar un comentario

El año que se nos ha ido (2020) nos ha dejado varias preocupaciones de entidad, que corresponderá resolver lo antes posible, para evitar que los daños sean tan profundos que haga irrecuperable, no ya la situación de partida, sino un nivel de satisfacción social y económico que no signifique la ruptura del modelo.

Por supuesto, la superación de la pandemia es la urgencia más acuciante. Hasta la aplicación masiva de las vacunas contra el virus invasor y alcanzar ese deseado “nivel de protección de rebaño”, no llegará a los mercados la tranquilidad suficiente para garantizar la recuperación.

Con un panorama tan grave, la economía no es actualmente el motivo principal de preocupación. A nivel tanto individual como colectivo (a salvo de algunos descerebrados) el temor a sufrir el ataque de la Covid y resultar gravemente afectado, cuando no pasar a engrosar el número de fallecidos gravita como un fantasma y cuestiona el alcance y calidad de la asistencia sanitaria, la capacidad organizativa de la administración para garantizarla y, en fin, el eficaz comportamiento protector frente a esa amenaza.

La multiplicidad de posturas de los gobiernos central y regional para defenderse de la pandemia, tratar reducir el número de contagios y, en lo posible, evitar el colapso de la economía, ha abierto debates, sobre lo que de hizo  bien, mejor, o muy mal. Los gansos de cada Capitolio, alzando su griterío,  siguiendo las directrices marcadas por el pesebre, han alabado unos gobiernos, denigrado otros y, en fin, contribuido a generar intoxicación sobre el ciudadano medio.

A salvo de aquellos cuya convicción ideológica sea tan fuerte que les impida valorar la realidad y analizar la calidad y eficacia de las alternativas, parece razonable concluir que carecemos, a estas alturas de la crisis pandémica, de un procedimiento realmente efectivo para garantizar con total seguridad que el virus no nos ataque individualmente. Y la incertidumbre se mantiene cuando todo parece anunciar que nos encontramos ante una tercera ola de la pandemia, de programación más veloz y capacidad de contagio mucho más agresiva.

No creo que nadie ponga en duda la poca información fidedigna sobre la forma de protegerse individualmente contra el virus. Me permito hacer unas pocas preguntas, para poner en evidencia que no existe una respuesta ciudadana única, en la interpretación individual de la ciencia oficial: 1) ¿Cada cuanto se debe cambiar la mascarilla y, por tanto, cada cuánto cambia su protección cada una de las personas con las que nos cruzamos en la calle o coincidimos en el restaurante o en el transporte público?  2) ¿A tenor de la variedad de mascarillas que se ofrecen en el mercado, cuáles son las realmente eficaces? ¿Cómo se controla y garantiza su homologación? 3) Admitiendo que lo importante es controlar la secuencia de contagios a partir de un foco ¿Por qué es más grave reunir a diez personas que a seis o a sesenta y siete?  4) ¿Cómo garantiza que los teatros, restaurantes y comercios, estén libres de virus? ¿Quién lo controla? 5) ¿Cuál es el actual procedimiento más eficaz para conseguir curar -si esta palabra puede usarse con propiedad- a un enfermo grave de Covid? ¿Existe un protocolo común a todos los centros hospitalarios? ¿Y para derivar a un paciente desde los centros de atención primaria? 6) ¿Cómo se lleva y llevará el control de los vacunados en primera y segunda dosis? 7) ¿Qué porcentaje de vacunas (actualmente, todas de doble implementación) y, en particular, la de Pfizer que debe conservarse a muy baja temperatura hasta ser administrada, pero no se puede volver a congelar, se pierde por falta de coordinación o por no acudir los convocados a la cita de vacunación? 8) ¿De verdad, es admisible aceptar que las mascarillas que llevan la ciudadanía, a parte de su homologación primaria, tienen el mismo grado protector? (algunas parecen haber criado hasta gusanos).

La terrible disparidad ideológica que sufrimos en España, con un gobierno central de izquierdas que, a cada paso, demuestra su carácter bicéfalo y algunos gobiernos regionales -los más significativos, el de Madrid y Galicia-, de orientación hacia la derecha, nos hace cuestionar, una vez más que significa realmente, ser de izquierdas o derechas. Es imposible identificar los viejos principios de acción ideológica en ninguno de ellos. A Ayuso y a sus consejeros les acusan quienes molesta que gobiernen en Madrid, de favorecer a la empresa privada. A Sánchez y a los ministros del PSOE sus detractores les tachan de mentirosos y falsarios. Hay que dejar aparte a Iglesias y a sus ministros (incluido el desvaído Garzón), por supuesto, cuyo único ideario parece ser conducirnos de forma rampante al modelo de una república cubano- bolivariana, con similar esquema de liderazgo.

Echo de menos al centro, ya sea centro izquierda o centro derecha. Políticos capaces de pensar y actuar de forma global, integral, sin estridencias y con eficacia. Gentes que no son devotas de Hayek ni de Marx, pero saben de qué se trata. Que conocen los entresijos de la economía y no espantan al potencial inversor. Que reconocen sus debilidades y potencian sus fortalezas, sin engañar ni engañarse. No me gustan los extremos, porque la polarización conduce -siempre, según la Historia- al desastre.

Ha sido una desgracia para España que Ribera (Alberto) y Sánchez (Pedro) hayan perdido el norte de la necesaria sintonía. Costará mucho recuperar ese centro sobre el que hacer pivotar la política y la economía, si es que se consigue.

Hasta entonces, aconsejo no quitarse las manos de la cabeza. Sí, cambiar cada cuatro u ochos horas las mascarillas, airear los espacios y aguardar pacientemente a que nos llegue el turno para ser vacunados…con suerte, dentro de un par de años, salvo cambio de estrategia.

 

Archivado en: Actualidad Etiquetado con: Ayuso, centro, covid, crisis, económica, Hayek, Marx, Podemos, PSOE, Ribera, Sánchez, vacuna

La granja en cuarentena

18 abril, 2016 By amarias Dejar un comentario

Reconozco que me atraen las teorías conspirativas. Utilizadas como cliché preconcebido, se adaptan, cual una fórmula magistral, para explicar casi cualquier actuación dentro de una colectividad humana, en la que un pequeño grupo, convertido en muñidor o factor creador de situaciones, influye decisivamente sobre el comportamiento de la mayoría.

Cuando George Orwell (Erich Arthur Blair) escribió “Rebelión en la granja” (1945) acababa de editarse “Camino de servidumbre” (1944), que se convertiría en el libro más citado de Friedrich von Hayek. Pocas ocasiones ofrece la literatura de encontrar en una obra aparentemente de evasión, una crítica solapada -es decir, inteligente- a la pieza clave de los defensores del capitalismo liberal como doctrina económica.

Hayek, como es bien sabido, propone abrir de par en par las puertas del campo de la economía a la iniciativa privada, limitando las intervenciones del Estado de derecho a lo imprescindible: fijar el marco regulador, de forma previa y transparente.

Paladín intelectual de la escuela vienesa, Hayek se convirtió con rapidez en el contrapunto a la doctrina macroeconómica de John Maynard Keynes, quien en 1936 había publicado “La teoría general del empleo, el interés y el dinero”, en la que abogaba porque los gobiernos deberían aumentar el gasto público para impulsar la inversión. Los keynesianos apoyaban el intervencionismo del Estado en las actividades económicas, convirtiéndolo en un competidor privilegiado, que podría aparecer aquí y allá para subsanar déficits o desviaciones de la iniciativa privada, estimular determinados sectores o dirigir el desarrollo en otros, de acuerdo con el interés general.

No pretendo contribuir, desde mi reconocible limitación intelectual, al debate académico que, desde entonces, permanece abierto entre quienes defienden el “dejad hacer” y los que creen a pies juntillas que no hay nada mejor que la economía centralizada.

Porque, entre tanto, hasta los macroeconomistas prácticos occidentales que no estén dañados por las actitudes más reaccionarias han ido admitiendo, a la chita callando, que no se traiciona a Hayek cuando se mueve el fiel de la balanza hacia la posición de “haz lo que quieras, pero no abandones al Estado en la necesitad de mantener un equilibrio social imprescindible para evitar la debacle del sistema”.

La clave de la teoría orwelliana  no estaría en definir la doctrina a seguir, sino en la utilidad que extraigan de ella quienes se ven obligados a vivir con ella. Frente a los maximalistas que aún se esfuerzan en resaltar las ventajas o las abominaciones tanto del sistema puramente capitalista como de las economías centralizadas, según de dónde les provenga el plato de lentejas, los orwellianos, escépticos de cuanto huela a doctrina precocinada, abogamos por utilizar los márgenes de libertad que la situación en la granja animal conceda a sus moradores, para acomodar nuestra existencia de la mejor manera posible.

Orwell no era economista, pero sí un atento observador de la realidad, que se esforzó en palpar, no desde los despachos, sino en los campos de batalla. Participó en la guerra incivil española, con el propósito inicial de “matar fascistas”para salvar el mundo (según su propio testimonio), que morigeró  en la más pragmática y pacífica posición de “defensor del socialismo democrático”.

En próximos comentarios me propongo, si tengo salud, comentar mi opinión sobre la actual situación en la granja colectiva, tanto a la escala global como a la particular del pequeño país desde el que escribo (España). Y, aunque parezca que desvelo las cartas del razonamiento posterior, adelanto que la granja y sus dependencias están afectadas por diversos virus y males de cabeza, lo que obligaría, a fuer de sensatos -que supongo quedan-, a poner muchas de las jaulas en cuarentena, convenientemente separadas, para evitar una contaminación generalizada que nos haga volver a las cavernas.

(continuará)

 

Archivado en: Actualidad Etiquetado con: cuarentena, globalización, granja, Hayek, Keynes, Orwell

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