
Qué voz de seductor, qué cánticos rasgados,
qué arias de agudos subidos que producen
emociones en fuerzas encontradas,
qué barullo la caza, van timbales y tiras de colores,
qué jaleo, jaurías.
Qué cauto cazador, qué astuto carnicero
capaz de apostarse días y noches al acecho
sin mover paz ni mano hasta el momento propicio,
y con disparo acertado y a la corta carrera
justificarse, templando de emoción, la larga espera,
herido el bicho, colmar el rito cobrando pieza.
Ya en sosiego, con las presas abatidas torna al nido
y allí las despluma montaraz, desollando pellejos a destajo,
revelándose ahora experto cocinero
-capaz de prepararse un sápido condumio
con carnes, ajo, sal, pizcas de iodo, tomillo y albahaca,
sin que los gritos y ayes de víctimas aún vitales
promuevan su perdón, (más bien lo excitan),
que infortunio mayor no hay sino el suyo.
Desoyendo los aires de clemencia,
apartando con ansias de matar, entre las otras,
razones de prudencia y horror,
compartimos sus gestos, complacientes admitiendo
que amamos el oficio de verdugos, que potencialmente somos matarifes,
que nos bulle la sangre, que es música grata el fuego que crepita,
que, muerto el can, no hay prisas, que la rabia se ajusta,
y revolviendo las ascuas con tenazas bajo el trípode,
dejamos hacer al fuego, echamos grasa al hierro,
dorando la piel por igual por todos lados del trofeo.
Sórdido silencio de hiel con que ahora vuelca
el chamán el caldo , siguiendo detallados movimientos ancestrales,
en escudillas de brezo y, a riesgo de quemarnos,
conseguido el color asado que los hace apetitosos, desmembramos
los sápidos despojos de las piezas que traiciono si digo,
que cazamos furtivos, caprichosos, esta misma mañana,
en la tierra de nadie que es futuro.
Mientras saciamos así los íntimos deseos de venganza,
devorando sin hambre, los hígados, cerebro, muslo, patas
chupando entrañas manchándonos las manos, alguien preguntará,
ajeno a este bullicio, señalando la culpa que ocultamos, el refajo,
por qué matamos inocentes, qué festejamos de haber logrado una victoria
sobre alguien tan débil,
por qué no arriesgamos a medir nuestras fuerzas sin ventajas
con piezas de un tamaño superior a nuestras ansias,
que sería la opción de vernos redimidos,
convertidos en la víctima siguiente.
(“Poco que contar”, Poema V, @angelmanuelarias, 2005;
El dibujo lleva por título: “Representando a Baco con aficionados”, Cuaderno de apuntes, 1994, @Angel ManuelArias)
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