Majestad,
En mi primera carta puse de manifiesto la oportunidad que se le presenta hoy a la Monarquía, institución arcaica y anómala en el contexto cultural contemporáneo, para servir de plataforma al entendimiento constructivo entre los españoles.
Sería un grave error de apreciación por mi parte, que de ninguna manera desearía trasladar a Vd., creer o hacer creer que un Rey, lo mismo que cualquier otra figura, -¡incluso la de un Presidente de la República!-, pueda fungir como árbitro de los variados intereses de los ciudadanos. Aunque puedo imaginar que, en situaciones críticas, como sucede en algún otro país, el Presidente se vea compelido a proponer un jefe de Gobierno para salvar la falta de entendimiento entre los partidos, incapaces circunstancialmente para ponerse de acuerdo, por hallarse prisioneros de sus intereses peculiares, la medida no deja de ser provisional y, frecuentemente, proporciona una falsa solución, viniendo a complicar aún más el problema de la ausencia de concordia.
Tampoco imagino que a un Rey o Presidente le corresponda dar instrucciones que deban ser cumplidas por as restantes instituciones, como si tuviera alguna lógica admitir que alguien pueda mantener en su privilegiada cabeza todas las necesidades propias del Estado y dispusiera de la llave mágica para satisfacerlas. Sería ridículo caer en tal error, inadmisible en un Estado moderno.
Si, por otra parte, creyera ese Jefe de Estado que su función era limitarse dar consejos o máximas generales, a modo de instrucciones de un ideario elemental, puede que eso sirviera de cierto alivio o contento a los más declarados monárquicos (o republicanos, para el caso), pero los problemas permanecerían, desde luego, sin resolver. Manifestar que se está preocupado por el paro, la corrupción o la falta de unidad, es poner en evidencia una carencia colectiva, no aportar una salida constructiva para solventarla.
Se pueden seguramente, indicar múltiples causas por las que el país está en la actual situación de crisis. Lo diagnósticos son mucho más sencillos de hacer que encontrar propuestas de solución viables y, aunque éstas se pudieran detectar y aportar, ponerlas en práctica es otra cuestión aún más compleja. La causa de que los españoles anden, otra vez, desorientados respecto a lo que hay que hacer, defendiendo unos que hay que volver atrás y otros que lo que procede es olvidarse de lo recorrido y empezar de nuevo con todo, está, sin duda, en la ausencia de liderazgos surgidos desde la autoridad moral y técnica, por ello, caracterizan la escasa credibilidad que tienen los que se presentan como líderes.
Para avanzar, es imprescindible admitir que los problemas a resolver son muy heterogéneos, (desde luego) y que no valen fórmulas académicas, ni copias de lo que a otros les va aparentemente bien, ni es momento para acudir a estereotipos, pues es la cuestión capital es generar un tejido socioeconómico dinámico, sólido, vital, y no recurrir a parches reclamados por quienes ven que su negocio se cae o atender a la demanda urgente de propuestas de intervención particulares, amparadas en confusas ideologías que no tienen refrendo práctico sólido. Crear todo nuevo, sería imposible: hay que aprovechar lo que se tiene, robustecer lo que es principal, y generar nuevas ramas fértiles.
Los españoles actualmente vivos, no han sabido de la guerra civil, apenas guardan memoria de la dictadura franquista y carecen de perspectiva para valorar la evolución experimentada durante el reinado de su señor padre, D. Juan Carlos. Muchos no admiten que el camino recorrido tenía fallas estructurales y que el modelo social que se creía consolidado presenta grietas que es imprescindible cubrir o revisar.
La gran mayoría de los que tienen menos de cuarenta años solo saben de las dificultades para encontrar empleo, de la pérdida de poder adquisitivo respecto al que tenían sus padres y, además, carecen de orientación social, religiosa o política a la que puedan acudir como referente ideológico.
Por otra parte, la generación de los que tienen más de setenta años, (nacidos antes de 1945), por ley natural, pero también porque algunos han sabido aprovecharse de la coyuntura, ha ocupado la mayor parte de las posiciones, relevantes; algunos -muy pocos, pero altamente significativos- se han enriquecido excepcionalmente con la coyuntura y controlan centros de decisión o acaparan (ellos o sus inmediatos descendientes) núcleos sustanciales de generación de actividad y riqueza. La situación contrasta con que muchos otros -los más, y, entre ellos, casi todos los mejor ilustrados y honestos- han visto ignoradas o marginadas sus capacidades.
Es un grave error colectivo ignorar la experiencia y conocimientos de los que, habiendo llegado a la jubilación, tienen aún capacidad e interés por ayudar a encontrar las soluciones. En el colectivo -hombres y mujeres- de los que tienen entre cuarenta y setenta años, se halla, obviamente, la mayor combinación de experiencia y conocimientos, y se deben encontrar las vías de poner en concordancia todo ese bagaje, para beneficio de la comunidad, y no solo para beneficio directo de unos pocos.
Tal vez habrá oído comentar que la generación de los que ahora tienen entre treinta y cuarenta años es una generación perdida. En realidad, España ha desperdiciado siempre una parte importantísima del potencial de sus generaciones, pues el control de las decisiones se ha mantenido en muy pocas manos, que lo han utilizado fundamentalmente en su provecho. La generación de los que tienen entre treinta años y veinte años ha de ser recuperada de inmediato para la colaboración activa, y mantener altas tasas de paro en ella es cortar las ilusiones colectivas (de todos) y dificultar la construcción de un futuro mejor, pues ellos son los que pueden aportar la mayor dosis de empuje para crear nuevas iniciativas estables.
No creo, como Vd., en las revoluciones, sino en los cambios. En esta hora concreta, las cambios han de ser rápidos y, aunque no desearía que fueran drásticos, tienen que ser convincentes. Se ha de generar una atmósfera de oportunidades, de transparencia y de ilusión colectiva. Y eso solo es posible generando plataformas de comunicación y toma de decisiones en la que los distintos estamentos tomen conciencia de sus respectivas necesidades y responsabilidades.
Es cierto que la Historia proporciona algunos ejemplos, más de por donde no debe irse que de caminos a seguir. No avanzará Vd. por un camino solvente si no llama a esa plataforma a personas de toda condición, pero especialmente, de solvencia intelectual y económica. Es importante que sean gentes de distintas opiniones, pero que sean capaces de argumentarlas y defenderlas, no desde la ideología, sino desde la razón, para que sus ideas puedan ser analizadas por los que opinen lo contrario, y se pueda llegar así a un consenso sobre lo que es prioritario.
Tomemos el ejemplo de si es necesario aumentar el gasto público o, por el contrario, disminuir los impuestos, para que el consumo privado aumente.
Podría decirle que estoy en el grupo de opinión de quienes están convencidos de que es imprescindible combinar ambos criterios -como en la mayor parte de las cosas-, y que lo que se debe hacer es priorizar algunos sectores y señalar aquellos productos para los que los impuestos deben bajar, haciéndolos más apetecibles para el consumo.
Podría apuntar también a la idea, en la que, desde luego, no estoy solo, en que las inversiones en infraestructuras iniciadas han de llevarse a término y que el Estado debe mantener un nivel de inversiones para sostener su industria básica, principal generadora de empleo en ese sector. Pero también ha de disminuirse los impuestos para todos los productos de primera necesidad -¿por qué grabar la leche, la carne de pollo, los huevos o el pan?, por ejemplo- y los de consumo cultural directo -libros de texto, y, en general, todas las ediciones en rústica; representaciones teatrales en ciertos espacios; producciones de interés formativo, histórico, etc.-
Pero lo importante no es quien tenga la idea, sino generar la oportunidad de que se discutan y analicen las propuestas, en los foros adecuados, y se emitan conclusiones fundamentadas que sean expuestas a la consideración pública y se conviertan en líneas de actuación asumidas por todos.
En este momento, como Vd. no ignora, está sometido continuamente a debate la cuestión de protección del medio ambiente, lo que se ha convertido en bandera para ciertos grupos que encuentran amplio apoyo para su difusión. Lo que no se ha discutido, en este como en otros terrenos, es el coste de la no acción. Ahí está la clave. No actuar es mucho más costoso que actuar: en pérdidas de empleo, en dedicación a subvenciones sociales, en necesidad de compras alternativas, etc.
Termino aquí mi segunda carta, Majestad, que escribo en Madrid, a ocho de enero e 2015.
Todo técnicamente correcto. El problema es como poner el cascabel al gato que vive espléndidamente en la abundancia de de ratones …Evolution …la cosa es lenta …..
Mis mejores deseos de que lo que dices en la 2ª Filípica sea pronto una realidad.
Gracias, Dionisio, por tu comentario y por estimarlo “técnicamente correcto”. Por supuesto, entre la teoría y la práctica hay un trecho que, sin embargo, debe recorrerse si se está realmente convencido de la necesidad de ejecutar (hacer realidad) lo que se ha detectado como mejor o más conveniente. Por la vía de la evolución natural, los defectos no se corrigen, sino que se complican: es, como bien sabemos los técnicos, la consecuencia del segundo principio de la Termodinámica, por el que la entropía aumenta continuamente, Hay que actuar, y saber actuar. Cada uno, en su nivel de competencia, tiene ahí la responsabilidad. Y colectivamente, existe la posibilidad, claro está, de contener o acelerar el ritmo de los cambios…según varias opciones que la Historia ha puesto de manifiesto.