En un momento en el que la sociedad mundial está pendiente de las cifras de avance de la vacunación que deberá inmunizarnos, al menos temporalmente, contra la COVID-19 y sus variantes, debo comenzar precisando que no solo me voy a referir a “esa” vacuna. Pretendo, también, incorporar algún comentario sobre la vacunación contra el cáncer, como un avance prometedor del tratamiento de inmunoterapia.
Como enfermo de cáncer, me encuentro en un “grupo de riesgo”. La carrera desenfrenada por encontrar una vacuna que nos defendiera de esa variante vírica de la gripe, ese coronavirus que ha puesto patas arriba la economía mundial, ha tenido, como es sabido, importantes consecuencias. En un tiempo récord se han desarrollado varias vacunas, todas con grados de eficiencia notables. Los equipos de investigación de las grandes farmacéuticas mundiales han demostrado su eficiencia, y ahora tenemos casi una decena de fármacos -por lo menos-. Eso sí, todos con fórmulas secretas y ofertadas a precios variopintos, desde los dos euros de AstraZeneca hasta los más de 20 euros por dosis de la mayoría.
El negocio de la inmunización impide hablar de la liberalización de las patentes. Hay, por tanto, un problema de fabricación y, también, de distribución, y, como consecuencia derivada, han resurgido -¡cómo no!- las esencias de los egoísmos, individuales y colectivos: primero yo, ante todo mi gente, sobre todo mis ciudadanos.
Las prisas por detener la pandemia han supuesto como riesgo colateral que no se han probado suficientemente los efectos de las vacunas. Se han acortado los protocolos habituales de aprobación de un fármaco, por lo que no se saben bien los efectos a medio plazo y se desconoce cómo reaccionarán los grupos de riesgo y, más concretamente, aquellos individuos que estamos siendo sometidos a tratamiento de quimio o inmunoterapia.
Este es mi caso, entre otros cientos o decenas de miles en España. Nuestro colectivo servirá como forzosa cohorte experimental. Hace unos meses, la indicación era que no nos vacunáramos, por el peligro de interferencia que agravara nuestra situación. Después, se expresó que sería necesario suspender, al menos por veinte días -antes y después de la inmunización- los tratamientos; es decir, perder del orden de dos o tres meses de terapia. Ahora, según las últimas indicaciones, no será necesario proceder con ninguna salvaguardia. Cuando nos llamen, allá iremos. Eso sí, puede que la llamada sea del Centro de Salud o del Hospital donde estemos siendo medicados. A la llamada que se reciba primero, debemos acudir.
Se aconseja no ser negacionista. La frase de ánimo oficial es que “son mayores las ventajas que los riegos”. En lenguaje paladino: el riesgo de que, por efecto de la debilidad de las defensas, el coronavirus te asalte y mande para la UCI, es más alto que el riesgo de que la vacuna acelere la marcha de tu proceso oncológico o lo desbarate, dotándote de una trombosis galopante o quién sabe que otros maleficios inexplorados. Un juego “Lost/ lost”, aunque, por dar algunas cifras que tranquilicen se dice a los pacientes que el peligro de consecuencias negativas por efecto de la vacuna (sin especificar cuál de las que existen en la oferta) es asimilable a uno cada cien mil, quizás. incluso, de uno entre un millón. Resumiendo: N.P.I. (siento tener que explicar estar siglas, ruego me disculpe el lector: Ni Puta Idea)
Tenía el título de “Vacunas”, desde hace días, preparado para comentar algo muy distinto. Los avances de la inmunoterapia en el tratamiento oncológico han permitido profundizar en lo que se intuía desde hace décadas: el cuerpo humano tiene, en sí mismo, las armas para defenderse de los tumores. Solo hay que descubrir por qué las células cancerígenas se escapan del sistema de vigilancia corporal con el que venimos dotados de origen. Se está, por ello, dedicando especial atención a algunos grupos de cáncer, como el de próstata o el de la melanoma, investigando las vacunas -bien conocidas pará tratamiento de enfermedades como la tuberculosis, la varicela, las paperas…- como un tipo más de inmunoterapia.
Un inmunoterapia especial: la convencional bloquea el antígeno celular T, que inhibe la tolerancia de nuestro sistema inmune a las células tumorales. Sin embargo, las vacunas pretenden conseguir la inmunidad controlando los “Antígenos Asociados al Tumor” (TAA). Estos antígenos son consecuencia de la sobreexpresión de las proteínas que se localizan en la superficie de las células tumorales, aunque también se hallan en algunas células normales (por ejemplo, y no quiero entrar en alardear de pedantería clínica, que no me corresponde, el factor de crecimiento epidérmico)-.
Hay, en perspectiva, dos tipos de vacunas contra el cáncer: a) Los llamados “autoantígenos”, que son proteínas que obtienen su potencial inmunogénico como consecuencia de su propia expresión singular. Como también se encuentran en células normales, el desarrollo de estas proteínas tiene el peligro de desarrollar autoinmunidad en algunos pacientes.
Por el contrario, b) los “antígenos tumorales específicos” (TSAs) no están expresados en células normales, y son idóneos para ser utilizados como marcadores de los tumores. Se sabe ahora que la mayor parte de los antígenos tumorales son específicos para un tumor de cada paciente concreto, lo que ha conducido a una línea de investigación muy prometedora: desarrollar vacunas personalizadas contra un cáncer del enfermo particular. Hay vacunas en desarrollo que identifican señales anormales en las células tumorales y actúan atacándolas. Otras, añaden o fijan proteínas en la superficie de los tumores -como sucede con las que sirven para atacar los virus-, convirtiéndolos en vulnerables.
En el actual estado de la cuestión, la clasificación habitual de las vacunas se realiza en tres grupos: vacunas de base celular, de tipo proteína/péptido y de tipo general.
Las vacunas celulares son antígenos modificados del tumor o de las células que los presentan. Esas vacunas que modifican el estado celular facilitan la transferencia de antígenos a las células inmunes, dando como resultado la activación celular y la destrucción de las células cancerígenas.
Otras vacunas inducen o pretenden inducir la degradación endógena del material celular. Estos moduladores autofágicos están sirviendo para la investigación de tumores muy agresivos, como el de hígado, páncreas, pulmón o cáncer colorectal, sin que existan aún resultados prácticos comercializables.
Las vacunas con proteínas (péptidos) también están siendo objeto de frenética investigación, de momento, sin eficacia clínica comprobable. Estas vacunas mantienen la selectividad frente al tumor y, por tanto, tienen un bajo riesgo de provocar autoinmunidad. Entre esas vacunas, se incluyen combinaciones de DNA y RNA en pacientes con melanoma, y coadyuvantes que aumentan las respuestas inmunitarias.
Otra clasificación teórica de las vacunas tiene en cuenta el Mecanismo de Acción (MOA, por sus siglas en inglés), que las hace monovalentes, si actúan o pretenden actuar contra una específica TAA, o polivalentes, porque pueden actuar contra varios antígenos.
No todo es tan nuevo. Desde hace más de 50 años el bacilo Calmette Guerin (BCG), un preparado atenuado de Mucobacteriun Bovis, (como es bien sabido por oncólogos y …pacientes con cáncer de vejiga), está sirviendo para tratar este tumor, en pacientes asintomáticos, aunque se desconoce -al menos, hasta donde yo he podido analizar en la literatura especializada- el mecanismo concreto de acción. Se especula que estimula la respuesta antitumoral.
Ya en 2010, se aprobó una vacuna basada en células dendríticas(sipuleucel-T) para pacientes con cáncer de próstata con altos niveles del ácido prostático fosfatasa, si bien su utilidad comprobada en el ámbito clínico es muy limitada. El procedimiento, llamado leucoforesis, implica retirar células inmunes de la sangre del paciente al menos tres días antes de la reinfusión y añadir una proteína en laboratorio para estimularlas. El coste del tratamiento, que implica al menos tres terapias de reinfusión es prohibitivo (del orden de 90.000 euros por paciente).
En conclusión, los avances en el uso de vacunas para tratar el cáncer, reflejan la complejidad y alto coste de ese tratamiento, por la necesidad de hacer el mismo personalizado. Los resultados dependen sustancialmente de los niveles particulares de capacidad de mutación de los tumores, apuntando a que la expresión de antígenos de un cáncer y su capacidad mutacional son determinantes para establecer la viabilidad de las vacunas. Las posibilidades de utilizar vacunas en pacientes con tumores avanzados parece aún remota.
Por ello, y dado su carácter prometedor, se debe apoyar -con medios económicos y con personal especializado- la investigación de estas nuevas opciones para tratamiento inmunoterápico de pacientes con tumores. Nos va, como especie, la mejor esperanza de vida en ello.
MUY BUEN TRABAJO ANGEL ; COMO TODO LO QUE TU HACES .
UN FUERTE ABRAZO Y A SEGUIR CUIDANDONOS:
LOLA NORTE
Gracias, querida Lola, por tu mensaje de ánimo y por tu valoración de mi artículo, que me llena de orgullo. Un fuerte abrazo