El aún ministro de Consumo, Alberto Garzón, cuyo objetivo principal (y, en mi opinión, único) debería ser apoyar la producción responsable y el consumo sostenible, la ha tomado con la cabaña bovina. Sin embargo, este personaje de la farándula ministerial, combina sus largos silencios con salidas de pie de banco, alimentando turbias sospechas sobre el empleo de su tiempo desde la poltrona ministerial.
Hace ya un semestre (julio de 2021) explicó a los parvos de este país que las flatulencias de las vacas emiten metano y que, en consecuencia, en un falso silogismo de esos en los que se nos escamotea la premisa menor, había que reducir la ingesta de carne con ese origen animal. El presidente de Gobierno, al que no sobran motivos para dormir tranquilo, le desmintió de inmediato, afimando que era aficionado a la carne roja, iniciándose así un diálogo extragubernamental entre el mandamás del Ejecutivo y uno de sus muchos versos libres, pues el ministro, a la siguiente ocasión, explicó que, -¡por supuesto!-, había sido mal interpretado y que si había ofendido a alguien era a los varones que creen que comer carne aumenta la testosterona.
Garzón es un ministro de lanza en ristre multidireccional que opina sobre la nata del roscón de Reyes, los juguetes con orientación de sexo y, desde luego, arremete contra los ganaderos, incluso en inglés. ¡Pues no se le ha ocurrido ni más ni menos que declarar a The Guardian que las vacas españolas sufren de estrés, porque están muy maltratadas! No cabe otra opción que desear mucha suerte en sus próximos desempeños, a este intruso de la política, deshacedor del concepto de la izquierda marxista-leninista, transformándola en un penoso hazmerreir.
Con ser muchos sus deméritos, no es Alberto Garzón el único acreedor a la censura inmisericorde de entre los ministros, cuya fórmula de selección, si existe, debería explicarnos alguien con conocimiento de la sociología recreativa.
Del orgulloso gineceo esgrimido por Sánchez como victoria de la igualdad de género y, aún más allá, del denostado feminismo, (impulsado ahora desde las cenizas del machismo imaginario), se debe reconocer que hay que diferenciar dos claros sectores. Junto a ministras que poseen un brillante currículum anterior -cito a Nadia Calviño, a Margarita Robles y a Teresa Ribera, sin entrar ahora a juzgar sus devíos ideológicos de la doctrina oficialmente admitida por la comunidad científica y económica- hay otras que parecen extraídas de una celebración de fin de curso de bachillerato: hembras alfa, aprendices de bruja, lengüaraces, cómicas, consortes,…Si alguna virtud debe concedérseles, es que no desmererecen del elenco de varones que forman gobierno provisional junto a ellas.
Comienza el año 2022 con un pueblo deseoso de tener buenas noticias. Los españoles han demostrado una capacidad de recuperación y olvido de los malos momentos admirable, a lo largo de la Historia. No hay consenso en la dirección que llevamos. Los análisis de la situación resultan contradictorios, según la orientación política de quien los emita.
Quedémosnos con la ilusión de que todo cambiará para mejor y de manera consistente.
Necesitamos que la pandemia nos abandone para siempre, que la recuperación económica sea una realidad rápida, que el paro endémico desaparezca o, al menos, se reduzca a un nivel soportable, que se potencie de veras la investigación y el desarrollo, y, sobre todo, que la gestión de las crisis se realice desde el conocimiento, la calma, la sinceridad y el consenso.
Que se consiga eliminar, y pronto, los signos negativos. Esta Navidad he visto más pobres que nunca en las calles de España (que, como fantasmas nocturnos y a imitación real de los dibujos de Carpanta que popularizó José Escobar entre los niños españoles de los sesenta, ocupan los bajos de los puentes, pero, a tono con la época, los huecos de entrada a los cajeros bancarios y los soportales de los locales vacíos). He tomado, como cualquier visitante atento de las ciudades y pueblos de nuestro país, consciencia de la proliferación de carteles de “Liquidación” y de muchos bajos comerciales cerrados por quiebra del negocio.
Que el gobierno no transmita desunión, sino coherencia; que sus decisiones no estén contagiadas de la improvisación, sino de la sabiduría. Lamento, como muchos españoles, advertir que el Gobierno de nuestro país se asemeja a una hidra de varias cabezas.
Exijo también el respeto a la forma de Estado, porque no puedo atisbar mejor opción que la actual Monarquía, desde la defensa de la unidad de España y la cooperación institucional.
Es imprescindible la plena recuperación de nuestro anterior prestigio internacional: no somos solo un país de turismo, folklore y fiesta; tenemos que poner en pleno valor a nuestras empresas tecnológicas, a los emprendimientos que cubren nuestras necesidades básicas y de ocio, a los exportadores; tenemos que potenciar a los universitarios, mejorar la enseñanza a todos los niveles; apoyar (no solo con aplausos) a nuestros facultativos, que son el principal baluarte de nuestra sanidad; y, sobre todo, necesitamos muchos empresarios, para lo que hay que apoyar desde las administraciones, eliminando obstáculos innecesarios que comprometen la viabilidad de sus proyectos, orientándolos, si fuera necesario, hacia las vías prometedoras de futuro