La semana que terminó el once se septiembre ha sido pródiga en acontecimientos, luctuosos y alegres, tristes o emotivos. Momento, pues, feliz, para los comentaristas de todo pelaje, y especialmente para los llamados periodistas del corazón, más proclives a desmenuzar comportamientos aislados, imágenes sueltas y gestos impostados, que a meterse en las honduras de analizar el porqué de las cosas.
El entramado de fondo para Gaigé sigue siendo preocupante, porque no llueve, la inflación sube más y el desencuentro entre las facciones políticas aumenta. Pero el país continúa disfrutando de fiestas, que se prolongan hasta casi todo septiembre, bajo advocación de vírgenes, santos y tradiciones intocables.
Valga como ejemplo de algunos crueles despropósitos, la fiesta del toro de la Vega (del padre Duero) en Tordesillas, en donde hasta este año, en que fue prohibido con gran protesta popular, incluida la de su regidor -Oliveira (Miguel Angel), se corría hasta matarlo a lanzazos a un pobre animal, generando un escenario irrepetible de color, sangre, empellones y jolgorio campestre, en la que el motivo principal, era, en realidad, irrelevante.
Falleció la reina de Inglaterra, Isabel II, óbito que se produce en unánime loor de reconocimiento a personaje que se coincide en proclamar como histórico y digno de alcanzar (por el momento) lugar de relevancia y respeto en la Historia de la Humanidad. La razón fundamental del prestigio es, para no dar mucha vueltas en busca de motivos, la longevidad de su reinado (duró más de setenta años), alimentado el mito con misterios, secretismos, boatos y ese punto acre de vulgaridad mundana que viene bien para ensalzar un mito, haciéndolo carnal sin sobrepasarse. La conjura mediática y la discreción política para mantener alejada la Corona de cuantos asuntos pudieran afectar a la institución de manera directa, hizo el resto.
No tiene este cronista de Gaigé, -el país de los despropósitos, tierra de angustias siempre a la busca de su identidad-, envidia de los ingleses. Sus historiadores, teniendo vetado meterse con la Monarquía propia, se ceban en contarnos cosas de la nuestra, buscando entre los papeles de nuestros archivos, públicos y privados, material con el que alimentar la Leyenda Negra, desligitimarla o darle un nuevo repaso. En la institución monárquica inglesa se mezclan elementos religiosos (el cabeza visible es heredero de un rijoso monarca que decidió separarse de la Iglesia de Roma para seguir sus inclinaciones sexuales, en las que cabía el asesinato) con una elaborada colección de ritos, puertas selladas y boatos de colorines inculados a su defensa.
En Gaigé, causa revuelo la decisión declarada del Rey de antes, Juan Carlos, de acudir al sepelio de la inglesa, de la que es familia, pues del mismo designio divino proviene su dinastía. Hay quien prefiere (quiero suponer, por puro sentimiento humanitario, que no en lo que nos queda de la Casa Real) mantenerlo en Abu Dahbi hasta su propio funeral. Si así se produce como está previsto, y el estigmatizado Borbón sale con la suya, tendremos ocasión de sufrir la vergüenza de ver a dos Reyes de Gaigé hacer como que no cruzan sus miradas, en la creencia de que así se defiende a Monarquía hispana, ya tocada del ala, porque nos falta un Churchill (Wiston) que defienda que se puede ser independentista y republicano, viendo en la Monarquía la solución transitoria inmejorable.
El sucesor de Isabel, Carlos III, accede al trono a una edad avanzada (somos coetáneos), y con un curriculum tal vez apasionado (inolvidable su referencia al tampax de Doña Camila, hoy reina consorte) pero nada apasionante. En cuanto al resto de la familia real, no solo no tiene la nuestra nada que envidiar, sino que ésta se ha movido por las telarañas de la popularidad forzada con mucho más tiento, aunque no ha sido tratada con la misma benignidad.
Deplorable ha sido el encuentro entre Sánchez (Pedro) y Núñez Feijóo (Alberto) en el Senado, en donde compareció el primero para regodearse con sus propios éxitos y llamar mentiroso, inútil, mal preparado y antipatriota al segundo (con éstas u otras palabras, que escribo de oídas).
Frente al tiempo libre de la intervención del Presidente de Gaigé, tuvo el candidato in pectore solo quince minutos, por los que navegó con más voluntad que aciertos. No tuvo culpa, sin embargo, porque el martirio vino con el formato: cuatro a uno si se miden tiempos y, a pesar de que el Popular tiene mayoría en el Congresillo de las autonomías, el hemiciclo del Senado comparte frialdad con el cementerio de Bonn (pongo por caso). Y si a quien toca defender su gestión viene como mozo del martillo de las propuestas del contrario, hay que darle el premio de haber causado la mayor conmoción al pueblo llano.
Van a aprobar un impuesto extra a las eléctricas y a las entidades financieras, a la busca y captura de esos “beneficios caídos del cielo”, que han puesto de manifiesto algunos vicios de la economía del libre mercado. Puerta abierta a la imaginación de los ministros más filocomunistas del Gobierno de Gaigé, capitaneados por el descaro indocumentado de la ministra Díaz (Yolanda) y el seguidismo de Garzón (Alberto) que han abogado por poner tope a los precios de los productos en los supermercados.
Si así seguimos y les dejan actuar a sus anchas, tendríamos en Gaigé mercadillos como los que se disfrutan en la Habana y otros pueblos del país caribeño, en la que cada cuanto sacan hortalizas y pollo a precios mínimos, para que los secuestrados cubanos no se mueran de hambre si solo tuvieran que comprar con lo que ganan de oficio, en los supermercados donde los bienes de consumo se cotizan en dólares.
Saca pecho la ministra Ribera (Teresa), exponiendo que en Europa (léase Alemania) se nos hace caso en la defensa del modelo ibérico para calcular los precios de la energía. Se la ve, desde luego, ágil entre sus colegas, con el desparpajo de quien repite curso. Como el del gas sigue subiendo, y si bien es cierto que no escasea la energía, está cada vez más claro que no todos pagar la calefacción, y que las medidas de ahorro serán insuficientes a poco que el frío apriete, como ya lo hizo el calor con el presupuesto con que llegar a fin de mes sin tener que pedir prestado al dueño del dinero.
Una buena noticia: Alcaraz (Carlos) es tenista número uno del ránking mundial. Gaigé se puso muy contenta, porque necesita ídolos en los que proyectarse. Cuando se apagan las luces, vuelve a ser el país de los Despropósitos.
La mala noticia, entre otras, es que falleció Marías (Javier), y echaremos de menos sus escritos lúcidos con la dosis de mala uva inteligente que tanta falta nos hace. Como escritor de libros, no disfruto igual, aunque el problema es mío.
Sobre las leyes que regularán la libertad para cambiar de género con solo una declaración de voluntad ante el Registro, declararse transgénero por intuición, abortar con dieciséis años a cargo de la Seguridad Social o la condena sistemática por fascista a quien ponga en sospecha si todo ese edificio de identidades sexuales tiene más fundamento que la búsqueda de votos y generar desorden social, convendría que alguien escribiera con criterio y sin pasión doctrinal. No existen en Gaigé quienes asuman ese reto, me temo.