Luis Menéndez Alonso, Lumen, oyó gritos y le pareció que también un disparo. Incapaz ya para sobresaltarse, miró por la ventana de su casa en Avilés y vio avanzar por la calle Rivero a un grupo vociferante. Eran los primeros días de noviembre del año 1937 y dentro de muy poco cumpliría 45 años.
Después, vino un silencio espeso como brea; no, como la sabia cobriza del peral herido, supurando lenta por la grieta. Supuso que sus seis hijos habrían salido con su madre, aprovechando el mínimo calor, húmedo, de aquella mañana. Temió por ellos. No deberían haberse alejado demasiado; sin embargo, se tranquilizó imaginando que estarían dando un corto paseo por el Parque de Ferrera.
Se acercó a otra ventana de la casa y, en efecto, allí descubrió a Luis y María Luisa, y estuvo seguro que los demás andarían cerca.
¿Qué podría pasar ahora en España? Quién lo supiera…Como secretario del Ayuntamiento al que venía dedicando, a pesar de la guerra, casi todas las mañanas, se preciaba de conocer a sus paisanos. También como secretario de Izquierda Republicana, como colaborador de La Voz de Avilés o del Amanecer. Los avilesinos son buena gente, de pensamiento liberal, respetuosa y trabajadora. A salvo de ese pequeño contingente de exaltados que solo leen pasquines y soflamas y los interpretan de forma preconcebida, calentándose recíprocamente las seseras, lacra de todas las colectividades.
Pensó también en Higinio Sierra, el alcalde de “la ciudad roja”, como se conocía a la Avilés republicana.
No sabría decir porqué, pero se le vinieron a la cabeza unos versos, suyos: “Está escrito, está escrito…Hay una voz maldita/que en todos los instantes de la vida nos nombra,/y nos lleva adelante por la ruta precisa/tras su paso de sombra…/.
Había una errata en ese poema, que se le había deslizado en la corrección del libro “Mirando hacia la cumbre”, que, con prólogo de José Francés, le había publicado en 1925 la Editorial Mundo Latino. Ponía “ruta precita” en lugar de “ruta precisa”. Bueno,.. tal vez nadie se daría cuenta…tal vez se encontrara sentido a esa combinación inusual de palabras, que no sonaba mal.
¿Cuál sería la ruta precisa en estos momentos tan convulsos de la historia de la querida España, de la joven República, amenazada desde dentro? Si pudiera saberse…
Lumen oyó que aporreaban la puerta y aguardó, con semblante tranquilo, a que alguien abriese. Hacía pocos días que los rebeldes habían derrotado a las fuerzas fieles a la República en Avilés, “la villa del Adelantado de La Florida”, la tranquila ciudad asturiana que disfrutaba de una actividad cultural, literaria y política excepcional, de la que el era uno de los impulsores.
Hombre serio, discreto, brillante en su humildad fructífera, Luis Menéndez Alonso, si pudiera expresar con un deseo lo que esperaba de la vida, hubiera escrito algo así: “Volverá otra ilusión. Cada instante que avanza/ renovará tu vida perdida en el ayer…”
No, no lo hubiera escrito. Lo tenía escrito ya.
Pasaron en unos instantes muchas cosas,
Mientras lo llevaban esposado, y aquellos fascistas fanáticos, incultos, rencorosos hacia todo lo que destacara por inteligencia y prestigio, le insultaban y abofeteaban, empujándolo a trompicones, llamándolo “¡Rojo! ¡Comunista!¡Cabrón!”, le pareció que merecía la pena dejar de escuchar.
Pensó en su mujer, en sus hijos, en la semilla que había dejado prendida en ellos, en sus alumnos, en sus amigos. Se le ocurrió, de golpe, un buen final para aquella novela que estaba casi terminada, “La hora de los imposibles”.
-Cómo no se me habría ocurrido antes -murmuró.
Estaba orgulloso de haber aprovechado su tiempo. Había instaurado un sistema de préstamos de libros en la Biblioteca Municipal interesante, por el que se podían llevar los volúmenes a casa. Biblioteca Popular Circulante, se llamaba.Había organizado muchas actividades, recitales de poesía, representaciones teatrales, conferencias…y escrito mucho. Aunque si de algo estaba especialmente orgulloso era de sus hijos, que habían heredado su misma afición. El ansia por saber, la voluntad de ser buenos. Porque “en el hogar tranquilo/es fiesta cada día, y un sol nuevo/niño siempre, sonríe con los niños.”
Desconectó por cuatro días.
Cuando volvió a estar en su vida, le habían empujado contra una pared, y una ráfaga le segó la vida. Era el día después de su cumpleaños. Acaba de cumplir cuarenta y cinco años.
Unos cuantos años más tarde, el 18 de marzo de 1956, su hijo mayor, Luis Menéndez Díaz, “Lumen hijo”, escribía en la primera página de un ejemplar de “Mirando hacia la cumbre”, el que ahora tengo en mis manos, -amarillento, abiertas a cuchillo todas sus hojas, ligeramente manchado de humedad- estas palabras: “Angelín: Mi padre se ha ido hacia donde miraba, más allá aún…Desde allí nos contempla a todos y me encarga te dedique su libro”.
Ese Angel era mi padre. Aunque, como licencia literaria y sentimental, pienso hoy que también podría ser yo. ¿Por qué habría de ser imposible? ¿No estamos ya en la hora de los imposibles?
FIN
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