En el país de Valgamediós, algunos de sus habitantes se empezaron a dar cuenta de que estaba sucediendo algo muy curioso. Uno de los ancianos de la tribu, mientras estaba recortándose las uñas de los pies en la cocina de la casa de su hija mayor, murmuró:
-Esta sociedad no tiene idea de quiénes son los poderes fácticos.
Seguramente no era la primera vez que hacía esta observación, y lo normal era que nadie estuviera lo suficientemente próximo para prestarle la menor atención, pero en aquella ocasión, uno de sus nietos, que no había ido a la escuela porque sus profesores se encontraban en huelga reivindicativa, le preguntó, pretendiendo preparar el camino para pedirle cincuenta euros para comprar una entrada para el concierto de Los Nuevos Polla Records:
-¿Quiénes son los poderes fácticos?
El abuelo le miró y estaba dispuesto a ofrecer una explicación comprehensiva, cuando el adolescente le atajó el propósito antes de que pudiera abrir la boca:
-Pero no te enrolles, abuelo, que te veo venir y tengo una prisa que te cagas.
Por eso, el anciano se vio en la obligación de abreviar, porque no quería dejar que su nieto tuviera, al menos, alguna referencia.
-No son ni el Gobierno, ni el Parlamento, ni los jueces, ni siquiera la sociedad civil. Los poderes fácticos son todos aquellos grupos que influyen sobre nuestras vidas sin que seamos conscientes de que nos condicionan la existencia.
El chaval se quedó in albis, si bien, como quería ganarse méritos para los cincuenta euros, puso cara de haber entendido lo suficiente:
-Así que, por ejemplo, un poder fáctico es el sexo.
El anciano miró al adolescente, sosteniendo el cortaúñas.
-No lo niego, aunque ese poder fáctico tiene fecha de caducidad para cada persona y, puestos a elucubrar, está presente de forma difusa, como parte del magma social. Es el instrumento que utilizan grupos de poder organizados para influir y controlar, en particular, a los más jóvenes, haciéndoles creer que es un objetivo importante en sí mismo, cuando, en realidad, es un recurso sin valor venal.
-Ya te has liado, abuelo. Por cierto, ¿me prestas sesenta euros, que tengo que comprar un libro recomendado para la asignatura de Historia de los Eunucos? -dijo el muchacho, exponiendo su mejor sonrisa e improvisando lo que le apeteció.
El abuelo sacó la cartera, en la que guardaba dos billetes de cincuenta euros, y le entregó el dinero.
-Extraña asignatura ésa, que no se estudiaba en mi época, aunque, ahora que citas esa categoría artificial de seres humanos, a los que se les privó de una cualidad física, me viene a la cabeza la sugerente idea de que la sociedad actual se ha poblado de eunucos mentales, a los que se les ha desposeído de la facultad de pensar.
El adolescente recogió los dos billetes, dio al anciano un beso en la mejilla izquierda, y se despidió con rapidez.
-No pienses tanto, abuelo, que a tu edad ya no merece la pena. Para la cuerda que tienes…
En la cocina, iluminada por la claridad de la mañana, se quedó el anciano, recortándose, con sumo cuidado, las uñas de los dedos gordos de los pies, en donde se estaban acumulando, por la incipiente gota, las excrecencias de la queratina, que pueden convertirse en algo muy molesto, sino se las ataja a tiempo.
FIN
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